Foto: Brescia & Amisano
Massimo Viazzo
También en esta ocasión, como en Fanciulla
del West y Butterfly, Riccardo Chailly tuvo un interés
musicológico en su propuesta de Manon
Lescaut en el Teatro alla Scala de Milán.
De hecho, valiéndose de los apéndices de la edición crítica, insertó en
esta producción algunos pasajes que fueron escuchados solo en el estreno de 1893 en Turín que fueron
inmediatamente modificados por el compositor toscano, principalmente el del concertato final del primer acto y del
aria de Manon del ultimo acto. Chailly fue el punto fuerte de esta producción,
y su apasionada y teatral lectura convenció completamente a la cabeza de la
Orquesta del Teatro alla Scala, con la que pudo mostrar una bella tímbrica y
solidez. Un Puccini dinámico como también estático, y en tal sentido fue
bellísimo el intermezzo del tercer
acto, en el que Chailly supo proyectar a Puccini sobre los terrenos del
romanticismo tardío medio europeo. David
Pountney ambientó la historia en una estación ferroviaria de finales del
siglo 19 (con escenografías de Leslie
Travers de gran impacto visual y apropiados vestuarios diseñados por Marie-Jeanne Lecca), en la que el ir y
venir de personajes de todos los niveles sociales representó bien el espejo de
la sociedad de la época. La idea de
dirección de fondo fue la de revivir toda la historia de Manon como un largo flashback, llenando la escena de niñas y
adolescentes de Manon que deambulaban por el escenario como fantasmas del
pasado. María José Siri puso a
disposición de su Manon una voz
amplia y correctamente emitida (con una óptima ejecución de “Sola, perduta, abbandonata”, pero el
personaje, sobre todo con una visión como la de Poutney, más bien
multifacética, no pareció emerger del todo redonda. Tampoco Marcelo Álvarez (Des Grieux) quizás un
poco ligado al cliché de molde
verista, no profundizó en su interpretación desde el punto de vista actoral.
Vocalmente el tenor argentino, dotado de un timbre bruñido, mostró generosidad
y altanería, a pesar de los problemas en las vías respiratorias que había
padecido en las ultimas semanas. Pero el legato
fue solo esbozado frecuentemente de modo que la línea de canto se mantuvo
discontinua. Massimo Cavaletti (Lescaut) cantó con
nítida dicción, seguridad y extraversión; y loable fue la triple prestación de
Marco Ciaponi (Edmondo, maestro de baile y farolero), un tenor de timbre claro
y solida técnica. Óptimos estuvieron los comprimarios y como ya es costumbre el
Coro scaligero.
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