Foto: Fabio Parenzan per il Teatro "Giuseppe Verdi" di Trieste
Rossana
Poletti
La obertura de la ópera
Macbeth, que el director Henning
Brockhaus y el escenógrafo Josef
Svoboda proponen en un mundo gris, una piedra pétrea o algo similar, sobre
la que por momentos aparecen muchas calaveras apiladas unas sobre otras y sobre
las cuales fluían ríos de sangre, nos mostró inmediatamente el trazo de la
obra. Son imágenes que lo abarcan todo, hasta las brujas, bailarinas, mimos y
acróbatas que se mueven sobre el escenario para representar esa dimensión
onírica, como la define la coreógrafa Valentina
Escobar. Todos mueren en Macbeth, no hay lugar para la esperanza, excepto
en el final que veremos más adelante. Se matan unos a otros como animales
descarrilados “Lady Macbeth es un monstruo que obliga a su marido a hacer cosas
que él no quiere. Su relación es una susurra en música: recitar cantando en un
gemido fatal - así define el director musical Fabrizio Maria Carminati la obra de Verdi, tomada del drama
homónimo de Shakespeare - Verdi -afirma siempre Carminati- crece en un momento
de gran fermento y este texto es un pretexto al que el compositor se adhiere
perfectamente.» A principios de 1846, el
compositor de Busseto fue llamado por el Teatro della Pergola para un nuevo
encargo. Verdi había sido empujado por el empresario del teatro florentino,
Alessandro Lanari, a poner en escena una obra fantástica y para él elegir Macbeth
de Shakespeare era una elección obligada. Habría tenido entonces a su
disposición a dos cantantes de la época, Sophie Loewe y al barítono Felice
Varesi, muy conocidos por sus dotes interpretativos. En esta edición de Trieste
la soprano Silvia Dalla Benetta fue
Lady Macbeth. A la gran vocalidad, alcanzada en madurez por esta soprano, que
hemos visto crecer y cambiar a lo largo de los años, se añade una carga
interpretativa impresionante. Responde a la perfección a los requisitos que
Verdi planteó para este personaje. Dalla Benetta filtró con fuerza la maldad y
la perversión que anima a Lady Macbeth, y mostró con fuerza la codicia del
poder absoluto, negando a cualquiera la posibilidad de contenderla. El Macbeth
del barítono Giovanni Meoni fue inquieto,
decidido a seguir las sugerencias de su mujer, aunque con la necesaria dosis de
cobardía. Su dicción al cantar fue perfecta, y eso es exactamente lo que
necesita el canto susurrado donde la palabra tiene una importancia estratégica.
Su presencia escénica sostuvo la interpretación de la pareja malvada. «Una
pareja que no tendrá ni una sola nota de bel canto -recuerda el director
Henning Brockhaus, que considera la obra una reflexión sobre nuestros lados más
oscuros-, Verdi y Piave hablan de nuestras perversiones, de la sed de poder, de
la frustración de Lady y Macbeth que en el aburrimiento buscan nuevos
estímulos. Todos son asesinos: Duncan y Banco entran en escena tras matar a un
soldado. La música es un lenguaje simbólico, de nuestros sueños, no es lógica
sino simplemente una expresión de dolor o alegría. Una violencia sin
escapatoria, decían, a la que también se opuso el pueblo, oprimido por tanta
crueldad. Representado por el coro, lo vimos en el escenario dando vueltas
cantando: “Patria oppressa! il dolce nome di madre aver non puoi”. El vestuario
de Nanà Cecchi está hecho de fieltro
cortado en bruto vagamente inspirado en el mundo asiático de Kurosawa, como
pretendía el director; no vinculado a una época, sino referido a un tiempo de
hace mil años, así como al futuro. Gris con los únicos rastros de rojo sangre
pintados en la tela. La esperanza de la paz llega en el cuarto acto cuando
Macduff entona. “O figli, o figli miei! da
quel tiranno tutti uccisi voi foste…”. La interpretó Antonio Poli, que hizo gala de una
hermosa voz de tenor. Concluye el aria “…possa a colui le braccia del tuo
perdono aprir” con una larga nota aguda que desencadenó un estruendoso y
merecido aplauso del público. El espacio más importante de la obra, Giuseppe
Verdi se lo dio al coro, excelentemente dirigido por Antonio Poli, y más precisamente a la parte femenina que interpretó
a las brujas. El director les impuso movimiento y fuerte presencia escénica,
presagiando el futuro cantaron: “Tre volte miagola la gatta in fregola, tre
volte l’upupa lamenta e ulula, tre volte l’istrice guaisce al vento…” lo que
Macbeth imitó preguntando “Ch’io sappia il mio destin” Tres número mágico o
demoníaco, como tres fueron las brujas, o más bien un múltiplo de ellas, y tres
son las profecías. Sin embargo, el destino haría justicia a un dios vengador,
matando a la cruel pareja. La orquesta del Teatro Verdi, dirigida por
Carminati, es la que mejor expresó sobre todo aquellas partes corales que son
la fuerza de esta obra. En escena estuvieron también los excelentes Dario Russo (Banco), Cinzia Chiarini (Lady Macbeth's Lady), Gianluca Sorrentino (Malcolm), Francesco Musino (Doctor) y de nuevo Damiano Locatelli, Giuliano Pelizon y Francesco
Paccorini, con la participación del Coro I Piccoli Cantori de la Ciudad de
Trieste, dirigido por Cristina Semeraro.
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