Foto: Vincent Pontet
Gustavo Gabriel Otero
París (Francia), 25/01/2016. Ópera Nacional de París. Palacio Garnier. Richard Strauss: Capriccio. Pieza de conversación para música en un acto. Libreto de Richard Strauss y Clemens Krauss. Robert Carsen, dirección escénica. Michael Levine, escenografía. Anthony Powell, vestuario. Robert Carsen y Peter Van Praet, iluminación. Jean-Guillaume Bart, coreografía. Ian Burton, dramaturgia. Emily Magee (Condesa Madeleine), Wolfgang Koch (El Conde), Benjamin Bernnheim (Flamand), Lauri Vasar (Olivier), Lars Woldt (La Roche), Michaela Schuster (Clarion), Graham Clark (Monsieur Taupe), Chiara Skerath y Juan José De León (dos cantantes italianos), Jérôme Varnier (Mayordomo), Camille de Bellefon (bailarina), Ook Chung, Julien Joguet, Vincent Delhourme, Chae Wook Lim, Vincent Morell, Christian Rodrigue Moungoungou, Hyun-Jong Roh y Slawomir Szchowiak (ocho lacayos). Orquesta Estable de la Ópera Nacional de París. Dirección Musical: Ingo Metzmacher.
A más de setenta años de su estreno Capriccio de Richard Strauss no logra imponerse en el repertorio de los teatros pero cada vez que sube a escena produce suficiente interés como para agotar las localidades. Esta conversación bastante estática cobra perfecta vida en la extraordinaria puesta de Robert Carsen creada en 2004 para la Ópera de París y que se reposo nuevamente con gran éxito. Carsen en lugar de situarla en un castillo a las afueras de París cerca de 1775, lo hace dentro de un teatro en tiempos del estreno de la obra. El Palacio Garnier parece ser un protagonista más desde el inicio en el cual la Condesa se sienta en una platea para escuchar –partitura en mano- el sexteto que inicia la obra desde el escenario hasta el final en el cual las columnas de la escenografía desaparecen y queda el interior del escenario totalmente desnudo y a la vista del público. El movimiento actoral es perfecto y parece un obra de teatro sin momentos de estatismo y sin estereotipos. Sólo en el momento de los cantantes italianos se recurre al humor y los cantantes actúan como antaño con movimientos estereotipados, que es justicia decir aún gustan a muchos melómanos. En este marco lucen con perfección los decorados de Michael Levine el ajustado vestuario de Anthony Powell, y la perfecta iluminación de Robert Carsen y Peter Van Praet. A la perfección de la versión visual se le sumó una suntuosa versión musical a cargo de Ingo Metzmacher quien insufló sutiliza y refinamiento a una obra plena de claroscuros. La Condesa Madeleine de Emily Magee fue compenetrada y profunda. Alguna acidez en el registro no fue óbice para redondear una protagonista de calidad. El Flamand de Benjamin Bermheim resultó perfecto, bien acompañado por el Olivier de Lauri Vasar. Lars Woldt se convirtió en eje de la acción como La Roche con calidad vocal y vuelo interpretativo. El Conde de Wolfgang Koch fue mesurado y de gran profesionalismo mientras que Michaela Schuster fue una Clairon de adecuados acentos. Con gran histrionismo y calidad vocal los dos cantantes italianos de Chiara Skerath y Juan José De León. Bien servido el resto del elenco.
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