Fotos: Marcela González Guillén
Joel Poblete
Para muchos estaba entre lo más esperado del 2019 en el Municipal de Santiago, y no sólo no defraudó y fue muy aplaudido por el público en cada función, sino además ha sido elogiado por los críticos como uno de los mejores espectáculos operísticos de los últimos años. Como cuarto título de su temporada lírica, el debut en Chile a fines de agosto de Rodelinda, de Händel, superó las expectativas, y puede ser considerado como un verdadero hito. De partida, porque era la primera vez en sus más de 160 años que el Municipal presentaba en su escenario, y como parte de la temporada oficial, una ópera barroca; hace casi una década, en 2010, estaba programado el estreno de otra de las obras más famosas del mismo autor, Alcina, pero por los daños causados en el edificio por el terremoto de ese año las funciones finalmente debieron realizarse en otro teatro, de modo que esta era la segunda ópera barroca que ofrece el Municipal, pero la primera en el teatro mismo.
En Chile, afortunadamente en especial a lo largo de la última década se han empezado a estrenar óperar barrocas en distintos escenarios -por ejemplo, los elogiados debuts de Orfeo de Monteverdi en 2009 y Platée de Rameau, en 2015-, pero aún faltaba el Municipal, donde al menos sí se habían presentado agrupaciones emblemáticas de esta corriente, como Les Arts Florissants, o solistas como el contratenor francés Philippe Jaroussky en 2017. Casi tres siglos después de su estreno mundial en Londres en 1725, el debut local de Rodelinda se ofreció en una versión con algunos recortes, con sus tres actos originales repartidos acá en dos partes con un intermedio, conformando en total menos de tres horas incluyendo el intervalo.
La producción que ofreció el Municipal, originalmente estrenada el año pasado en la Ópera de Lille -y que además se puede ver completa en YouTube y precisamente en estos meses será editada internacionalmente en DVD y Blu-ray-, fue un verdadero acierto. El mérito fue de un equipo francés encabezado por el director escénico Jean Bellorini, quien también estuvo a cargo de la sugestiva iluminación y desarrolló la escenografía junto a Véronique Chazal. Bellorini viene originalmente del teatro, y eso se nota, porque su montaje es dinámico, ingenioso y, aunque se trata de un drama, también juguetón, porque el director entiende que estas historias de intrigas palaciegas y vaivenes sentimentales no pueden ser tomadas al pie de la letra, y también tienen elementos que pueden ser mirados con ironía y comedia, siempre que no se traicione su esencia. Se apostó por un marco atemporal, donde hay referencias al pasado histórico gracias a los toques de un lucido vestuario de Macha Makeïeff, pero el minimalismo y los juegos de luces dan a entender que podría suceder en distintas épocas, incluso en tiempos actuales. Bellorini optó por contar la historia al espectador a través del personaje silente del hijo de Rodelinda y Bertarido, Flavio (interpretado acá por la niña María Prudencio), quien aparece en distintos momentos en escena y además con su rostro proyectado en el fondo del escenario. Por lo mismo, hay elementos que se pueden entender como vistos mediante la mirada infantil, como el tren de juguete que atraviesa la escena en algunos instantes, las habitaciones de reducido tamaño que constantemente se mueven de un extremo a otro, los muñecos que representan a los protagonistas, o las medias que en algunos momentos usan cubriendo sus rostros. Una producción digna de aplausos, incluyendo al personal escénico del Municipal que logró llevarla a cabo con precisión en cada función.
