Fotos: Javier del Real /
Teatro Real de Madrid
Ramón Jacques
El Teatro Real de Madrid, uno de los pocos escenarios del mundo que pudo realizar la mayoría de sus actividades en el 2020, a pesar de las dificultades ya conocidas por la que atravesaron la mayoría de las salas de concierto y teatros liricos, dio por iniciada una nueva temporada, con capacidad completa en la sala, y con un título emblemático y siempre divertido como como lo es La Cenerentola de Rossini. Esta serie de representaciones sirvieron también de homenaje para la mezzosoprano Teresa Berganza, una gran intérprete del papel principal de esta ópera, con en el que dejó una gran impronta. El primer aspecto a resaltar de esta función fue la sencilla e ingeniosa producción de Stefan Hermeim, proveniente de la Opéra national de Lyon, donde fue vista en el 2017. Hermeim, demostró que, con una trama y música alegre, un escenario con pocos elementos escénicos, y actuación no forzada, se puede lograr el objetico de divertir al público sin recurrir a innecesarias bromas o forzados movimientos de los artistas, permitiendo que la música y el canto ocupen el lugar que les corresponde, y de manera fluida. El escenario prácticamente carece de elementos, solo un carrito de limpieza, que se convierte en carroza, un trono, y el manejo de la iluminación y trasmisiones al fondo del escenario. Angelina, es aquí una empleada de limpieza del teatro, que parece entrar a un sueño en el que todo se confunde con la realidad, nada es lo que parece, y al final todo vuelve como al inicio de la función, al grado que el público se queda con la incógnita, si lo que se vio en escena no fue más que un sueño de La Cenerentola, y justo allí radica el mérito del director de escena noruego. Otro detalle simpático a mencionar, es la aparición en escena del propio Rossini, por cierto, muy bien caracterizado, y que es un personaje que sin hablar parece como una especie de hilo conductor que va llevando la trama, apareciendo en diferentes escenas. Resaltaron también los coloridos y vistosos vestuarios de Esther Bialas y la brillante iluminación de Andreas Hofer. En el personaje principal tuvo una participación sobresaliente la mezzosoprano francesa Karine Deshayes, quien le dio un toque de gracia, delicadeza, gracia, diversión, y cierta elegancia a su interpretación del personaje principal. Su desempeño vocal fue yendo en ascenso con el transcurrir de la función, mostrando buenas manejo de las coloraturas, así como un colorido y dulce timbre, y buena proyección. Por su parte, el Ramiro del tenor Dmitry Korchak, estuvo vocalmente impecable por emisión, agilidad y timbre, pero es un artista escénicamente frio, inexpresivo, y con una rigidez por momentos fastidiosa. El barítono Florian Sempey fue un Dandini arrogante, bien actuado, pero aún mejor cantado, y aunque su timbre no es completamente grato, es un cantante confiable que sacó lo mejor del personaje. Renato Girolami, dejo constancia de su amplia experiencia interpretando papeles bufos, e hizo una buena caracterización del personaje de Don Magnifico tanto vocal como actoral, y fue uno de los mejores de la noche. El personaje de Alidoro pareció muy poco para el talento de Roberto Tagliavini, solido cantante con una voz de bajo amplia, profunda y homogénea, un verdadero lujo tenerlo en este papel. Correctas estuvieron las hermanastras Tisbe, de Carol García, y la Clorinda de la soprano madrileña Roció Pérez, una cantante a tener en cuenta en el repertorio de soprano-coloratura, que ya ha cosechado éxitos en importantes escenarios. Un buen desempeño tuvo el coro del teatro dirigido por Andrés Maspero, y sobre todo la orquesta que se mostró uniforme, dinámica y muy eficaz bajo la experimentada y segura mano de Riccardo Frizza, quien tuvo algunos simpáticos intercambios desde el foso, con los artistas en escena. Buen inicio de temporada para el máximo escenario madrileño, quien además se dio el lujo de tener otro elenco completamente diferente para esta producción.
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