Renzo Bellardone
La recuperación ... ¡la vuelta al teatro no tiene precio! El entusiasmo y el deseo de la escena, de la música, del espectáculo de autor palpitan con fuerza en los templos y uno se encuentra en la sala con la directora del teatro, el director de escena y el escenógrafo que cuentan lo que pronto se escuchará y se verá, como llena el corazón y la mente de emociones. La obra no es una de las más conocidas y representadas, ¡así que me siento muy afortunado de haber tenido ya otras oportunidades de asimilar la belleza incomparable de escuchar la única obra (o pecado) de Béla Bartók! No soy músico, pero la frecuencia con la que escucho música en vivo y de alto nivel, me hace apreciar mucho esta composición viva, llena de fermento, ímpetu, pasión e intimidad expresiva. 1000 páginas no bastarían para ilustrar las facetas de esta impactante composición que, si bien fue planificada para una orquesta de al menos noventa elementos, con un trabajo minucioso de absoluta calidad, la hemos escuchado propuesta por un grupo musical de tan solo 23 elementos. El mérito de esta orquestación para personal reducido es para Paola Magnanini y Salvatore Passantino de la Academia AMO, creada bajo la preciosa supervisión de Marco Taralli. Uno de los aspectos más interesantes de la obra de Béla Bartók es sin duda el de la relación entre la métrica verbal con la musical. Por primera vez, la lengua húngara no es transgredida ni deformada por las necesidades de la música y, como se expuso durante la presentación, la traducción al italiano de los subtítulos se manejó con atención, fidelidad y amor por la obra. Todo aquí emerge: el lamento, el chillido, el grito, la esperanza, la ilusión y la realidad, la persecución de un sueño, la expectativa de realización y el tormento del ser. Pero vayamos a la creación escénica de Deda Cristina Colonna quien, navegando por las páginas de cuento de hadas del castillo del príncipe Barbazul, en lugar de detenerse en el imaginario colectivo del príncipe asesino, sediento de sangre sin piedad, buscó la psicología y el sueño del príncipe en una búsqueda espasmódica de sí mismo a través de ser amado sin preguntas ni condiciones. Abriendo las puertas del castillo una a una, a petición femenina de Judit, poco a poco se revela a sí misma. La narración aguanta con la respiración contenida como en un thriller con final feliz. La dirección de las proyecciones iniciales representó este camino de busqueda con sorprendente efectividad y convirtió a Barba azul en un ser humano con sus dudas y el escenario elegido, creado con elegancia estructural por el escenógrafo Deda Cristina Colonna, contribuyó a la representación del hombre de Barba azul. Lla cuarta y última esposa Judit, a quien dedica todas las noches, así como a las otras esposas encerradas en la última habitación a la que había dedicado, mañana, mediodía y el bruñir de la noche. La dirección de Marco Alibrando fue fresca y a la vez rigurosa, dejando espacio a la pasión que sigue a los distintos timbres, los chillidos y las bocanadas casi imperceptibles sobre las lágrimas del lago. Un sincero aplauso para los intérpretes: Mary Elisabeth Williams quien fue una Judit sincera que vive con gran fuerza interpretativa manteniendo el ritmo narrativo y expresando una figura vocal muy adecuada al papel. Andrea Mastroni puede definirse como un intérprete de referencia gracias a la voz naturalmente baja que expone colores y profundidades de todo relieve, logrando una soberbia interpretación que sin duda marca una pieza importante en la lista de sus interpretaciones. ¡Ambos profundizan en el drama para luego retirarse sensualmente! Honestamente, si un buen comienzo se da a la mitad del camino, podemos estar tranquilos en cuanto a resto de la temporada. ¡La música vence siempre!
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