Fotos: © Michael Pöhn
Luis Gutiérrez
Salzburgo, 21/08/2013. Haus für Mozart. Wolfgang Amadeus Mozart: Così fan tutte. Opera buffa en dos actos (26 de enero de 1790, Burgtheater, Viena) con libreto de Lorenzo Da Ponte. Sven–Erich Bechtolf, puesta en escena. Rolf Glittenberg, escenografía. Marianne Glittenberg, vestuario. Jürgen Hoffmann, iluminación. Elenco: Malin Hartelius (Fiordiligi), Marie–Claude Chappuis (Dorabella), Martina Janková (Despina), Martin Mitterrutzner (Ferrando), Luca Pisaroni (Guglielmo), Gerald Finley (Don Alfonso). Asociación de Conciertos del Coro de la Ópera de Viena. Ernst Raffelsberger preparador del Coro. Orquesta Filarmónica de Viena. Director: Christoph Eschenbach.
Così fan tutte es la ópera de “ensemble” por excelencia. De sus 31 números, sólo 12 son arias, y de éstas, solo dos de Ferrando y una de Fiordiligi reflejan pensamientos y estados de ánimo internos, ya que las 9 restantes son dirigidas a los otros personajes, como es el caso de la célebre “Come scoglio” de Fiordiligi en el primer acto y el del aria que Ferrando, muchas veces omitida, dirigida a Fiordiligi, “Ah lo veggio, quell’anima bella” y que desencadena el rondò “Per pietà, ben mio, perdona” que es, en mi opinión, una de las piezas vocales más hermosas que compuso Mozart. Los 19 números restantes son ensembles vocales. Così fan tutte es diferente a sus hermanas, es decir a las otras colaboraciones Mozart–Da Ponte, en su estructura musical. En tanto que el desarrollo de la forma sonata de Le nozze di Figaro hace de esta ópera una obra más “instrumental”, la tonalidad elegida por Mozart para Così fan tutte es más sencilla, Do mayor, cuyo acorde mayor (Do– Mi–Sol) será recurrente durante toda la ópera, aunque será más audaz que en el pasado haciendo una excursión hasta La bemol menor durante el sublime canon ““E nel tuo, nel mio bicchiero”. Estas decisiones musicales, aunadas a la estructura del libreto de Da Ponte hacen de esta obra la más “operística” de Mozart en el sentido, claro está, del siglo 19. Como con todo lo demás, Don Giovanni, se queda en algún lugar entre la música “instrumental” de Le nozze di Figaro y la “operística” de Così fan tutte. Con lo anterior en mente es que puedo elaborar una reseña equilibrada sobre esta función, que por cierto fue el estreno de la producción. Malin Hartelius logró una magnífica caracterización de la seria pero apasionada Fiordiligi, habiendo cosechado muchos aplausos en sus arias. “Per pietà, ben mio perdona” fue realmente apabullante. Hace un año se mencionaba que la soprano sueca tenía problemas en sus agudos, pues he de decir con satisfacción que en esta ocasión que estuvo resplandeciente en todo el rango que exige este papel, así como al manejar los bruscos saltos de hasta 15 tonos. Marie–Claude Chappuis estuvo titubeante en “Smanie implacabile” pero se asentó hasta lograr una Dorabella excelente en el sexteto inicial del primer acto. Martina Janková volvió a demostrar al “ser” Despina que aquellos que dicen que es la mejor cantante mozartiana de nuestros días tienen razón. Algo similar a lo de la Chappuis sucedió a Martin Mitterrutzner como Ferrando; “Un aura amorosa” no tuvo la dulzura requerida, pero en sus dos arias del segundo acto y en el dueto con Fiordiligi lució enormidades. Luca Pisaroni fue un estupendo Guglielmo, vocal e histriónicamente. Al terminar su dueto con Dorabella, ésta se notaba totalmente a punto de caramelo. El haber dado el papel de Don Alfonso a Gerald Finley fue un lujo que de aquellos que en México (ni en muchísimas partes) simplemente no podemos imaginarnos. Por supuesto dominó el trío “Soave sia il vento” con la voz del Don Alfonso más joven que uno pueda imaginarse. Por cierto, extiendo mi más cálido agradecimiento a quienes tomaron la decisión de presentar la ópera sin cortes “tradicionales” ni de otra clase.
Después de ver, y sobre todo oír, a la totalidad de los miembros de la Asociación de Conciertos del Coro de la Ópera de Viena en la Messa da Requiem y en Die Meistersinger von Nürnberg, fue un gran contraste, pero muy agradable también, ver a una parte mínima de la misma, 20 elementos, 5 por cuerda, participando cantando y actuando en forma excelente. De igual manera, las dimensiones de la Orquesta Filarmónica de Viena se ajustaron a las necesarias para interpretar esta joya de la ópera clásica, y lo hicieron por enésima vez, creo, como pocas orquestas en el mundo lo pueden hacer. He de decir que esta función no fue de las llamadas HIP, lo que con estos intérpretes es muy fácil de “soportar”, aún para quienes nos gustan las Historically Informed Performances. Lo que no me satisfizo del todo fue la dirección musical de Christoph Eschenbach, cuyos tempi fueron inconsistentes, las más de las veces del lado pomposo y solemne. Prueba de esto es que la función duró más de 3 horas 45 minutos. Debo decir que aunque hubo quienes lo abuchearon al final de la función, yo me abstuve de hacerlo pues normalmente reservo este placer para dárselo al “equipo creativo”. Sin embargo, no tuve excusa para abuchear a Bechtolf y su equipo, aunque algunos sí lo hicieron. Durante el primer acto, toda la acción se desarrolla en un semicírculo ampliado por un rectángulo cerca del público. En el escenario se ve un invernadero al que se agregarán todos los muebles, sillas y otra utilería como se indica en el libreto y partitura originales. El vestuario es de fines del siglo 18, y las dos hermanas se encuentran vestidas idénticamente, con objetivo de remarcar su intercambiabilidad. En el segundo acto, el escenario se ve como una inversión de lo que vimos en el acto inicial, es decir el invernadero se ve afuera y lo que estaba afuera se ve adentro (para entenderlo mejor, imaginen un calcetín que volteamos completamente, o bien “inside out” en inglés). Las chicas ya tienen vestidos diferentes y Fiordiligi pierde toda la compostura después de “Per pietà” pues se da cuenta que ya ha sido vencida. Lo más brillante (no pun intended) desde el punto de vista de creación escénica fue la iluminación de Jürgen Hoffmann. En mi opinión el tratamiento de Bechtolf fue adecuado. Hay tres detalles que pueden haber provocado los abucheos (no muy intensos por cierto): a) que no haya sido una producción audaz, b) que hubiese a quien le molestase que durante la obertura apareciesen dos chicas saliendo de una pequeña alberca colocada al centro del escenario, aunque Despina las cubre de inmediato lo que evita cualquier mirada indiscreta (me puse los lentes pero solo vi una insinuación de senos de perfil), o c) la muerte al final de Don Alfonso, lo que creo es una forma rebuscada de decir que terminó el siglo de las luces. En todo caso el abucheo fue inmerecido. Confieso que salí muy contento pues por primera vez logré ver en Salzburgo una ópera de Mozart–Da Ponte como me las he imaginado. Siempre, o casi siempre, el aspecto musical ha sido satisfactorio y esta vez también lo fue.
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