Fotos: Cory Weaver / San Francisco Opera
Ramón Jacques
Un hospital psiquiátrico, con camas, un
corredor, una recepción con brillante iluminación, y algunas proyecciones al
fondo del escenario con elegantes vestuarios; situado en un periodo posterior a
la Segunda Guerra Mundial, es el marco dentro del cual se desarrolla la trama
de esta maravillosa obra handeliana. La
producción traída de la Opera de Escocia, concebida y dirigida por el director Harry
Fehr con escenografías de Yannis Thavaris, nos presenta al personaje
de Orlando, como un delirante y esquizofrénico ex piloto de la fuerza aérea
británica que vive recluido en esta institución. Si bien es cierto que la trama
contiene algo de magia, la dirección escénica estiró las cosas al punto de
traspasar los límites de la coherencia escénica. En escena se vio un personaje,
el de Orlando, atormentado y exageradamente sobreactuado, rodeado de doctores y
enfermeras, en un montaje que en principio agrada a la vista pero que en
conjunto y con el transcurso de la función termina siendo irritante. En suma, se trató nuevamente de un montaje
europeo moderno, de los que intenta menospreciar la historia, imponiendo una visión
que no aporta mucho a la parte actoral del espectáculo. Orlando, que solo fue escenificada una vez en
este teatro en la temporada de 1985 con Marilyn Horne, merecía una mejor
reintroducción; afortunadamente esta obra goza de un componente musical y
vocal, que satisfizo plenamente. La
mezzosoprano Sasha Cooke, mostró un grato color de timbre, que matizó
con interesante flexibilidad vocal y virtuosísimo con el que emocionó en varias
ocasiones. En su debut americano, la soprano austriaca Christina Gansch dio
vida a una sensible Dorinda con una brillantez en su tono y un acento muy afines
a este repertorio. Heidi Stober
tuvo un buen desempeño vocal como Angelica, su canto es correcto, no
precisamente conmovedor, y su actuación fue de las más castigadas y
desmesuradas. El contratenor Aryeh
Nussbaum Cohen, mostró una sorprendente seguridad en su canto, dignificando
al personaje de Medoro. Por su parte el
bajo-barítono Christian Van Horn, más allá de una voz potente y
correcta, perece no ser un cantante apto para este repertorio por la carencia
de gusto que demostró. En el podio, Christopher Moulds, experimentado conocedor
de Handel, hizo sonar bien a la reforzada y compacta orquesta del teatro, por
la dinámica en sus tiempos, la consideración por las voces y por la elegancia y
distinción que le imprimió a su lectura.
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