Foto: Timothy Norris at the Walt Disney Concert Hall, provided courtesy of the Los Angeles Philharmonic Association
Ramón
Jacques
La sala de conciertos Walt Disney
Hall, sede de la orquesta LA Philharmonic, situada en el corazón de la ciudad
de Los Ángeles cumple este año 20 años de existencia (se inauguró el 23 de
octubre del 2003) y fue diseñada, con su construcción supervisada y llevada a
cabo, por el célebre arquitecto y diseñador canadiense-estadounidense Frank Gehry (1929) creador de una
extensa lista de emblemáticas construcciones alrededor del mundo, que entre las
más conocidas se encuentra el museo Guggenheim en Bilbao, España. La orquesta quiso celebrar el veintenario de la
sala, y realizar un homenaje en vida al propio Gehry, quien estuvo presente en
la sala a pesar de su avanzada edad, con la ejecución de forma escénica de Das Rheingold, ópera épica en un acto
con música y libreto de Richard Wagner (1813-1883), que hasta hoy no había sido
interpretada por la orquesta, que solo incluyo La entrada de los dioses al Valhalla en un concierto en 1919 y su Finale en el año 1922. Sin embargo, la ópera es un género que ha
estado siempre presente a lo largo de la historia de la orquesta y que en
temporadas recientes ha ofrecido: Die
Walküre (en su temporada de verano en el Hollywood Bowl), y Tristán e
Isolda de Wagner, además de Carmen de Bizet y Pelléas et Mélisande de Debussy,
entre otras, pero siempre en versión de concierto o semi-escénica. Lamentablemente esta sala no es un espacio
apto o adecuado para presentar óperas en versión escénica, al menos no de
manera exitosa, como sucedió durante el ciclo de óperas de Mozart-Da Ponte, que
sobresalió en el aspecto musical y vocal, no así en el aspecto visual y
escénico. Aun así, y dentro del espíritu
celebrativo de la ocasión, la obra se ofreció con una concepción escénica ideado
por Frank Gehry, quien situó una
plataforma, o escenario, de espacio algo limitado (en la parte trasera superior
de la sala, en las butacas destinadas el coro y donde se encuentra el enorme
órgano de la sala) y que llenó de instalaciones abstractas, de cubos y
rectángulos de madera, y un enorme pasillo o proscenio al frente de la
orquesta, por donde se desplazaban los cantantes, quienes también lo hacían por
momentos entre los instrumentistas. El
escenario donde se ubicó la extensa orquesta se tiñó de negro, creando un oscuro
foso de orquesta, y a la vez un contraste, que resaltaba de manera visualmente
estética por el colorido de los vestuarios, además de la resplandeciente
iluminación del cineasta Rodrigo Prieto
logrando que la atención se enfocara en los cantantes y la trama. En lo alto del escenario colgaban algunas
tenues cortinas sobre las cuales se proyectaban imágenes de elementos como
fuego, agua, tierra, y los subtítulos. Los vestuarios de Cindy Figueroa, mas allá de su estilo moderno y llamativo, no
resaltaron ni lucieron particularmente por belleza o atracción, como tampoco
resulto del todo efectiva la dirección escénica de Alberto Arvelo, quien batalló con las limitaciones de espacio
descritas, y en su búsqueda por darles un cierto carácter humano a los
personajes, por momentos pareció explotar una innecesaria verve-comica, que se asemejaba más a una Flauta Mágica, que a un
ideneo ambiente wagneriano. Un acierto fue la puntual y sobresaliente elección de
cantantes, en su mayoría estadounidenses, que encabezó el bajo barítono
estadounidense Ryan Speedo Green,
quien hace año y medio cautivó aquí como Kurwenal en Tristán e Isolda, y que de
nueva cuenta exhibió su voz potente, intensa y grata, que sumada a su
personalidad escénica confirió autoridad al personaje de Wotan, así como la
mezzosoprano Raehann Bryce-Davis
idónea, eficiente y vocalmente feroz para dar vida a una convincente e
indiscutible Fricka. El tenor Simon
O’Neill (más conocido por ser un notable Siegfried) sacó adelante muy bien
al soberbio e intrigoso Loge. El tenor Barry
Banks, cumplió con su parte vocal de Mime, aunque algo sobreactuado y
excedido por momentos; y el barítono alemán Jochen Schmeckenbecher aportó su experiencia y eficacia al odioso
Alberich. Ampliamente satisfactoria fue la participación de la mezzosoprano Tamara Mumford, conmovedora y noble en
el papel de Erda. Adecuados y correctos
estuvieron el resto de los cantantes del elenco como: Morris Robinson, un confiable bajo de vastas cualidades como
Fasolt, el bajo Peixin Chen como
Fafner, y la soprano Jessica Faselt
como Freía. Sin olvidar la participación de las sopranos Ann Toomey como Woglinde, y Alexandria
Shiner como Welgunde, el tenor John
Mattew Myers como Froh y la mezzosoprano Taylor Raven como Flosshilde asi como el valioso y experimentado
bajo-barítono Kyle Albertson quien personifico
con buen aspecto y canto probado al personaje de Donner. La orquesta se mostró como una fuerza
iluminadora, y ejecuto las intricadas texturas con claridad y balance. El
sonido orquestal fue vibrante y los músicos resaltaron por la uniformidad con
la que se condujeron en cada sección. Al frente de los músicos Gustavo Dudamel, quien con el paso del
tiempo ha dejado de ser un explosivo y frenético director, ahora parece buscar
y extraer de manera meticulosa cada detalle. Salvo algunos pasajes al inicio de
la obra cuya elección de tiempos lentos se escuchó algo pesada y tediosa, con
el transcurrir de la obra fue calibrando hasta extraer y transmitir una contagiosa
emoción, vibración y agitación. La entrada al Valhalla fue verdaderamente
emocionante. La orquestación de Wagner tiene ese efecto que va envolviendo
lentamente al público hasta llevarlo a brindar una sincera, pero explosiva y
tumultuosa ovación en la que se puede percibir el efecto que esta música
provoca.
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