Anna Caterina Antonacci en el Maggio Musicale Fiorentino
Gianluca Moggi
Massimo Crispi
El hada del tiempo perdido ha vuelto en Florencia,
en la sabrosa mini temporada de música vocal de cámara de la edición 76 de Maggio Musicale Fiorentino. Y
cuando canta Anna Caterina Antonacci, todos se precipitan para renovar el rito celebrando esta artista inconmensurable. Al
Teatro Goldoni, pequeña joya florentina, que al final lo destinaron a la música vocal de cámara,
Antonacci nos ofreció uno de sus
preciosos y raros recitales, junto con su pianista Donald
Sulzen. Los temas elegidos por la soprano fueron varios, aun porque el recital se dio en un día
muy especial: el cumpleaños número 200
de Richard Wagner. Así que, en homenaje
al inmenso compositor alemán, los Wesendonk Lieder terminaron el programa. Aun si, a pesar de que fuese bien cantado, ese
ciclo parecía ajeno a la concepción
misma del recital. Pues muchas más son las
verdaderas joyas que Antonacci e Sulzen nos mostraron. Lo más del concierto se
basó sobre el repertorio francés entre los
siglos XIX y XX, sobre todo con obras de Debussy, Duparc, Fauré, Chausson y
Berlioz, autores electivos de la soprano italiana. Los sujetos principales fueron la
soledad y el erotismo. Las ‘Ariettes oubliées’, ‘Le promenoir des deux amants’,
las ‘Chansons de Bilitis’ fueron el
personal homenaje de Antonacci à Claude
Debussy, y se puede hablar de verdad de algo muy
personal. Raramente toda sensualidad de los versos de Paul Verlaine, Pierre Louÿs y Tristan
l’Hermite se escuchó de manera tan vital
y carnal como nos enseñó el hada por su interpretación:
su gesto vocal, difundiendo en el aire oscuro del teatro hacia nuestros oídos, posándose y
vibrando sobre nuestra piel, en nuestros corazones, fue como una caricia inesperada,
un beso profundo. Las cabelleras de las dos amantes fundiendo en el abrazo amoroso
perturbando en ‘La chevelure’ (del ciclo
sáfico de Bilitis) nos pareció tan real que
ella nos llevó en su mundo, cada fonema era un vórtice de carnalidad. Quien
nunca ha escuchado a Antonacci, sobre todo en ese repertorio, no puede imaginar
cuántas facetas puede esconder el
erotismo en la música. Y la generosa y sensual hada nos regaló ese sueño ardiendo.
Así como en las ‘Quattro canzoni d’Amaranta’ de Francesco Paolo Tosti, nos ofreció el canto de una mujer
sola y desesperada, pero aun titánica en su voluntad de
dominar la amargura de un destino de
soledad que querría condicionarla. Tambien la soledad de Ofelia (‘La mort
d’Ophélie’ de Hector Berlioz) Antonacci
la interpretó igualmente trágica y emocionante, aun porque el alma de la gran actriz
trágica siempre respira en su corazón y
en su voz. Insuperable. ¿Y qué decir de
su interpretación tan moderna envolviéndonos en la extrema y lacerante soledad de ‘Tristesse’ de
Gabriel Fauré? Donald Sulzen, por su
parte, dio su mejor aporte sobre todo en
las obras francesas, con un toque líquido y sensual, preparando el camino a la soprano y permitiéndole
la libertad de emociones y sensualidad
que esa música y el verso francés exigen.
Esa calidad parece ajena a muchos cantantes de lengua materna francesa, que hoy
casi rechazan la riqueza fonética y
poética de su idioma, además empobreciéndolo con constipaciones vocales y tímbricas. No es un
caso que unos entre los máximos interpretes de mélodies fueran extranjeros: una
estrella, restando en el Olimpo, es Felicity Lott. En ese firmamento también
tiene su sitio Anna Caterina Antonacci,
añadiendo el calor de su voz y carnalidad mediterráneas, y nos recuerda que
nuestro paraíso está en la Tierra y que, en nuestro caso, tuvimos la suerte de probar un trocito de su cielo en el Teatro
Goldoni de Florencia. Variados y
extravagantes bis, siempre en el nombre de la versatilidad artística típica del dúo.
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