Ramón
Jacques
Werther la ópera o drama-lyrique en cuatro actos de Jules Massenet (1841-1912) con libreto de Édouard Blau, Paul Milliet y Henri Grémont, siguiente título de la presente temporada de la Houston Grand Opera, nunca ha podido afianzarse en el gusto del público ni en la programación de las temporadas de los teatros estadounidenses. Haciendo un breve recuento, considerando únicamente los escenarios más importantes de este país, encontramos que: el Metropolitan de Nueva York la programó en el 2014, y las funciones de la temporada 2019-2020 fueron canceladas a causa del Covid; en la Opera de San Francisco se vio por última vez en septiembre del 2010; en la Opera de Los Ángeles en septiembre de 1998, y en la Lyric Opera de Chicago en noviembre del 2012, curiosamente con el mismo protagonista de esta producción. Aquí mismo en Houston, las funciones de este título se consideran una rareza y un descubrimiento para muchos miembros del publico si se considera que aquí solo se escenificó una vez, en la temporada 1978-1979. Sería motivo de especular el por qué la obra no se ve con más frecuencia en Estados Unidos, pero en mi personal opinión, después de haber presenciado tantas producciones de títulos y producciones, algunas polémicas, en teatros de este país, quizás la temática de la ópera sea un tema sensible, y la decisión políticamente correcta sea la de evitar entrar en polémicas con el público, que suele ser conservador en su gusto. Lo cierto, es que Werther es un título que vale la pena ver siempre que sea posible, por el valor musical y vocal que contiene. Desde el punto de vista escénico todo estuvo bien cubierto, y la compañía no escatimó recursos para importar el montaje perteneciente a la Opéra de Paris y a la Royal Opera House Covent Garden, dirigida por el cineasta francés Benoît Jacquot, con sencillos pero elegantes decorados de Charles Edwards, y admirables vestuarios de época de Christian Gasc. Las escenas en la mayoría de los actos se realizan dentro de un cambiante juego de colores en la iluminación, ideados por el propio Charles Edwards, acordes a los sentimientos y los instantes que en ese momento están siendo expresados por la música y los personajes, un brillante cielo azul con muros que delimitaban el fondo del escenario y ligeramente inclinados hacia los lados, creando una perspectiva atractiva al público, y claroscuros que causaban sensaciones de zozobra e incertidumbre. El diseño del salón de un palacio donde se lleva a cabo el tercer acto es de una belleza francamente admirable. Los papeles principales fueron cantados por dos artistas estadounidenses, en sus debuts en este teatro, así el papel de Werther fue cantado por el tenor Matthew Polenzani, cuya voz a adquirido cuerpo, sin perder esa textura vocal y elegancia, para comunicar e impregnar en su canto la tristeza y pasión que requiere su parte. Con buena dicción y acentuación. Su actuación fue adecuada y sobretodo creíble. Lo acompañó la mezzosoprano Isabel Leonard, cuya oscura y profundo timbre parece adaptarse al tanto dramatismo como al sentimiento que requiere su papel, exhibiendo un atractivo y sugerente magnetismo en escena. Ambos artistas lucieron compenetrados vocal y actoralmente en escena, recordándonos que este es un teatro de primer orden, a pesar de que sus objetivos se han enfocado en otra dirección y la presencia de cantantes consagrados es siempre más escasa. Gratas sensaciones dejó la soprano Jasmine Habersham por su una delicada y frágil Sophie, como por su sobresaliente despliegue vocal, así como el barítono Sean Michael Plumb como un seguro y autoritario Albert, poseedor de un potente instrumento que supo modular y armonizar acorde con su desempeño actoral. Buena fue la caracterización del bajo-barítono Patrick Carfizzi como Le Bailli, y correcta estuvo el resto de la compañía de canto, por la juventud y disposición mostrada por el tenor Richard García (Schmidt), la mezzosoprano Emily Triegle (Katchen), el barítono Luke Sutcliff (Bruhlmann) y el bajo Cory McGee (Johann). Una mención también para el coro de niños dirigido por Karen Reeves. Al frente de la orquesta estuvo el veterano y experimentado maestro Robert Spano, más conocido por su posición a cargo de la Atlanta Symphony Orchestra, que supo extraer los matices, colores y sentimientos contenidos en la partitura, pero cuya aproximación más sinfónica que operística, parece por momentos ir en dirección opuesta y encontrar un conjunto y balance en escena. Al final son detalles que no le restan valor, ni el gusto de poder presenciar con esta obra uno de los montajes más meritorios presenciados en Houston en diversas temporadas.
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