Roberta Pedrotti
La concha acústica del Teatro Comunale nos recibió estando iluminada con los colores del arcoíris. La proyección del azul y amarillo ucraniano se entrelazó en la gama del iris con en los colores de la paz, de la riqueza de una variedad infinita en la unidad humana: Unitate melos, música para compartir, es el lema de la Accademia filarmonica bolognese (Academia Filarmónica de Bolonia), en lo que podría estar asociado al concepto de armonía entre opuestos, concordia discors. Por muy apropiado que sea hablar de arte y actualidad, de política y de arte en medio de los divisiones y forzamientos más extremos, donde la cuestión del compromiso y la posición de los presentes se plantea en frentes opuestos mientras a expensas de ella se encuentran autores inocentes lejanos en el tiempo, como si no se pudiera distinguir el hoy del pasado, la cultura es la que nos une de las acciones de nuestros contemporáneos. Así, por ejemplo, vemos a Tchaikovsky como una víctima póstuma después de haber sido víctima en vida, cuando en cambio él mismo debería ser un símbolo de reflexión y paz. Su última ópera, Iolanta, es la obra de la ceguera y la conquista de la luz, de la niña inconsciente de sí misma, a quien se le oculta su condición y que sólo puede realizarse tomando conciencia (y descubriendo el amor); podrá realizar una especie de testamento, de un ideal extremo, un impulso de confianza casi utópico. Nada más adecuado hoy, especialmente a pesar de aquellos que no quieren ver su universalidad. Además, la combinación con el Stabat Mater de Hanna Havrylets, fallecida en Kiev el 27 de febrero pasado a los 63 años. Voces que crean víctimas, de una manera distinta y a la vez contigua, unidas en un canto de dolor, compasión, humanidad y esperanza, con un tinte cosmopolita y los colores del arcoíris. Desafortunadamente, la directora musical del teatro, la ucraniana Oksana Lyniv que estuvo ausente, deseaba mucho esta combinación, pero se retiró por un fuerte dolor en la parte baja de la espalda, comprensible que el estrés de estas semanas también lo haya sentido también en el plano físico. En su lugar, el alemán Michael Güttler, un sólido músico que siempre ha tenido una particular afinidad con la música rusa (y su entorno). Inmediatamente dirigió el coro y la orquesta con confianza en la pieza de Havrylets: una sugestiva construcción de un flujo continuo, regido por un simbolismo sagrado y matemático que la une en ciertos versos a Gubajdulina, si bien, la autonomía de su lenguaje se hace evidente en esta construcción racional que se sublima de raíces folclóricas a un lirismo místico. En Iolanta, Güttler captó inmediatamente y a la perfección, la atmósfera suspendida pero inquieta de una ceguera inconfesable y desconocida. Los solos de viento de la introducción fueron hermosos, para una interpretación musical que se confirmaría por su excelente nivel hasta la apoteosis final. Por supuesto, la fenomenal edición boloñesa de hace un par de décadas, permanece en el corazón de los afortunados que estuvieron presentes en aquel entonces, pero en el podio estuvo un fuera de serie Vladimir Jurowski (y en el elenco un jovencísimo y desconocido Piotr Beczala) y cualquier comparación sería poco generosa, por otro lado, el regreso de Iolanta a la temporada del Teatro Comunale, es una alegría merecidamente coronada con el éxito. Por otra parte, el elenco, se desenvolvió bastante bien y sobre todo destacan las voces graves, con el excelente Rey René de Rafal Siwek, verdaderamente notable por su nobleza y participación en su arioso, el autoritario doctor Ibn Hakia de Serban Vasile y el debidamente caballeresco Robert de Andrei Bondarenko, sin olvidar la Marta de Marina Ogii. La protagonista Yulia Tkachenko (que sustituyó a la prevista Liudmyla Ostash, quien para los aplausos portó consigo la bandera amarillo-azul que nos hizo recordar que mientras aquí resonaba la música en otros lugares resuenan las armas) muestra la fragilidad de la princesa, desplegando también a su buen esmalte planteando el tema del amor y la conquista de la luz. Como Vaudemont, Arnold Rutkowski se desempeñó bien a pesar de algunas notas agudas un tanto engorrosas y un pasaje no precisamente impecable. Bien también en general: Mihail Mihaylov (Alméric), Petar Naydenov (Bertrand), , (Laura) y Olga Dyadiv (Brigitta), además del coro dirigido por Gea Garatti Ansini. Un éxito muy cálido premió una velada de alto nivel, a la altura de los símbolos que representa, y en este caso no disgustó para nada la forma oratorial, al fin y al cabo, es una obra que habla de ceguera y negación, en la que, hasta la ausencia de visibilidad, el teatro puede convertirse en teatro y sentido.
Recensione
in lingua italiana nel link:
https://www.apemusicale.it/joomla/it/recensioni/70-opera/opera-2022/13074-bologna-iolanta-07-04-2022
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