Thursday, May 29, 2025

La Traviata en San Diego

Fotos: J. Katarzyna Woronowicz

Ramón Jacques

Con La Traviata, ópera en tres actos de Giuseppe Verdi (1813-1901) con libreto en italiano de Francesco  Maria Piave – quien se basó en la novela de Alejandro Dumas, La dama de las camelias (1848), perteneciente a la trilogía popular operística que compuso Verdi, y a la vez una de las obras más representadas en la actualidad (por número de representaciones fue el tercer título más representado en el 2024) concluyó una temporada significativa, la numero 60, de la Ópera de San Diego, que personalmente me genera malestar ver como la que fue una importante compañía operística no solo ha ido disminuyendo su cantidad de producciones y funciones, si no que ha bajado considerablemente su calidad artística, y han alejado los importantes cantantes que conformaban los elencos en el pasado. Parece ser que la actual administración a cargo del teatro no ha encontrado una forma o combinación convincente de devolverle al teatro el lugar que le corresponde en el mapa operístico estadounidense, como tampoco de ofrecer espectáculos de mejor calidad al público de esta ciudad, que antes solía atraer gente de Los Ángeles, como de otras regiones de California y de otras latitudes.  La fórmula de ofrecer obras contemporáneas, fuera del enorme y vetusto, Civic theatre, de ofrecer galas y recitales no funcionó y debió ser eliminada por completo. Previo al inicio de esta función se anunciaron los títulos de la que será la próxima temporada que incluye Pagliacci, Barbero de Sevilla y Carmen, así como la extensión del contrato del maestro Yves Abel como director musical del teatro hasta la temporada 2030.  Esta Traviata es un ejemplo fehaciente de los altibajos vistos desde el punto de vista artístico y visual del espectáculo, ya que los opulentos, elegantes y coloridos vestuarios de la época que indica el libreto, propiedad de la Washington National Opera, ideados por Jess Goldstein, contrastaron con la simplicidad y la apariencia rudimentaria y carente de ingenio artístico de los escenarios que consistían en colocar la escena sobre pequeñas tarimas cuadradas, o rectangulares -en el segundo acto- que se deslizaban en los cambios de escena, que creaban amplios espacios sobre el escenario, pero que en escenas como el cuarto acto ver a 5 personajes más la cama de Violetta se veían saturados imposibilitando movimientos de los cantantes que mostraran la existencia de una verdadero trabajo actoral ,  y las proyecciones al fondo del escenario que representaban las paredes de un jardín – en el segundo acto- o la pared o muro del interior de un salón, visto en el primero como en el último acto.  Tal carencia de ideas y falta de recursos, provocaron irritación en el público, angustia de que el escenario no era aprovechado como se debía. En resumen, se trató de un montaje escénico que en realidad no lo era, y en tal caso, con estas circunstancias una versión en concierto francamente hubiera sido una solución más idónea.  El diseño de las escenográficas se atribuye en el programa a Tim Wallace, igual que las proyecciones, y más que ser una coproducción con otros teatros fue una creación del teatro para sacar adelante la función y quizás evitar costos.  La parte vocal del espectáculo también tuvo sus claroscuros, pero comenzare por mencionar lo notable que fue la participación de la soprano canadiense Andriana Chuchman, quien supo sacar adelante el papel con buenos medios vocales, experiencia, y sobre todo porque supo gestionar de manera adecuada y convincente las exigencias actorales y vocales que para este personaje fuera in crescendo en la dificultad que va suponiendo cada acto, y hacer un personaje en términos generalas convincente y satisfactorio.  Su canto es nítido, colorido, alegre y supo darle sentido a su expresión, a su fraseo y a su proyección, a pesar de ciertas imprecisiones en la dicción.  Por su parte el barítono Hunter Enoch, a quien ya había escuchado en el Anillo de Wagner en Dallas hace un año, mostró que posee un instrumento potente en proyección, pero que aquí supo modular, colorear y darle ese sentido de canto verdiano que le pertenece al personaje.  Escénicamente se vio seguro en escena, y a pesar de su juventud le confirió al papel de Germont, la apariencia, el estilo y el comportamiento de un hombre mayor.  Sus arias fueron cantadas con intensidad, pero buen manejo de la voz, a pesar de una tonalidad robusta, pero bien aprovechada.  El eslabón más débil del elenco fue el Alfredo del tenor Zach Borichevksy, Zach Borichevsky por su irregular desempeño vocal, si bien su voz es de cálido y grato color, y posee buena proyección, por momentos esta parecía estrangularse, descomponiéndose hasta emitir un sonido nasal, dificultad para emitir agudos, y un sonio áspero.  Su actuación fue algo iba de la rigidez a la sobreactuación, y pareció estar en discordancia con el papel de Violetta.  Buen desempeño de algunos de los intérpretes de los papeles menores como la destreza de la mezzosoprano Tzytle Steinman, la Annina de Erika Nicole Alatorre, o el canto refinado de Felipe Prado como Gastone de Letorières. Discretos estuvieron el resto de los personajes.  Bien amalgamado y participativo se vio el San Diego Opera Chorus, que dirige el maestro Bruce Stasyna.  En el foso estuvo el maestro canadiense Yves Abel, quien mostró oficio, seguridad empuñando su batuta, con movimientos precisos pero efectivos, frente a los músicos de la San Diego Symphony Orchestra, que saben imprimirle sutileza y argucia a las partes que ejecutan, como quedó de manifiesto en le obertura y el preludio al último acto, ya que son músicos profesionales y de buen nivel.



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