Foto: Brescia& Amisano - Teatro alla Scala
Massimo Viazzo
Quiero comenzar por el final de esta
bellísima Jovánschina, que tuvo un final literalmente impresionante. En
esta producción ambientada por Mario
Martone en un futuro distópico, el martirio de los viejos creyentes es, por
llamarlo así, un poco apocalíptico, ya que un asteroide se aproximó lentamente
hacia la tierra para apabullar todo y a todos, en las ultimas notas de la
ópera, como un gigantesco globo ardiente que invadió completamente el escenario scaligero. Un verdadero “Deep impact” que pareció evocar
imágenes de la conocida pelicular de Lars von Trier: “Melancholia”. Una increíble
conclusión para uno de los espectáculos más agradables vistos recientemente en
el máximo teatro italiano. La producción estuvo ambientada en un futuro
postnuclear, donde los conflictos entre los poderosos se vertieron sobre un
pueblo destinado a ser analfabeta y cerrado. Las escenas de Margherita Palli, histórica
colaboradora de Luca Ronconi, fueron
de gran impacto para representar la vacuidad y la descomposición de un mundo
que parece haber muerto, mucho antes de que así fuera realmente. Muy eficaz se
vio la estructura post industrial del primer acto que, por ejemplo, contenía
rascacielos en el fondo construidos con escombros y una tétrica luz; como
también el ambiente en el que se desarrolló el segundo acto, un vistazo a un
salón con signos aun tangibles de glorias pasadas. Eróticamente seductora fue
la danza de las esclavas persas del cuarto acto, aquí transformada en un
verdadero y sensual lap dance. Un
gran mérito del éxito de esta producción correspondió en primer lugar a Valery Gergiev, quien dirigió prestando
extrema atención a los equilibrios entre los instrumentos y el escenario, así
como el cuidado a los detalles sin perder nunca de vista la visión del
conjunto. Una conducción potente y dinámica, como también ligera e intima
cuando fue necesario. El optimo elenco comenzó por la delicadísima y matizada
Marfa de Eketerina Semechuk, con el
arrogante Iván de Mikhail Petrenko, y
el muy musical Dosifei de Stanislaw
Trofimov. Suntuoso en el timbre y amplio fue el canto de Alexey Markov en el papel del traidor Šaklovityi; y muy
eficaces estuvieron los dos tenores Evgeny
Akimov, un empalagoso y seguro Príncipe Golycin, y Sergei Skorokhodov como el Príncipe Andrei, de voz estridente y
acento altanero. Todo el elenco de comprimarios se mostró con un alto perfil. Al
final – last but not least- el
estrepitoso Coro del Teatro alla Scala, dirigido por Bruno Casoni, ofreció una de sus mejores pruebas, absolutamente por
entonación, entendimiento y color.
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