Este año el Rossini Opera Festival de Pesaro presentó dos nuevas producciones (Ciro in Babilonia e Il Signor Bruschino) una reposición (Matilde di Shabran) y el ya conocido Viaggio a Reims por cuenta de la Accademia Rossinia. Ciro in Babilonia, que llegó en su primera presentación absoluta al escenario del ROF, es una opera de argumento bíblico quizás un poco disminuida desde el punto de vista dramatúrgico pero musicalmente muy interesante. Compuesta en el periodo de las farsas juveniles, tuvo su première en Ferrara durante la Cuaresma de 1812 sin lograr entrar nunca de manera estable al repertorio. También las representaciones modernas han sido algo raro. Por la tanto, la responsabilidad del Rossini Opera Festival era mas que evidente. El director de escena Davide Livermore volviendo a los primeros kolossal de inicios del siglo veinte, situó al público del Teatro Rossini en una verdadera sala cinematográfica. Los personajes de caras con barbas pegadas y que vestían los esplendidos vestuarios diseñados por Gianluca Falaschi, caracterizados por amplias túnicas movidas por motivos geométricos en blanco y negro, enfatizaban la recitación justo en el estilo del cine mudo, mientras que al fondo las proyecciones de imagines descoloridas y vibrantes con leyendas que se alternaban a las características escénicas señaladas, completaron la escena. El creativo director de Turín dispuso también de la presencia de figurantes en la escena que representaban al público de un cinematógrafo que emocionado comentaba el transcurso del «film» que se desarrollaba bajo los propios ojos. En suma, fue una buena idea desarrollada con extrema coherencia y un poco de ironía. Muy apreciada fue también la parte musical del espectáculo, encabezada por Ewa Podles, en el papel principal, que aun puede entusiasmar al público con su timbre «antiguo» de gruesa consistencia pero calido y combativo no obstante su carencia de homogeneidad en el registro mas grave (de cualquier manera fue electrizante) y de algunas dificultades en el fiati. Jessica Pratt en el papel de la esposa Amira, realizó una obra maestra de técnica y finura. La pureza de la emisión, el manejo de la coloratura y la indudable madurez interpretativa la colocan en la cúspide del panorama belcantista internacional. El ardiente Michael Spyres prestó su gran voz de baritenor al malo de la opera, el cruel Baldassarre, con una emisión homogénea en toda la gama y una manifiesta facilidad para afrontar el canto mas virtuoso sin perder peso vocal. Bien estuvieron las demás partes como el Zambri de Mirco Palazzi, la Argene de Carmen Romeu, el Arbace de Robert Mcpherson y el sonoro Daniello de Raffaele Costantini. El coro y la orquesta del Teatro Comunale de Bologna dirigidos con precisión y propiedad estilística por William Crutchfield, dieron al final, su valiosa contribución al notable éxito de la velada.
Musicalmente, el nuevo Bruschino, fue soportado casi completamente por las espaldas de Carlo Lepore y de Roberto De Candia, dos viejos lobos del canto rossiniano. El primero prestó su voz rotunda y bien timbrada (con buena resonancia en el grave) al buffo Gaudenzio, mientras que el segundo, en escena con una ridícula pierna enyesada, caracterizó con una perfecta dicción al menos de la mejor manera el nerviosismo y la excentricidad de Bruschino padre. Mas uniforme, aunque correcta, fue la prueba de David Alegret en el papel del enamorado Florville, mientras que Sofia, fue personificada por una Maria Aleida dotada de muy interesantes sobreagudos, pero que exhibió poco peso vocal y estuvo débil en el registro medio-grave. Daniele Rustioni guío a la Orchestra Sinfonica G. Rossini con precisión pero sin mucha fantasía. La producción escénica creada por el Teatro Sotterraneo, ambientó la farsa en una imaginaria Rossinilandia, tierra en la que los turistas llegaban acompañados para descubrir la maravillas rossinianas. Pero a pesar de la divertida instalación escénica (sobre el escenario además del letrero «Da Filiberto» había una maquina de bebidas, un negocio de souvenirs, una mapa con indicaciones para encontrar la Gazza Ladra, Gugliemo Tell o el Barbiere di Siviglia, un baño...) la dirección escénica no pareció cumplir su objetivo debido a una serie de gags de estilo viejo y un poco disminuidos, en un ritmo narrativo que en complejo estuvo privado de verve.
Grandes ovaciones tuvo la reposición de Matilde di Shabran la opera que hace quince años lanzó al estrellato del canto rossiniano a Juan Diego Florez, y ahora esta estrechamente ligado a su carrera. Florez una vez más encantó al público por la perfección de su canto en uno de los papeles para tenor, el del gruñón Corradino, más difíciles y fatigosos del repertorio, con el que supo ser arrogante y tierno, prepotente y soñador en un verdadero tour de force pirotécnico de emociones. Olga Peretyatko estuvo a la altura en la difícil tarea de rivalizar con un intérprete de tal refinamiento, y su Matilde gustó por la belleza de su timbre, la seguridad en las agilidades y en la brillantez. Sin embargo, en los sobreagudos, la soprano rusa tuvo algunas dificultades. De gran temperamento y temeraria, aunque no siempre vocalmente a fuego en las notas altas, estuvo la prueba de Anna Goryachova en el papel en travesti de Edoardo. Comiquísimo y muy divertido fue el Isidoro de Paolo Bordogna, quien mostró firmeza en los agudos. Desbordante estuvo Nicola Alaimo como Aliprando, aunque se le notó algo forzado en el registro superior y Simon Orfila bordó un seguro Ginardo. En suma, fue un elenco de alto nivel complementado por la excepcional conducción de Michele Mariotti de nuevo al frente de la agrupación del Teatro Comunale de Bologna. Mariotti dirigió con interminable fantasía, y galvanizó a la orquesta con un gesto preciso e intenso, y así, tan solo un simple acompañamiento suyo fue un insólito motivo de interés. El hoy convertido en un espectáculo clásico de Mario Martone, construido inteligentemente alrededor de una grande escalera en espiral en cuya parte más alta, colgando pero invisible, se encontraba el castillo de Corradino fue grabado por técnicos de la Decca y encontrará próximamente la vía del DVD.
Para concluir, se realizó un Viaggio a Reims con jóvenes cantantes de la Accademia, y con la simple, pero eficaz dirección escénica de Emilio Sagi, presentada en escena desde hace mas de diez años para futuros interpretes rossinianos. La primera parte del espectáculo, fue ambientada en un spa o «centro de bienestar», con camastros de playa situados uno al lado del otro sobre el escenario, mientras que en la segunda parte, para revivir el espectáculo se veía una fila de luces colgantes que representaban una inminente fiesta. Se debe subrayar la coherencia estilística de todo el elenco, del cual sobresalió el Don Profondo de Davide Luciano, artista ya maduro vocalmente y desde el punto de vista actoral listo para afrontar experiencias más importantes. Gusto también la sana vocalidad de Filippo Fontana aunque por propia inclinación de la parte bufa de Trombonok no agregó mucho. De bello timbre y técnicamente sólida estuvo la Corinna de Ilona Mataradze, como vocalmente exuberante estuvo la Melibea de Raffaella Lupinacci. Elegante y bien timbrado en el centro, pero en dificultad en la zona aguda estuvo el Lord Sidney de Baurzhan Anderzhanov mientras que un poco discontinua, a pesar de estar dotada de una amplia extensión fue la Condesa Foleville de Hulkar Sabirova. Expansivo fue el Belfiore de Davide Giusti y correcta, al final, fue la prueba orquestal confiada a la baqueta de Pietro Lombardi.
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