Foto: Ramella&Giannese - Teatro Regio
Renzo Bellardone
La grandiosidad de la producción escénica
de Roberto
Andò estuvo en delinear la simplicidad narrativa que exaltó lo mágico y lo fantástico.
La puesta estuvo libre de clamorosos cambios (más limpias y agradables
estuvieron las escenas de Giovanni
Carluccio las luces y con las cuales alternó los matices con la vivacidad y
la magia) evitando también cambios repentinos de vestuarios los vestuarios que
estuvieron en línea con el espíritu del intenso montaje. La línea de las ideas
cargadas de acción escénica, permitieron vivir la narración musical con
relajada y envolvente participación. Al comienzo de la obra, un gran círculo fue un símbolo
y una presencia que enmarcó y se definió con su propia perfección geométrica, y
en el transcurso de la representación los símbolos del antiguo Egipto revaloraron
la ambientación. En el podio Christian
Arming se valió de la gestualidad de sus manos sin baqueta, supo obtener
atmosferas mágicas con sugestiva luminosidad y recónditos susurros en una
dirección fiel, atenta y participativa.
A pesar de una indisposición anunciada Toni Bardon mantuvo el gusto durante toda la opera realizando un
Tamino no decididamente luchador. Ekaterina
Bakanova regaló centellante brillantez y
cuidados tonos a su determinada Pamina. Sarastro tuvo la imponente voz
de tono profundo y color oscuro de In-Sung
Sim. La reina de la noche fue
interpretada por Christina Poulitsi
quien se lanzó con coloraturas definidas y elegantes y mostró una interesante presencia
escénica. Las
tres damas Talia Or, Alessia Nadin y Eva Vogel con cautivantes y atractivos vestuarios ofrecieron gratos momentos para el oído. Monostatos fue el vivaz e imperioso Alexander Kaimbacher y un joven y atlético
Thomas Tatzl interpretó un Papageno
con absoluta convicción y por lo tanto convenció. Muy compenetrado con el papel
saltó, bailó, corrió y externó una voz de grato y seductor color.
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