Foto: Cory Weaver / LA Opera
Ramón
Jacques
La divertida commedia per música en cuatro actos de Mozart, Le Nozze di Fígaro, es un título que no debe faltar de la programación de los importantes escenarios estadounidenses, y en el Dorothy Chandler Pavilion, teatro sedé de la LA Opera es una ópera que representa con regularidad. De hecho, esta nueva producción escénica vista aquí por primera vez, es la reprogramación de las cancelaciones que el teatro tuvo que realizar a causa de la pandemia. Parece que los teatros estadounidenses, voltean cada vez más hacia los teatros europeos con el fin de ofrecer nuevas ideas artísticas y escénicas, y en esta coproducción participaron los teatros franceses Théâtre des Champs-Elysées, así como la Opéra National de Lorraine y Les Théâtres de la Ville de Luxemburgo. Aunque a decir por la nómina de creadores estadounidenses del proyecto, el director escénico el cineasta James Grey, el diseñador Santo Loquasto (cuya carrera ha estado siempre muy ligada al cineasta y actor Woody Allen y en su trabajo operístico especialmente a este teatro), la iluminación de York Kennedy, y las coreografías de Kitty Mcnamee, parecería que son en realidad los teatros europeos que buscan hacer alianzas con los teatros de este lado del mundo. Solo los vestuarios, de buena manufactura diseño y trazo fueron ideados por el diseñador francés Christian Lacroix. Las coproducciones son una necesidad que les permite a los teatros optimizar sus recursos, y aunque se trata de un montaje directo, apegado a escenas y litografías extraídas de la España, concretamente de la Sevilla del tiempo que indica el libreto, lo que se vio desde el punto de vista del espectador fue una escena cargada de muchos elementos sobre el escenario, inexplicables escaleras, puertas, algunas sin sentido que saturaban el escenario, y que a la larga, francamente resultaron una distracción para la espectador, de la música y la escena. James Grey en su dirección escénica, quiso enfatizar el tema de la diferencia de clases entre los personajes, y las jerarquías, creando situaciones cómicas, muchas de ellas ya vistas hasta el cansancio en otras producciones. Lo anterior me hace pensar, nuevamente, en la idea del célebre director de escena Peter Sellars, quien recientemente afirmó que quizás el futuro del teatro operístico, no requiere más que un buen trabajo actoral que permita entender la obra, enfocándose en el canto y la música, y de romper de cierta forma esa barrera o distancia, ficticia y escénica que aleja al público de la escena. Personalmente pienso que esa idea se hubiera aplicado bien en esta ocasión. En el elenco sobresalió el bajo-barítono Craig Colclough, artista nativo de esta región del Sur de California, quien desplegó una voz amplia en su proyección, pero cautivadora en su color y su expresividad. Como Fígaro lució juvenil, muy activo y divertido en escena. La soprano Janai Brugger, que debutara aquí en esta misma ópera en el 2010 como Barbarina, personificó y cantó muy bien el papel de Susanna, sobresaliendo en su aria “Giunse alfin il momento - Deh vieni, non tardar” Un grato descubrimiento fue escuchar a la mezzosoprano Rihab Chaieb como Cherubino, una artista que se mueve con naturalidad y convicción, y que sabe darle a su canto oscuro toques de suavidad. Ana María Martínez sacó adelante con su larga experiencia el papel de la Condesa, y el barítono Luchas Meachem, personificó a un irascible y agresivo Conde; es un cantante de indudables cualidades y un artista consolidado, que sin embargo no me parece especialmente ideal o apto para Mozart. Sobresalientes por su canto y su desenvolvimiento actoral estuvieron la legendaria mezzosoprano Marie McLaughlin como Marcellina, y el bajo islandés Kristinn Sigmundsson como el Doctor Bartolo. Como parte del elenco se pudo escuchar al tenor Rodell Aure Rosell (Don Basilio), la mezzosoprano Deepa Johnny (Barbarina), el bajo-barítono Alan Williams (Antonio) y el tenor Anthony León (Don Curzio), quien, aun formando parte del programa de jóvenes cantantes del teatro, realiza paralelamente una interesante carrera internacional. Imagino pronto dejaremos de verlo en papeles secundarios con esta compañía. En su primera aparición esta temporada en el teatro del que es su director musical estuvo James Conlon, en el foso: cuya presencia de extraño en las pasadas producciones Lucia di Lammermoor y Tosca, y en su retornó se notó orden, cohesión y mayor nivel en la orquesta, que dirigió con su habitual conocimiento, seguridad y entusiasmo, ofreciendo una concertación digna de este teatro y esta orquesta. Simpático estuvo el detalle del pianista al lado del foso, quien, en un nivel superior a la orquesta, y caracterizado como Mozart acompañó los recitativos.
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