José Noé Mercado
«El
pasado, creo, es mucho más difícil
de ocultar que el presente»
Mala onda
Alberto Fuguet
Parecía un déjà vu. Con algunos detalles distintos, desde luego, pero de cierta forma era algo ya visto o vivido en 2017. La mezzosoprano letona Elīna Garanča, personalidad estelar de la ópera internacional en las últimas dos décadas, salió al escenario la noche del pasado 2 de marzo para seducir, ya desde su presencia misma, al público mexicano.
Seis años después de la serie de cuatro conciertos que ofreció en nuestro país (Sala Nezahualcóyotl de la Ciudad de México; León, Guanajuato; Torreón, Coahuila y Álamos, Sonora), la cantante nacida en Riga el 16 de septiembre de 1976 volvió a tierras aztecas para interpretar un programa lírico casi idéntico a los de su primera visita.
Pero a diferencia de aquel 2017 en el que fuera invitada por agrupaciones orquestales y un festival, en este 2023 Elīna Garanča fue presentada por la Compañía Nacional de Ópera (CNO), en una gala que abrió su temporada anual, en el marco del 75 aniversario de la institución en ocasiones también llamada Ópera de Bellas Artes, que cuenta con la dirección artística de Alonso Escalante Mendiola, y cuya subdirección asumió a partir de este evento Lilia María Maldonado García.
La gala fue anunciada con bombo y platillo, como era de esperarse. Lástima que sólo haya sido eso: un concierto con una renombrada figura del canto mundial y que no se le aprovechara, no obstante los retos que ello significara, para una producción escénica, como podría suponerse de una compañía operística en pleno festejo en el Palacio de Bellas Artes.
Así es la mezzosoprano letona Elīna Garanča, quien como en 2017 volvió a sobreestimular las expectativas líricas del público mexicano como pocas veces (o nunca) en los últimos años. Y, en ese sentido, no lo defraudó.
Desde que salió a escena con un luminoso vestido con base dorada y plata, como la emisión de su voz, la letona reafirmó su personalidad refinada, elegante y, sobre todo, muy consciente de sus cualidades vocales y su evolución, lo que se podía comprobar en la selección del programa, integrado por caramelos para su instrumento, en cierta medida breve y algo caprichoso, ordenado con particularidad para ser cómodo y lucidor.
Si bien Elīna Garanča no deja atrás su pasado barroco, belcantista y clásico, desde tiempo atrás sí quedaron a un lado los personajes travestidos que tan bien le funcionaron, tanto como los personajes de una naturaleza más ingenua e infantil, por decirlo de algún modo. La mezzosoprano expresó días antes, en conferencia de prensa, que no gusta de interpretar ningún papel en más de 50 ocasiones, lo que le obliga a replantearse su repertorio y sus posibilidades interpretativas.
Siguieron dos piezas ya asentadas en el repertorio verista de la cantante: “Voi lo sapete o mamma” de Cavalleria rusticana de Pietro Mascagni e “Io son l’umile ancella” de Adriana Lecouvreur de Francesco Cilea. De Samson et Dalila de Camille Saint-Säens, la orquesta abordó la Bacchanale y con la solista báltica la célebre aria de seducción “Mon cœur s'ouvre à ta voix”.
Luego de lo francés, y de vuelta a la italianísima Cavalleria rusticana (nótese entonces lo arriba adjetivado como orden caprichoso), se interpretó el Intermezzo y luego Garanča unió su voz al coro en “Regina Coeli… Ineggiamo, il Signor non è morto”.
Bajo la concertación de Orbelian, la orquesta convocó un sonido decoroso y pulcro (libre de fallas), si bien algunos tiempos se percibieron algo pausados y en ciertas frases, sobre todo las de carácter verista, podía apetecerse más filo.
Es importante decir que se utilizó la nueva concha acústica del recinto (flamante al menos en materia lírica, pues otras agrupaciones ya la han utilizado regularmente) y en una primera impresión la imagen sonora resulta algo plana. Los metales, por ejemplo, pasaron desapercibidos, sin brillo. Por entusiasmo, al coro no debió ponérsele reparos.
Para el intermedio, por su parte, Elīna Garanča había dado muestras contundentes de su escuela y del despliegue de cualidades. Su esmaltada y no obstante lustrosa voz es manejada con maestría técnica y delicado gusto interpretativo. No grita al cantar, lo que se valora con claridad (de nuevo) en los acentos veristas que aborda, sin desbordarse. La emisión se aprecia natural, quizás en estricto sentido fría, calculada, gélida seguramente para quien busca intensidad de emociones pero, en sus códigos, irreprochable y ejemplar. Suena como en una grabación cuidadosa y metódica
Si todo ello hace de Garanča una referencia obligada en el panorama operístico actual, a su canto, a su idea de canto y a su filosofía vocal, se suma una belleza escénica que fulgura. No por exótica o estrafalaria, sino justo por una imagen como de portada de revista, que agrada e invita al deleite sutil, que se aleja del aspaviento. Luego del intermedio, Elīna Garanča volvería a escena con un vestido negro sobre el que lució una suerte de gabardina fucsia que le dio aires fashionistas para sumergirse en España, país en el que pasa parte de su vida.
La recta final de la gala llegó con pasajes de Carmen de Georges Bizet, infaltable para el público, para los intérpretes operísticos y, de manera especial en este caso, Elīna Garanča. En primer lugar, el Preludio, con la orquesta. En segundo, en voz de la mezzosoprano letona, la habanera, las seguidillas y la canción bohemia.
La musicalidad, la intención rítmica, los reguladores de emisión, las inflexiones y los matices de Garanča, entre otras herramientas técnicas y expresivas, fueron sorprendentes y admirables, lo que compensó toda posible frialdad interpretativa de la mezzosoprano báltica.
Como es de suponerse, desde mucho antes el público había entrado en éxtasis. Incluso cronistas añosos o novicios que escribirían sobre la gala fallarían al consignar los encores en sus respectivos medios de comunicación. La Ópera de Bellas Artes erraría en sus redes sociales al consignarlos como bises. Probablemente, ya no escuchaban de la emoción que les invadía.
Con “Carceleras” de Las hijas del Zebedeo de Ruperto Chapí
(pieza en la que la cantante se dio el simpático lujo de gorgorear
exageradamente acaso como recuerdo de su años belcantistas), la canción
“Granada” de Agustín Lara y el aria “O mio babbino caro” de Gianni Schicchi de Giacomo Puccini, Elīna
Garanča cerró una velada tendiente a la exquisitez, media infrecuente de la
Ópera de Bellas Artes en su pasado.
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