Y si lo visual y teatral fueron resueltos de manera tan memorable, lo musical no fue a la zaga, siendo el complemento perfecto. Con una destacada carrera en la dirección coral en importantes agrupaciones germanas, incluyendo diversas partituras de Händel, el alemán Philipp Ahmann debutó en Chile dirigiendo por primera vez esta obra, y sin embargo dio la impresión de conocerla desde hace mucho tiempo, por la sólida respuesta que consiguió de la Filarmónica de Santiago, en una formación más reducida en su cantidad de integrantes, adecuada al repertorio barroco. Considerando que no es una orquesta especialista en este tipo de música, es muy meritorio lo que se consiguió en términos de armonía y fluidez sonora, y al mismo tiempo Ahmann supo manejar el equilibrio entre el foso y el escenario, siempre atento a los cantantes. Para complementar los magníficos logros musicales, se contó con un prestigioso clavecinista acompañante como invitado, Fernando Aguado, y un excelente reparto vocal, encabezado por dos intérpretes venidos de España. De partida, la soprano Sabina Puértolas, quien debutara en Chile en 2017 como Gilda en Rigoletto, fue una espléndida Rodelinda, por estilo de canto y entrega actoral; generosa en matices y detalles, segura en las agilidades, brilló especialmente en sus ascensos al agudo, donde su voz suena particularmente diáfana y cristalina.
No era la primera vez que un contratenor cantaba en la temporada lírica del Municipal, pues en 2007 ya el coreano David DQ Lee interpretó en El murciélago al príncipe Orlofsky, rol habitualmente cantado por mezzosopranos. Pero en la ópera barroca los contratenores son esenciales, y en Rodelinda no sólo es necesario uno, sino dos: en este montaje en Chile, en el rol de Bertarido, un verdadero lujo, pues se contó con uno de los intérpretes más cotizados en su cuerda a nivel internacional, el catalán Xavier Sabata, en su debut local. Quizás el timbre o el color de la voz sean menos convencionales que los de otros colegas, en particular en la zona aguda, pero el despliegue vocal y escénico de Sabata es en verdad deslumbrante, sutil y refinado en los momentos más introspectivos, lleno de energía y bravura en los pasajes de agilidad. Por su parte, aunque el papel de Unulfo es quizás el más secundario de los seis solistas vocales en esta obra, el sudafricano Christopher Ainslie supo sacarle partido, con voz atractiva, sentido estilístico y desenvuelta y vivaz entrega actoral.
El tenor argentino Santiago Bürgi, presente en todas las últimas temporadas del Municipal desde 2015 con un ecléctico repertorio -La carrera de un libertino, La condenación de Fausto, La cenerentola, Don Giovanni y hace dos meses con Così fan tutte-, fue ahora Grimoaldo, quien tiene el arco dramático más amplio de la obra; aunque no es totalmente rotundo en algunas notas o ciertas soluciones vocales, el intérprete trasandino cantó con resolución, sorteó con inteligencia las exigencias musicales y es un actor eficaz que logró el muy particular tono del personaje.
El secuaz de Grimoaldo, Garibaldo, fue el barítono Javier Arrey, intérprete chileno cada vez mejor posicionado a nivel internacional, tras sus debuts en escenarios tan cotizados como la Ópera de Viena y el MET de Nueva York. No cantaba una ópera en el Municipal desde la Madama Butterfly de 2015, y aunque el personaje suele ser abordado por voces más graves que la suya, esto no fue un problema para él, quien se lució con un canto firme y buena proyección, conformando además a un villano elegante y de tonos irónicos. Completando el sexteto de protagonistas, la mezzosoprano italiana Gaia Petrone, de cálida voz especialmente rica en sus tonos medios, fue una intensa y aguerrida Eduige.
Considerando los difíciles momentos que ha estado atravesando el Municipal en los últimos meses por sus problemas financieros, fue casi un verdadero milagro poder asistir a una Rodelinda como esta. Ampliando el repertorio para ofrecer títulos que sean una novedad para los operáticos locales, con altísimo nivel artístico, una puesta en escena de indiscutible calidad, cantantes de prestigio internacional que pueden ser un aporte para la escena local, e incluyendo a al menos un artista chileno en su reparto en un rol principal, es una demostración de cómo podrían y deberían ser siempre las cosas en el principal escenario lírico de Chile.
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