Massimo Viazzo
Cuando
un teatro elige poner en escena I Vespri Siciliani de Giuseppe Verdi se
enfrente a la disyuntiva de qué versión elegir, la original en francés (Les
Vêpres Sicilienne estrenada en la Opéra de París en junio de 1855) o la del
libreto traducido al italiano, quea la larga se ha convertido en la versión más
representada. Es curioso que el máximo teatro italiano haya elegido en este 2023
esta segunda versión, tomando el libreto de Eugenio Caimi el autor de una
traducción que no es precisamente memorable de la de Scribe y Duveyrier.
Además, en esta producción, se eliminó el ballet del tercer acto, como también
el del primer número del quinto acto. Todo en conjunto pareció poco incomprensible
para quienes siguen los eventos scaligeros porque el director musical del
teatro, Riccardo Chailly, en sus propuestas ha estado muy atento a recuperar,
aunque sea en pocos pasajes, pinceladas de las versiones originales, en sus
investigaciones personales que tienen el de fin hacer ofrecer al público obras
nunca antes escuchadas o raras con referencia a las primeras ediciones.
Considerando que I Vespri nunca se ha escuchado en la Scala en la versión
original francesa, nos hace pensar que la de este año pareció una ocasión
perdida. Después, fue poco afortunada la elección de encomendar la puesta
en escena del espectáculo a Hugo De Ana. De hecho, su dirección es
clamorosamente un retroceso. De Ana colocó la acción original, que está
ambientada a finales del siglo XIII, y que describe la revuelta de los
sicilianos contra la dominación francesa, en la conclusión de la segunda guerra
mundial, en el momento del desembarco de los aliados americanos en Sicilia. Una
operación admisible como también legítima, pero ¡por caridad! el director
argentino se limitó a colocar sobre el escenario elementos que nos refieren a
los hechos bélicos – soldados con cascos, fusiles, carros armados, cañones,
incluidas las explosiones de bombas- sin cuidar de la mínima manera los
movimientos escénicos de los personajes, y dejando así a los cantantes a
aferrarse a gestos estereotipados, hoy tan viejos de siglo y medio. Solo
postales ilustradas con fondos militares, y tableaux vivants escénicamente
estériles. Frecuentemente hubo también una frecuente referencia al séptimo
sello de Bergman con la muerte que juega un partido de ajedrez con Monforte.
Pero hubo una cita totalmente gratuita. Tampoco convenció, la conducción
musical. Fabio Luisi, tratando con la obra maestra verdiana impuso tiempos ajustados,
metrónomicos (demasiado), dando la sensación de no respirar con el escenario,
perdiendo también la sincronía en algunas circunstancias. El director genovés
no pareció estar muy interesado en cuidar los timbres y tampoco la dinámica
orquestal lució reducida. Llegando al elenco, de nivel adecuado (incluidos los
roles menores) Marina Rebeka interpretó una Elena con voz no sólo ágil y fácil
en los agudos, sino también muy timbrada e intensa en el acento. El vértice de
su interpretación, corazón emotivo de la velada, fue el conmovedor y vibrante
cantábile; Arrigo! Ah, parli a un core (Del actoIV). Convenció también el
Arrigo de Piero Pretti, tenor de timbre claro, squillante en los agudos, con
emisión homogénea y musical en el fraseo. Luca Michieletti interpretó un
Monforte monolítico, con voz amplia y bien proyectada sobre todo en el registro
medio bajo. Sin embargo, los agudos no parecían estar siempre encendidos. El agitador
Giovanni da Procida, tuvo la voz rotunda y timbrada de Simon Lim, que sin
embargo estuvo un poco monótono en la expresión y poco revolucionario en el
acento. El Coro del Teatro alla Scala encontró su momento de entusiasmo durante
la gran alocución que concluye el acto III, y fue justamente premiado con una ovación
del público.
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