Foto: Brescia&Amisano
Massimo Viazzo
Hubo pocas risas en este Barbero, e incluso hubo menos diversión. Todo así se quiso, por supuesto, pero la operación de liberar a la ópera bufa rossiniana de los clichés del Rossini "geométrico y surrealista" que tanto habían sorprendido y emocionado al público, hace ya medio siglo, sólo funcionó en parte. La idea de fondo de esta producción fue precisamente la de buscar una nueva forma de interpretación abriendo las puertas a una suerte de realismo, bastante obsoleto en una obra como esta. Al final, una cierta sensación de frialdad y distancia caracterizó la velada. Evidentemente, no faltaron algunos momentos bien logrados, como el aria de Rosina ambientada en un camerino con bailarinas al fondo, o la escena de la lección de canto con Bartolo constantemente "fuera de acción" por cortinas que caían desde arriba en momentos oportunos, o el temporal siempre bailado con inventiva y gracia. Sí, porque Leo Muscato ambientó la ópera sobre el escenario de un teatro con Rossini como estrella o etoile de la danza, con Almaviva como director de orquesta, Fígaro como el factótum del escenario y Don Bartolo como empresario. En general esta lectura pareció coherente como también agradable, pero a la larga, la carencia casi total de gags, y de una verdadera dirección escénica sobre los personajes, hizo que cayera un velo de tristeza sobre la partitura rossiniana, tan querida, justo porque logra arrancar risas y deleita a escena abierta. Tampoco Riccardo Chailly convenció del todo con una interpretación que aunque estuvo meditada, en términos generales fue poco brillante y colorida, así como frecuentemente monocorde. El elenco fue bueno, y fue encabezado por el arrogante, franco y exuberante Fígaro de Mattia Olivieri, un joven barítono de voz robusta y de timbre claro y fresco en constante ascenso. Espontánea y muy pícara estuvo la Rosina de Svetlina Stoyanova, quien no siempre estuvo a punto en el registro más agudo, aunque se mostró segura y desenvuelta en su papel de bailarina, además de poseer una grata y sonora voz. Almaviva fue interpretado por Antonino Siragusa con garbo y refinamiento y una amable y comunicativa línea de canto. Excepcional fue el Don Bartolo de Marco Filippo Romano, con asombrosa dicción, virtuoso fraseo y genuino timbre. Romano es hoy el bajo-bufo de referencia en todas las latitudes, siguiendo los pasos de la gran tradición italiana que desde Sesto Bruscatini en adelante ha dado excelentes intérpretes en este repertorio. Por último, cabe destacar el Don Basilio cantado por Nicola Ulivieri con su redonda y bien proyectada voz. Una garantía como es el Coro del Teatro que dirige Alberto Malazzi estuvo siempre puntual en sus intervenciones. Finalmente, una nota muy positiva fue el regreso del público al cien por ciento de la capacidad de la sala de la Scala, que nos hace exclamar: "¡Finalmente"!
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