Tuesday, March 21, 2023

Powder Her Face en el Teatro Regio de Turín

Foto: Andrea Macchia

Massimo Viazzo

Después del aclamado estreno italiano de The Tempest en la Scala de Milán, el Teatro Regio de Turín propuso en su temporada otra obra maestra operística de Thomas Adès, Powder Her Face, que nunca antes había sido representada en la capital piamontesa, la ópera escandalosa, la ópera escabrosa, la ópera irreverente que al día de hoy ha conquistado al público de todo el mundo.  De hecho, las dos obras de Adès están entrando de manera estable en el repertorio, un poco por todas partes, en un caso más único que raro entre los títulos operísticos compuestos en las últimas décadas.  La música de Adès gusta, la música de Adès cautiva y convence.  Algo que parecería increíble cuando se habla de compositores contemporáneos que parecerían estar más ocupados en una especie de autocomplacencia intelectualista en vez de interesarse a involucrar más al público de una manera musicalmente inmediata. Adès tiene la rara capacidad de saber utilizar materiales antiguos haciéndolos parecer nuevos, empleando al mismo tiempo también materiales contemporáneos como si fueran clásicos.  El secreto está todo ahí.  El innato sentido teatral, heredado de un coterráneo con quien a menudo se le compara, Benjamín Britten, hace el resto en cuanto a comunicación y afiance dramático.  Es así como al final, surge el deseo de sumergirse en su música, atraídos como abejas por una flor, fascinados por melodías, timbres y ritmos nunca predecibles y banales que, a pesar de sonar modernos, sorprendentemente forman parte de nuestra experiencia musical. Powder Her Face es una ópera de cámara compuesta hace alrededor de treinta años, cuyo libreto irónico y sarcástico, pero con un regusto melancólico, nos cuenta sobra la venturosa vida de Ethel Margaret Whigman, sobre todo por sus desprejuiciadas practicas eróticas con decenas de hombres debido a su nunca inactivo apetito sexual.  Una lista de hombres digna de un Don Giovanni con falda aderezado en la sede del juicio con las famosas y licenciosas tomas fotográficas realizadas con la gloriosa Polaroid. El tormentoso divorcio del segundo marido, Ian Douglas Cambell, décimo primer duque de Argyll, y su consecuente proceso desató un grande clamor en Inglaterra en 1963. Para esta nueva producción fue reabierta la sala del Piccolo Regio Puccini y el público (entre el que se vieron a muchos jóvenes) mostró haber apreciado la propuesta del teatro turinés.  La baqueta le fue confiada al joven y talentoso director de orquesta Riccardo Bisatti, y se puede afirmar que esta elección no pudo ser más acertada.  Bisatti concertó una complicadísima partitura con gran lucidez y seguridad mostrando una madurez fuera de lo común, logrando estimular a la orquesta del Teatro Regio, poco habituada al repertorio contemporáneo y aquí en formación de cámara, con un gesto preciso e incisivo, sin perder nunca de vista la relación con el escenario y los cantantes.  El paso cinematográfico indicado por el director se unía muy bien a la visión escénica de Paolo Vettori quien se ha ajustado a un espectáculo ágil, dinámico, y nunca vulgar, a pesar del tema picante, ambientando la historia en la recamara de la Duquesa, con una gran cama que dominaba el centro del escenario y pocos elementos escénicos que hacían de corolario. Interesante fue la idea de Vettori de agregar en escena a un personaje mudo, un mimo con la cara vendada (el poliédrico Marco Caudera) que marcaba temporalmente los hechos como si fuera una especie de memoria antigua de los hechos mismos, y que, relacionándose con la protagonista, parecía casi su alter ego interior y onírico.  El elenco pareció muy equilibrado comenzando con Irina Bogdanova, una duquesa cantada con timbre aterciopelado, encanto y pulido fraseo.  Emocionante fue su despedida al final de la ópera, quizás el clímax de la partitura de Adès. Amélie Hois impresionó por la facilidad de la coloratura y la emisión de las notas agudas.  Su interpretación en el papel de la camarera (además de cinco otros personajes agradó por su desenvoltura y malicia, mientras que Thomas Cilluffo cantó sus cinco papeles con timbre sano, comunicación y contagiosa simpatía.  Voz potente y robusta fue la del bajo Lorenzo Mazzucchelli que supo hacerse apreciar en su diatriba acusadora cuando vistió el papel del Juez en la fundamental sexta escena de la ópera. Naturalmente que Mazzucchelli cantó más papeles, como está previsto en el libreto de Philip Henscher que ha querido asi despersonalizar a cualquiera que interactuara con la duquesa, la única, verdadera y autentica protagonistas. ¡Al final fue un éxito merecido!



No comments:

Post a Comment

Note: Only a member of this blog may post a comment.