Massimo Viazzo
La Traviata con la que se inauguró la nueva temporada, y que a su vez concluyó el año verdiano en el Teatro alla Scala de Milán, dividió al publico de los apasionados. Sobre todo fue la puesta escénica la que estuvo en la silla de los acusados, ya que el espectáculo firmado por Dmitri Tcherniakov apuntó hacia la psicología de los personajes y sin las convenciones que caracterizan a la ópera, ya que no hubo “gitanas” que bailaban alzando sus faldas como ningún “matador” haciendo piruetas; o la tradicional muerte en la cama de Violetta, y esto para los melómanos italianos de más callo fue inaceptable. Seguramente también les fastidio que en el segundo acto mientras Alfredo y Violetta cantaban sus sublimes melodías preparaban la comida en una rustica cocina. Aun así, la lectura de Tcherniakov fue respetuosa del libreto y de la música, sin incurrir completamente en el Regietheater. Para el que escribe, el trabajo efectuado por el director ruso, de apuntar todo hacia los sentimientos más íntimos de los personajes dejando a un lado la exterioridad, fue muy convincente. Esta Violetta ama, sabe amar y quiere amar; y el hecho de que además sea una prostituta pareció no importarle al director de escena ruso. Tcherniakov no se contuvo tampoco de la enfermedad de Violetta, que pareció ser un mal interior en consecuencia de su desesperada situación sentimental. El trabajo para delinear con gran escrúpulo y de manera minuciosa el carácter de los protagonistas, de los cuales se buscó cada pliegue y cada cambio por más mínimo que fuera, fue el punto exitoso de un espectáculo ambientado en espacios cerrados, al estilo Bergman, pero no claustrofóbicos. Daniele Gatti dirigió a la Orquesta de la Scala con gran pericia, alentando por aquí y por allá los tiempos. Lo que se perdió de tensión y tersura en el acompañamiento se ganó en profundidad dramática. De cualquier manera, la orquesta estuvo por momentos un poco pesada. Buena fue la prueba de la soprano alemana Diana Damrau, quien supo captar las facetas del personaje verdiano con una voz solida, un timbre líricamente rotundo y un acento emocionado. Como actriz estuvo extraordinaria y como cantante impecable. A sus anchas estuvo el tenor polaco Piotr Beczala en el papel de Alfredo, con tanto vigoroso y apasionado y una técnica confiable. Zeliko Lucic interpretó un Germont sonoro pero no muy variado y monolítico en la emisión que fue segura pero poco fantasiosa. Muy bien el coro y discretos los demás cantantes.
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