Foto: Mattia Gaido
Massimo Viazzo
El Rapto en el Serrallo es un singspiel en tres actos
de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), con libreto de Gottlieb Stephanie el
Joven, y fue representado por primera vez en Viena en 1782. La ópera se
distingue por el entrelazo entre elementos cómicos y sentimentales, que narran
la historia de Belmonte, el cual con el auxilio de su sirviente Pedrillo, se
lanza a una empresa audaz para liberar a su amada Constanza, su camarera
Blonde, y naturalmente a si mismo de la prisión de pasha Selim. La estructura
de la obra, característica del singspiel alemán, alterna diálogos
hablados de arias muy virtuosas, creando una experiencia teatral muy dinámica y
envolvente. La exótica ambientación, inspirada en la moda turca del tiempo,
contribuye a conferirle una atmosfera sugestiva y rica de fascinación. La
música de Mozart se revela con extraordinaria variedad expresiva, espaciando
las arias de bravura de Konstanze a los momentos cómicos de Pedrillo y Osmín,
hasta los pasajes orquestales, caracterizados de una vivaz paleta cromática y
de una notable riqueza de detalles. En esta obra maestra se celebran los
valores del ingenio, del amor y de la
clemencia, culminando un final en el que pasha, en un gesto inesperado, elige
el perdón en vez de la venganza, ofreciendo una profunda reflexión sobre la
naturaleza humana y sobre las posibilidades de redención. En Turín, llegó el montaje que fue estrenado
en la l’Opéra Royal de Versalles en el 2024, en traducción al francés. En esta ciudad piamontesa el singspiel
mozarteano fue representado en la versión original en lengua alemana. El espectáculo curado por Michel Fau
(repuesto por Tristan Gouaillier) creó una ambientación casi de fábula,
inspirada en Las mil y una noches, enfatizando el orientalismo de la historia
narrada en el libreto. Tal ambientación
fue hecha de manera eficaz con los
escenarios pintados y evocativos de Antoine Fontaine, acompañados por
refinados y coloridos vestuarios de David Belugou. A pesar de ello, esta
puesta en escena no convenció resultando privada de ideas en verdad fuertes y
envolventes. De hecho, la gestualidad de
los cantantes y sus interacciones eran frecuentemente estereotipadas y las
soluciones más divertidas parecían ser ya vistas. La baqueta le fue confiada a Gianluca
Capuano, director experto en la praxis filológica. La interpretación de
Capuano se distinguió por su vivacidad, brillantez y fluidez, aunque tuvo
cierta rigidez. La atención pareció ser prevalentemente dirigida al aspecto
rítmico de la partitura, en detrimento de una excavación más profunda del paso
teatral. Pasando al elenco, en su desempeño del tenor estadounidense de origen
cubano-colombiano Anthony León, se mostró educado y con garbo, y aunque
no posee medios vocales particularmente voluminosos, León logró trazar un
Belmonte creíble, refinado y elegante. La Konstance de Sofia Fomina, suscitó
mayor aprecio en los momentos más liricos de su tesitura media, con la que
evidenció pureza en su timbre, resultando ser especialmente emocionante
“Traurigkeit ward mir zum Lose”. Sin embargo, se mostrar menos a sus anchas en
las agilidades más arriesgadas, que afrontó
con prudencia y algunas imprecisiones. Un poco más segura en la
coloratura, estuvo la desenvuelta y efervescente Blonde de Eleonora
Bellocci, aunque a ratos sonó un poco estridente. Denzil Delaere personificó un exuberante y
chistoso Pedrillo, pero con una vocalidad no particularmente bien proyectada. Dimitry
Ivashchenko interpretó a Osmin de modo más caricaturesco y con una
línea de canto poco refinada. Al final Sebastian Wendelin pareció sentirse a gusto en el papel de pasha Selim,
un pape solo actuado. El Coro del Teatro Regio fue dirigido con la acostumbrada
atención y competencia de Ulisse Trabacchin.

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