Fotos: J. Katarzyna Woronowicz
Ramón Jacques
Con La Traviata,
ópera en tres actos de Giuseppe Verdi (1813-1901) con libreto en italiano de
Francesco Maria Piave – quien se basó en
la novela de Alejandro Dumas, La dama de las camelias (1848),
perteneciente a la trilogía popular operística que compuso Verdi, y a la vez
una de las obras más representadas en la actualidad (por número de
representaciones fue el tercer título más representado en el 2024) concluyó una
temporada significativa, la numero 60, de la Ópera de San Diego, que
personalmente me genera malestar ver como la que fue una importante compañía
operística no solo ha ido disminuyendo su cantidad de producciones y funciones,
si no que ha bajado considerablemente su calidad artística, y han alejado los
importantes cantantes que conformaban los elencos en el pasado. Parece ser que
la actual administración a cargo del teatro no ha encontrado una forma o
combinación convincente de devolverle al teatro el lugar que le
corresponde en el mapa operístico estadounidense, como tampoco de ofrecer
espectáculos de mejor calidad al público de esta ciudad, que antes solía atraer
gente de Los Ángeles, como de otras regiones de California y de otras
latitudes. La fórmula
de ofrecer obras contemporáneas, fuera del enorme y vetusto, Civic theatre, de
ofrecer galas y recitales no funcionó y
debió ser eliminada por completo. Previo al inicio de esta función se
anunciaron los títulos de la que será la próxima temporada que incluye
Pagliacci, Barbero de Sevilla y Carmen, así como la extensión del contrato del
maestro Yves Abel como director musical del teatro hasta la temporada 2030. Esta Traviata es un ejemplo fehaciente de los
altibajos vistos desde el punto de vista artístico y visual del espectáculo, ya
que los opulentos, elegantes y coloridos vestuarios de la época que indica el
libreto, propiedad de la Washington National Opera, ideados por Jess
Goldstein, contrastaron con la simplicidad y la apariencia rudimentaria y
carente de ingenio artístico de los escenarios que consistían en colocar la
escena sobre pequeñas tarimas cuadradas, o rectangulares -en el segundo acto-
que se deslizaban en los cambios de escena, que creaban amplios espacios sobre
el escenario, pero que en escenas como el cuarto acto ver a 5 personajes más la
cama de Violetta se veían saturados imposibilitando movimientos de los
cantantes que mostraran la existencia de una verdadero trabajo actoral , y las proyecciones al fondo del escenario que
representaban las paredes de un jardín – en el segundo acto- o la pared o muro
del interior de un salón, visto en el primero como en el último acto. Tal carencia de ideas y falta de recursos,
provocaron irritación en el público, angustia de que el escenario no era
aprovechado como se debía. En resumen, se trató de un montaje escénico que en
realidad no lo era, y en tal caso, con estas circunstancias una versión en
concierto francamente hubiera sido una solución más idónea. El diseño de las escenográficas se atribuye
en el programa a Tim Wallace, igual que las proyecciones, y más que ser una
coproducción con otros teatros fue una creación del teatro para sacar adelante
la función y quizás evitar costos. La
parte vocal del espectáculo también tuvo sus claroscuros, pero comenzare por
mencionar lo notable que fue la participación de la soprano canadiense Andriana
Chuchman, quien supo sacar adelante el papel con buenos medios vocales,
experiencia, y sobre todo porque supo gestionar de manera adecuada y
convincente las exigencias actorales y vocales que para este personaje fuera in
crescendo en la dificultad que va suponiendo cada acto, y hacer un
personaje en términos generalas convincente y satisfactorio. Su canto es nítido, colorido, alegre y supo
darle sentido a su expresión, a su fraseo y a su proyección, a pesar de ciertas
imprecisiones en la dicción. Por su
parte el barítono Hunter Enoch, a quien ya había escuchado en el Anillo
de Wagner en Dallas hace un año, mostró que posee un instrumento potente en
proyección, pero que aquí supo modular, colorear y darle ese sentido de canto
verdiano que le pertenece al personaje.
Escénicamente se vio seguro en escena, y a pesar de su juventud le
confirió al papel de Germont, la apariencia, el estilo y el comportamiento de
un hombre mayor. Sus arias fueron
cantadas con intensidad, pero buen manejo de la voz, a pesar de una tonalidad
robusta, pero bien aprovechada. El
eslabón más débil del elenco fue el Alfredo del tenor Zach Borichevksy, Zach
Borichevsky por su irregular desempeño vocal, si bien su voz es de cálido y grato
color, y posee buena proyección, por momentos esta parecía estrangularse,
descomponiéndose hasta emitir un sonido nasal, dificultad para emitir agudos, y
un sonio áspero. Su actuación fue algo
iba de la rigidez a la sobreactuación, y pareció estar en discordancia con el
papel de Violetta. Buen desempeño de
algunos de los intérpretes de los papeles menores como la destreza de la
mezzosoprano Tzytle Steinman, la Annina de Erika Nicole Alatorre,
o el canto refinado de Felipe Prado como Gastone de Letorières. Discretos
estuvieron el resto de los personajes. Bien
amalgamado y participativo se vio el San Diego Opera Chorus, que dirige el
maestro Bruce Stasyna. En el foso
estuvo el maestro canadiense Yves Abel, quien mostró oficio, seguridad
empuñando su batuta, con movimientos precisos pero efectivos, frente a los
músicos de la San Diego Symphony Orchestra, que saben imprimirle sutileza y
argucia a las partes que ejecutan, como quedó de manifiesto en le obertura y el preludio al último acto, ya que son
músicos profesionales y de buen nivel.



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