Foto: Cory Weaver / SFO
Ramón
Jacques
Continua la temporada del
centenario de la Opera de San Francisco, que contiene títulos con algún vínculo
especial con la historia de la compañía, por ejemplo: Dialogues des Carmélites de Poulenc, vista el pasado mes de
octubre, y cuyo estreno americano se realizó en este escenario en 1957; y Die Frau ohne Schatten de Strauss,
programada para junio del 2023, que se también se escuchó por primera vez en
este país aquí, en septiembre de 1959.
Otro de esos títulos enigmáticos es La
Traviata de Giuseppe Verdi, que ingresó al repertorio de la compañía en
octubre de 1924, un año después de su fundación, con Claudia Muzio, Tito Schipa
y Giuseppe de Luca en los papeles estelares.
La obra siempre ha estado presente, y a lo largo del tiempo sus elencos
han sido conformados por los cantantes más distintivos en cada uno de los
personajes. Una de las novedades en esta ocasión, fue el estreno de una nueva
producción escénica de Traviata, la
primera hecha por la compañía en 35 años, hecha a la medida y dimensiones
exactas del escenario del War Memorial Opera House, con la intención de que
perdure muchos años cuándo se reponga el título, como solía suceder en antaño,
y con la esperanza que se pueda volver un montaje clásico hacia el futuro. Se trata de una visión clásica, situada en el
Paris del siglo 19, que nos traslada puntualmente al interior de cada escena,
destacando por su opulencia, elegancia, brillantez, colorido y por el espacio
suficiente, pensado para el movimiento de los solitas, demás personajes y
coristas. Los vestuarios de buena
confección y apariencia redondearon un agradable marco visual, que fue
concebido por la directora escénica Shawna
Lucey, con decorados y escenografías de Robert Innes Hopkins, iluminación de Michael Clark, el mismo equipo creador de la actual Tosca, que forma
parte del activo de la compañía. La
dirección escénica fue correcta y fluida, solo las coreografías de John Heiginbotham exageradas en su
concepción e idea en el tercer acto, se salieron un poco del script, y si en
una futura reposición se eliminaran, dudo que alguien se inconformaría. Esta Traviata tuvo un condimento adicional,
que fue el debut local de la soprano Pretty
Yende, una carismática artista que no defraudó a nadie, por radiante
presencia escénica y garbo, atractivos dotes vocales, brillantez en su canto, y
por el intenso desarrollo vocal e histriónico con el que fue construyendo su
Violetta con el transcurso de cada acto. Como Alfredo, el tenor Jonathan Tetelman, mostró que posee un
instrumento vocal de buen cuerpo y extensión, que agradó especialmente cuando
desplegó intensos y penetrantes agudos.
Actoralmente fue un personaje al nivel de su contraparte femenina. El tercer cantante debutante aquí fue el
barítono Simone Piazzola, que
personificó un Germont, de canto robusto, vigoroso, pero bien matizado y claro
en su emisión, que domina el escenario con certeza y persuasión. Un poco
cargado en sus movimientos y gestos, pero siempre seguro el bajo barítono Philip Skinner, con una larga y
envidiable carrera en este teatro, y bien estuvo la mezzosoprano Taylor Raven como Flora. El elenco lo
completaron el tenor Edward Graves (Gastone), Timothy Murray (Marchese d’Obigny,
Adam Lau (Dr. Grenvil), Elisa Sunshine (Annina). ElShw coro se mostró
participativo en todo momento con buenas intervenciones, bajo la dirección y
preparación de su titular John Keene.
La fortaleza del teatro, su orquesta, se lució nuevamente con un sonido claro,
homogéneo, rutilante, en cada una sus secciones bajo la inequívoca conducción
de su titular Eun Sun Kim. Se
extrañan los ciclos de música sinfónica que de manera paralela a la temporada
realizaba esta orquesta, así como la producción que solía hacerse en los meses
de enero y febrero de cada año. La actividad volverá a mediados del 2023 con el
esperado regreso de la ya mencionada Die Fau ohne Schatten, y puesta en escena
de David Hockney.
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