Massimo Viazzo
"Don
Giovanni tiene su propia y precisa visión de lo absurdo de la vida. Ha
entendido que la existencia es un juego cósmico”, escribió Robert
Carsen en el programa de mano. Su Don Giovanni, repuesto en la actual
temporada, después de que, con su creación, se inauguró la temporada de la
Scala el 7 de diciembre del 2011 bajo la dirección de Daniel Barenboim (y que
fue repuesta una vez más en el 2017 con Paavo Järvi), sigue teniendo su fuerza
explosiva. Desde el clamoroso gesto inicial en el que el protagonista, que en
los primeros compases de la obertura jala un telón mostrando al público un
fondo de espejo que refleja la misma sala del Piermarini, prácticamente
reflejándonos a nosotros mismos. Un impacto recibido de nuevo con una ovación a
escena abierta por parte del público. Esta es la idea básica de la magnífica
puesta en escena firmada por el director canadiense: ¡el teatro es vida y la
vida es teatro! Y aquí, todo gira en torno al gran arquitecto-titiritero de
toda la trama. Don Giovanni, que con sus acciones hace posible la existencia
misma de los personajes de la ópera (que en la última escena terminan bajo
tierra abrumados por el destino sobrenatural que suele tragarse al
protagonista), y quizás nuestra propia existencia. En el escenario, entre
superficies reflejantes, escenarios, butacas, y telones deslizantes, se capta
perfectamente el efecto pirandelliano del teatro en el teatro. Pero nunca como
en esta vez, todo fluye con una naturalidad y una lucidez que respiran verdad.
Realmente, es una gran producción que ahora ha entrado en el repertorio del
Teatro alla Scala y que probablemente será re-propuesta en los próximos años.
La dirección orquestal fue encomendada a Pablo Heras-Casado, quien
debutó en el máximo teatro italiano. El director español planteó una lectura
fluida, con tiempos rápidos y una dinámica no exasperada, quizás poco teatral
pero agradable, aunque por momentos un poco superficial. En el papel principal,
Christopher Maltman mostró soltura, energía, un tono a veces áspero, y
en otros incluso más matizado (como en la segunda estrofa de la Serenata). El
suyo no es un Don Giovanni agresivo, mucho menos violento, como acertadamente
pedía el director de escena, sino un Don Giovanni que supo mover los hilos de
la historia, que confronta y con el cual nos confrontamos. Y en esto Maltman
fue admirable por su empatía y afiance dramático. El Leporello de Alex
Esposito es lo mejor que se puede esperar en cuanto a vivacidad, astucia,
competencia, y la voz es de hermoso color, emitida con facilidad, y de espesor.
Esposito es sin duda uno de los mejores Leporellos que se pueden escuchar hoy
en el teatro. Continuando con el elenco masculino pasamos al Don Ottavio de Bernard
Richter, un Don Ottavio más viril que de costumbre, elegantemente fraseado
incluso con cierta madera de emisión. Fabio Capitanucci creó un Masetto franco y reactivo, con una
dicción clara mientras que el Comendador de Jongmin Park impresionó con
su peso vocal y su esculpida dicción. En lo que respecta a la parte femenina
del reparto, gustó la Zerlina, interpretada con naturalidad, simpatía, un toque
de ingenio (pero también de malicia) por la soprano ligera estadounidense Andrea
Carroll, dotada de una correcta emisión vocal y una buena proyección vocal.
La soprano alemana Hanna-Elisabeth Müller (Donna Anna) hizo gala de un
instrumento vocal indudablemente interesante, pero su línea de canto no siempre
lució homogénea y natural, mientras que Donna Elvira fue personificada con
dedicación por la soprano ítalo-canadiense Emily D'Angelo, con una voz
extendida, de buen estilo, pero con un tono un poco monótono. El Coro del
Teatro alla Scala dirigido por Alberto Malazzi mostró su habitual
destreza. en las pocas intervenciones previstas por la partitura.
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