Foto: Fabio Parenzan para el Teatro Verdi di Trieste
Rossana Poletti
Fue necesario Richard Strauss y
su Ariadne auf Naxos para hacernos
comprender lo poco que ciertos ricos estaban interesados en la creación de un
espectáculo, lo poco que entendían la dinámica que rodea dentro de la preparación
de una obra teatral. “Pago y quiero lo que quiero, aunque lo que quiero sea
algo imposible” “¡Nunca debí haberlo permitido! ¡Tampoco deberías haberme
permitido que lo permitiera! ¿Cómo te atreves a arrastrarme a este mundo
asqueroso? ¡Yo, aquí!... ¡Yo!... ¡Déjame congelar, languidecer, congelarme en
lo mío!” grita el compositor al maestro musical en el prólogo de la ópera,
cuando el mayordomo (Peter Harl)
interviene durante la preparación de los dos espectáculos encargados, una ópera
seria y una brillante comedia, afirmando que entre la cena y los fuegos
artificiales se acaba el tiempo y que de los dos eventos solo uno deberá
llevarse a cabo. “La pantomima danzante no se presentará ni como epílogo ni
como prólogo, más bien al mismo tiempo que la trágica ópera Ariadna”, afirma el
hombre, la única voz recitante. Y lo que el libretista Hugo von Hofmannsthal
cuenta fantasiosamente no debió haber sido un caso esporádico, ya que el propio
director de la actual producción Paul
Curran afirmó haberse encontrado en varias ocasiones similares. Lo cierto
es que Ariadne auf Naxos en escena en
el Teatro Verdi de Trieste es una maravillosa síntesis de diferentes mundos
teatrales, sustentada por una música que cambia tan refinadamente en diferentes
situaciones: románticamente wagneriana y extraordinariamente moderna. Así, en
una primera parte (el crujiente prólogo) que recuerda más a una opereta que a
una ópera cómica, a la que le sigue la ópera más seria y a veces monótona a la
que tampoco le faltan ideas entretenidas en la dirección de Curran fueron
recuperadas aquí en Trieste por Oscar
Cecchi. Richard Strauss eligió para esta obra un equipo de cámara, en
homenaje a los vieneses del siglo XVIII, enriquecido con instrumentos del siglo
XX como: trombón, diversas percusiones, piano, harpas, celesta y armonio, como
lo subrayó el director musical Enrico
Calesso quien dirigió la ópera y con gran maestría a la Orquesta del Teatro
Verdi. Dos primas donnas en escena representan dos mundos diferentes: Arianna
la ópera seria, y Zerbinetta al frente del equipo de bailarines y comediantes. Simone Schneider, en el papel de
Arianna, dominó la segunda parte con una hermosa voz, de gran extensión en los
agudos, una presencia escénica que sostuvo admirablemente la situación cuando a
su alrededor la multitud de máscaras hacia sus incursiones en escena,
desvirtuando la gravedad del momento de la invocación a su muerte. Liudmila
Lokaichuk, en el papel de Zerbinetta, encantó al público con su capacidad
de bromear y de interpretar su papel en una música compleja porque es
irreverente del tedio de la ópera dramática, pero al mismo tiempo exalta el
amor. Su aria "Großmächtige Prinzessin" recibió un fragoroso y cálido
aplauso del público fascinado por su espléndida interpretación. Incluso el
compositor que domina el prólogo, interpretado por la mezzosoprano Sophie Haagen tuvo una óptima prueba
tanto en su interpretación actoral como en la canora, al igual que el maestro
musical de Marcello Rosiello. Menos
brillante estuvo Heiko Börner (Baco)
con una voz algo débil, sobretodo en comparación con Ariadna de la soprano
Schneider. El cuarteto de máscaras estuvo
brillante y entretenido, al igual que el trío de damas de Arianna, ellos
fueron: Brighella de Christian Collia,
Arlequín de Gurgen Baveyan, Scaramuccio
de Mathias Frey y Truffaldino de Vladimir Sazdovski; así como Najade de Olga Dyadiv, Echo de Chiara Notarnicola y Driade de Eleonora Vacchi. Como también mencionar
al maestro de baile de Andrea Galli,
al lacayo de Francesco Samuele Venuti
y al oficial de Gianluca Sorrentino.
¡Las escenas eran imponentes! El fondo de un palacio animado por las idas y
venidas de extraños en el prólogo, los restos de un templo griego en el acto de
la ópera seria, todo aquello aderezado con un conjunto de vestuarios que iban
desde la suntuosidad de la parte "mitológica" hasta la vestimenta llamativamente
moderna del prólogo: la representación de un mundo de artistas 'más allá' - de
una elección de dirección escénica que hizo que la comparación de las dos
realidades, la dramática y la brillante, debieran integrarse aún más;
obviamente una integración imposible, coronada por el traje blanco de bailarina
de Zerbinetta con un enorme corazón rojo en el pecho. Antes de comenzar, los
camareros vestidos con ropa blanca que deberían asistir con los invitados a los
dos espectáculos se encontraban en la platea para recibir al público, y el
Peluquero (Dario Giorgelè), todo un
personaje, perseguía a las señoras para arreglarles el pelo. Así nos adentramos
en la música de Strauss. No dejaremos de señalar que la expresión "dejar
plantado" nació precisamente de esta obra, pero como demuestra el final cuando
Baco salva a Ariadna de su deseo de muerte, enamorándola y llevándola de nuevo
al Olimpo, por lo que a veces quedarse plantado puede ser algo bueno, presagiando
nuevas experiencias positivas. Zerbinetta repite a lo largo de la ópera que hay
algo más sucede después de la muerte “¿Quieres apostar? que se le aparece un
joven apuesto de profundos ojos negros…” y la premonición sucederá. Este
montaje nació de una coproducción entre la Fondazione del teatro Comunale de
Bolonia con la Fenice de Venecia y el teatro Verdi de Trieste. Los decorados
fueron de Gary McCann y el diseño de
las luces de Howard Hudson.
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