Ramón Jacques
Pocas son las posibilidades de escuchar algunos títulos desconocidos o en muchos casos olvidados de Gioachino Rossini, como de otros compositores, por lo que si se presenta la ocasión no hay que desaprovecharla. La Ópera de Lyon lleva realizando en los últimos años un loable trabajo de recuperación de este tipo de obras, para ofrecerlas en su escenario y posteriormente, y en versión concierto, principalmente en escenarios de la ciudad de Paris. A esta larga lista se puede agregar Moïse et Pharaon ou Le passage de la Mer Rouge, ópera en cuatro actos estrenada en 1827, que es la adaptación francesa que hiciera Rossini de Mosè in Egitto, estrenada en Nápoles en 1818 y que Stendhal evocara y elogiara tanto en su libro La Vie de Rossini. Para la versión parisina Rossini se hizo acompañar de Étienne de Jouy (futuro libretista de Guillaume Tell, título que fue también escenificado hace poco en este teatro) quien se basó en el libreto original de Andrea Leone Tottola, con la diferencia de que los nombres de varios personajes cambiaron como el de: Arone que aquí se convirtió en Eliézer; Elcia que cambió su nombre por el de Anaï, o Mambre por el de Osiride. En la composición de la partitura Rossini, incorporó de nueva cuenta, música utilizada en pasajes de óperas anteriores suyas como Bianca e Faliero y Armida. La evidente dificultad de escenificar títulos como este, se evidencia por su extensión, la dificultad de conformar elencos que le hagan justicia vocal a personajes que ofrecen pocas satisfacciones vocales (aquí se pueden destacar como notables la virtuosa aria de Anaï, su dúo con Aménophis, y la sentida aria de Sinaïde y no mucho mas) e historias con personajes endebles del punto de vista histriónico. Como en la versión italiana de la ópera, Rossini retomó la historia del cautiverio en Egipto de los israelitas, y su travesía a través del mar rojo, con lo que dio inicio un éxodo a la tierra prometida con Moisés y el Faraón; que fue una de sus primeras operas al ‘estilo francés’ género que, enfocado en temas políticos a gran escala, buscaba introducir innovaciones musicales y dramáticas. Es precisamente este enfoque político en el que director alemán Tobias Kratzer –quien escenificó aquí Guillaume Tell en el 2019- desarrolló su idea escénica, preguntándose ¿Se ha detenido realmente el exilio y las migraciones desde el tiempo mítico del éxodo? O ¿Es un drama perenne que se vive en la actualidad? Los vestuarios y escenografías de Rainer Sellmaier sitúan la escena en nuestro tiempo en el interior de un palacio, con un escenario dividido, por un lado, en un campo de refugiados y en el otro dentro de las opulentas oficinas de empresarios y políticos que viven en realidades diferentes. La figura de Moisés que aparece en escena, es un personaje de otro tiempo que aparece como líder y guía espiritual, de los refugiados – o israelitas- y asi comienza la interacción, distante, entre esos dos mundos, una idea bien realizada y trabajada por Kratzer, ayudado del uso de transmisiones audiovisuales, redes sociales, pantallas de televisión con noticias y escenas de destrucciones por fenómenos naturales, una especie de guiño o mensaje sobre los problemas climáticos que amenazan al mundo, ideados por Manuel Braun; y la inclusión, como no puede faltar en toda grand opera francesa, de extensos ballets contemporáneos de elegantes y atractivas movimientos y coreografías de Jeroen Verbruggen, con una buena iluminación del escenario de Jeroen Verbruggen. Dos escenas muy bien realizadas desde el punto de vista del espectador, fue la retirada de los israelís en sus botes, con chalecos naranjas, y la separación del mar rojo realizada sobre un telón sobre la escena un efecto visivo de mucho impacto e ingenio. No se puede dejar de mencionar el aporte de los miembros del coro de la Ópera de Lyon por su desempeño vocal, tan importante en una obra como esta, como por su participación escénica tan activa durante toda la obra. La escena y el coro final, realizado entre las butacas y el público, un recurso que he visto con mucha frecuencia en épocas recientes en diversas puestas en escena y teatros, que parece envolver e involucrar al público en el espectáculo, luce como una idea sugestiva. El elenco vocal fue encabezado por el bajo Michele Pertusi, quien resaltó por su experiencia, maestría vocal y dominio de este repertorio. El bajo-barítono Alex Esposito personificó un malvado y enérgico Pharaon con voz potente y profunda. Por su parte la mezzosoprano Vasilisa Berzhanskaya agradó por su desempeño vocal, la oscura tonalidad de su voz, su presencia escénica y la delicadeza con la que conmovió con su sentida aria. La soprano Ekaterina Bakanova aportó la flexibilidad y la pirotecnia vocal requerida por Rossini y una buena prestación actoral. El tenor Ruzil Gatin no sorprendió particularmente por su personificación en el papel de Aménophis como si lo hizo por tono y timbre vocal, de grato color y cualidad que se adapta muy bien al estilo del canto rossiniano. Correctos estuvieron el tenor Mert Süngü como Eliézer, asi como Alessandro Luciano como Aufide y Alessandro Lucianoen el papel actuado de la princesa siria Elégyne. No se puede dejar a un lado el aporte del seguro bajo barítono Edwin Crossley-Mercer y de la mezzosoprano Géraldine Chauvet quien aportó y mostró su experiencia vocal y actoral y radiante presencia al papel de Marie, ambos, los únicos cantantes franceses del elenco, en una grand opera y en un teatro de primer nivel francés. Al frente de la orquesta estuvo Daniel Rustioni, director musical del teatro, quien mostró maestría y pericia concertando la partitura, encontrando cohesión entre todas las fuerzas musicales, con dramatismo y ese gusto musical tan particular que emana de la música de Rossini, aun de su operas serias y dramáticas.
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