Massimo Viazzo
A diez años de la partida de
Claudio Abbado, el Teatro alla Scala ha programado una de sus óperas más
queridas y apreciadas, Simon Boccanegra. Como recuerdo de las memorables
funciones scaligeras de1971 (con la dirección de GiorgioStrehler) que dieron a
la obra maestra verdiana una lectura de rara fuerza dramática debida a una
nueva y potente visión interpretativa y a un elenco extraordinario. Desde
entonces, Boccanegra, ópera oscura como pocas otras y no muy representada hasta
ahora, entró por la puerta principal del repertorio de cada teatro lírico, como
era justo que sucediera. En esta ocasión, la dirección escénica le fue confiada
a Daniele Abbado, hijo del director
de orquesta, y afirmó inmediatamente que el espectáculo asistido fue aburrido,
carente de ideas y visualmente decepcionante. No basta una etiqueta genérica de
minimalismo para enmascarar la nimiedad del todo. Tampoco se notó una dirección
en los cantantes, que fueron siempre dejados a sí mismos con los solitos gestos
estereotipados y movimientos convencionales. Ni la baqueta de Lorenzo Viotti pudo convencer
plenamente. El joven director suizo mostró una incuestionable pericia en el
cuidado de ciertos particulares orquestales, de timbres y de fraseo (¡la
orquesta de la Scala sonó muy bien!) pero se le escapó una visión más completa
y teatralmente estimulante. Cuando a una obra lúgubre como Simon Boccanegra le falta el paso teatral se
arriesga a caer en el aburrimiento. En definitiva, Viotti pareció más
interesado en lo que sucedía en el foso que sobre el escenario. El elenco fue
dominado por el Boccanegra de Luca Salsi que continúa encadenando éxitos en
papeles verdianos por todo el mundo mostrándose, quizás, como el intérprete der
eferencia de nuestros días. Salsi mostró un acento vibrante, apasionado, y sabe
cómo ser multifacético, cantar piano y matizar, con un timbre siempre viril y
gallardo cuando le es necesario. Su Simone fue humano y conmovedor. Eleonora Buratto interpretó el papel de
Amelia Grimaldi mostrando una indudable pureza y nitidez en su timbre. Su acento
fue el adecuado y la línea de canto clara y musical con un fraseo comunicativo,
aunque por momentos, pareció ser un poco prudente para afrontar el registro más
agudo. Charles Castronovo personificó
un Gabriel Adorno enternecedor, como también atrevido, y a veces vehemente,
evidenciando una cierta facilidad en los agudos, con cuerpo y bien timbrados, pero
una línea de canto un poco forzado que en general no estuvo siempre homogénea, sobretodo
en su zona central. Optimo estuvo el Paolo Albiani de Roberto De Candia, cantado con perfecta dicción, emisión bien
sostenida y envidiable proyección vocal. Asimismo, fuedel todo insatisfactoria
la prueba de Ain Anger en el papel
de Jacopo Fiesco. La voz del bajo estonio no pareció ser homogénea en el timbre
y estuvo fatigosa en la emisión. Sus frases musicales se deshacían con esfuerzo,
y también pareció problemática su dicción. Al final, se debe señalar la presencia
siempre atenta y precisa del Coro del Teatro alla Scala dirigido por Alberto Malazzi.
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