Foto: Brescia& Amisano - Teatro alla Scala
Massimo Viazzo
La ópera de Georg
Friedrich Haendel no ha tenido una presencia asidua en el Teatro alla Scala, y
el motivo ha sido su rencuentro con el gusto de un público, particularmente sensible
a la poética del melodrama italiano del siglo diecinueve y principios del siglo
veinte, que ha siempre visto con suspicacia al teatro barroco. Pero en estas últimas
temporadas, la ejecución de obras handelianas han sido menos esporádicas y se
puede afirmar con certeza que finalmente, y después del clamoroso éxito de este
Giulio Cesare, que el teatro musical de “caro Sassone” ha librado completamente
la aduana del máximo teatro italiano. La Scala confeccionó un montaje escénico
de primer orden, comenzando por el elenco, que fue de nivel absoluto. Por primera vez en la sala del Piermarini se
han podido escuchar cuatro buenos contratenores. Bejun Mehta, que personificó al protagonista,
al emperador romano Giulio Cesare, con gran carisma vocal y escénico, mostrando
ductilidad, finura e ímpetu, utilizando un timbre matizado y muy sólido. En el
papel del pugnaz Sesto, Philippe Jarousski dejo en evidencia un color
vocal muy personal de canto audaz; como también Christoph Dumaux que convenció
como un Tolomeo traidor, violento y brutal, sin problemas en el canto de
agilidad. Danielle De Niese, que siempre ha amado el papel de Cleopatra,
estuvo seductora y sensual, y supo mover su precisa y entonada voz con
virtuosismo y pasión, así como con fascinante e intimista abandono. Sara
Mingardo fue una perfecta Cornelia, afligida y patética, siempre afligida y
conmovedora. Completaron el elenco, el áspero Achilla de Christian Senn
y los óptimos Renato Dolcini (Curio) y Luigi Schifano
(Nireno). Robert Carsen sabe cómo
pocos hacer teatro barroco y en su Giulio Cesare demostró una vez más el haber
entendido sus mecanismos y sus engranajes. Una ópera basada completamente en el
Aria con Da Capo es un verdadero reto para un director de escena, y Carsen
lo ha vencido ampliamente exhibiendo una infinidad de ideas, de originales encuentros
muy, como también con divertidas soluciones, dotándolo escénicamente, pero sin
saturar los puntos cerrados de esta obra handeliana, con pleno respeto de la
trama y de la música. Se escucharon arias transformadas en verdaderos duetos
fingidos (claramente con interlocutores mudos que interactuaban con mímica) y también
en verdaderos ensambles mediante el uso de exactos y nunca predecibles movimientos
de expresión corporal. Carsen ambientó la obra en una época contemporánea sin superponerse
nunca al libreto, por el contrario, ampliándole sus implicaciones psicológicas.
Fue así casi de manera natural que la ópera concluyó con un acuerdo entre
Cesare y Cleopatra para la explotación de pozos petroleros, y aunque esto tiene
poca importancia, lo que cuenta es que Carsen captó el espíritu de esta obra
maestra restituyéndolo con agudeza, habilidad técnica y maestría en la materia.
Finalmente, un aplauso es también para la Orquesta del Teatro alla Scala con ‘instrumentos
históricos’ que es ya desde hace algunos años una realidad. Giovanni
Antonini la guío con flexibilidad y vigor, captando de la mejor manera cada
aspecto rítmico y melódico de la esplendida partitura handeliana.
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