Fotos el crédito es Teatro Milán - Foro Lucerna
Por
José Noé Mercado
El tercer ciclo de funciones de Los negros pájaros del adiós del
dramaturgo sinaloense Óscar Liera
(1946-1990) que ha producido y presentado Camaleones Teatro & Show Patito
en los últimos dos años (el primero en el Foro Shakespeare, el segundo una gira
por el interior de la república) inició el pasado 4 de septiembre en el Teatro
Milán de la colonia Juárez de la Ciudad de México y ofrecerá funciones todos
los miércoles hasta el día 25 de ese mes.
Bajo la dirección escénica de Adrián Darío
Rosales, la historia inicia con la presencia vocal de la mezzosoprano Itia
Domínguez, quien con las interpretaciones de las arias “O mio babino caro” de
Gianni Schicchi de Giacomo Puccini; “Mon cœur s'ouvre à ta voix” de Samson et Dalila de Camille Saint-Saëns;
y “Casta diva” de Norma de Vincenzo
Bellini, crea una atmósfera de pasión dual para las acciones: la del enamoramiento
sensual e irrefrenable y la del trágico desenlace de los amantes protagonistas,
luego de que el encanto físico y la diferencia de edades se transforma en
reproches, en desencuentros, en un sufrimiento incontrolado, que ni siquiera el
bálsamo sexual logra extirpar.
La voz de Itia Domíngez, que reaparecerá a
lo largo de la obra como si fuera uno de esos etéreos pájaros de mal agüero que
anuncian el rompimiento de los amantes, la tristeza y también la muerte, ha
ganado en cuerpo y color. Se expresa con grata musicalidad y, a diferencia del
primer ciclo de funciones, ahora se muestra a un costado del escenario y no en
un balcón en las alturas, como si la fatalidad tomara forma, bella tal vez en
su sensualidad y contenida en un vestido blanco de pureza, pero impía,
implacable para oscurecer las acciones con sus alas.
Isabelle (Cecilia Gabriela) es la maestra milf, intelectualizada y con mundo, que
se deja arrastrar por el espejismo de la pasión con el joven Gilberto (Memo
Dorantes), soñador, idealista, incapaz de compromiso e inmaterialmente opuesto
al refinamiento y escalón socieconómico de ella, pero con ganas de
experimentar, de hacerla sentir apetecible, juvenil, de beber de ese cuerpo
maduro del que sabe que otros han bebido.
El contrapunto lo ofrece la adolescente
Angélica (Tatiana del Real) quien ya desde su lenguaje florido, contemporáneo,
de chat, brinda los contrastes indispensables para comprender los sentimientos
y la personalidad de su amigo Gilberto y le brinda justo libertad, empatía, semejanza.
Y en conjunto con la simpática y desmedida mesera Laura (Alma Cero) deconstruye
esta historia sin atadura lineal que, no obstante, traza bien las etapas del
enamoramiento, el desencanto y la desesperación por darle sentido a las
decisiones, al tiempo invertido.
El trazo de Rosales tiene claridad en las
diversas líneas temporales y promueve que las acciones vayan desatándose con
ritmo, sin retorno. Entreteje la trama y asume el incremento de la violencia en
la pareja protagónica y lo vuelca sobre el escenario mientras utiliza también,
como una válvula de escape a tan sombría trama, la personalidad y el
notabilísimo timing de tragicomedia
que delinea Alma Cero.
Memo Dorantes da a Gilberto diversas capas histriónicas
que hacen comprensible el entramado interior de su personaje. La clase social
proveniente, el tono del lenguaje, la edad, el impulso y una cierta baja
estima, por ejemplo.
Tatiana del Real configura una Angélica
viva, juvenil pero madura, que consigue llevar las emociones siempre ahogadas,
introvertidas, al filo de las heridas más profundas. Y, por si fuera poco, al
carnet sentimental del espectador, ahí donde se acumula uno a uno el adiós.
No comments:
Post a Comment
Note: Only a member of this blog may post a comment.