Ramón Jacques
Las
nuevas y más dinámicas programaciones de los teatros estadounidenses, que
apuntan hacia la escenificación de obras contemporáneos, principalmente de
compositores estadounidenses, y algunos extranjeros (el siguiente título del
teatro será Ainadamar del compositor
argentino Osvaldo Golijov -1960), así como de musicales, galas de ópera y
recitales, con el fin de abarcar e interesar a la mayor cantidad posible de públicos,
indudablemente han ido relegando paulatinamente títulos como Così fan tutte, obra conocida por ser parte de la trilogía
Mozart-Daponte, que, si bien no se consideraría como uno de los títulos más conocidos
del repertorio operístico tradicional, si goza del interés del público y muchos
teatros internacionales la programan con
regularidad. La ópera se había mantenido fuera del repertorio de la compañía Los
Ángeles Opera, y su reposición es uno de los títulos elegidos y que ha querido
dirigir el maestro James Conlon, quien el próximo año concluirá su gestión
de veinte años como director musical del teatro, que además coincide con el 40
aniversario de la fundación de la compañía angelina, que inicialmente se llamó
Los Ángeles Music Center Opera, ya que su sede, el vetusto teatro Dorothy
Chandler Pavilion, al igual que la sala de conciertos Walt Disney Concert Hall,
cruzando la calle, y un par de teatros
más, forman parte del complejo llamado Los Ángeles Music Center. La última vez que se escucharon las notas de
esta obra aquí fue cuando Così se programó para iniciar la temporada 2011/2012
con un elenco que incluyó a la entonces poco conocida Aleksandra Kurzak
(Fiordiligi), Ruxandra Donose (Dorabella), Roxana Constantinescu (Despina),
Ildebrando D’Arcangelo (Guglielmo), Lorenzo Regazzo (Don Alfonso)
y el tenor Saimir Pirgu, literalmente un albano por nacionalidad y
personaje, haciendo a Ferrando. En aquella ocasión dirigió también la orquesta el
maestro Colon. Trece años y medio
después, y aunque la LA Philhamonic hizo su propia versión escénica en el 2014,
vuelve la obra a escucharse en Los Ángeles, especialmente en el escenario del
Dorothy Chandler. A lo largo de ese tiempo las cosas han cambiado y para esta
nueva producción se recurrió a un buen elenco de cantantes que combinan la juventud
y el talento de unos, con la experiencia y tablas de otros; comenzando por la
presencia del tenor Anthony León, nativo de esta región, quien mostró
cualidades interesantes desde sus días como miembro del estudio del teatro, especialmente
hace dos temporadas en su primer estelar que fue Don Ottavio. Considerado un óptimo tenore di grazia
de voz dúctil y grata, León cantó el papel de Ferrando de manera entusiasmaste pintando
su desempeño vocal con amplios colores y matices. De igual manera, el barítono Justin Austin
exhibió seguridad, claridad y elegancia escénica y vocal como Guglielmo; sin
embargo, un detalle que les jugó en contra a ambos interpretes fue la falta de
espesor y cuerpo en sus respectivas voces, lo que comprometió su proyección, que
de no haber sido por la la pericia que le imprimió el maestro Conlon a su
lectura, sus personajes hubiesen sido poco audibles durante diversos pasajes de
la función. Por su parte, la soprano Erica
Petrocelli, también ex alumna del estudio del teatro agradó en el personaje
de Fiordiligi. Su desenvolvimiento fue con naturalidad y franqueza en escena, sumado
a su temple vocal, y a la nitidez y a la musicalidad de su voz, en sus arias, resaltó
de manera positiva en escena. También la mezzosoprano canadiense Rihab
Chaieb, personificó y dignificó al personaje de Dorabella, a la que prestó su
voz oscura, afelpada, dulce y suave. La
experiencia la aportaron el barítono Rod Gilfry, con una buena
encarnación del viejo Don Alfonso, y aunque su voz es firme y segura no
sobresalió especialmente por ello, como si por su desempeño actoral, aunque por
momentos parecía estar un poco hastiado; como también fue el caso de la soprano
Ana María Martínez, que sacó adelante y de manera plausible su personaje
por las buenas cualidades canoras que
aun posee, aunque por su repertorio, no es una cantante que haya desarrollado
una verve cómica en su carrera, por lo que su Despina lució algo acartonada y carente del espíritu de
animación, vivacidad y malicia que
requiere el personaje. Cabe señalar que
en la versión escuchada en esta función, y por elección James Conlon, se restituyeron
arias normalmente omitidas en escena, con el fin de presentar una versión más
completa y fiel a la partitura: como el aria del segundo acto de Ferrando (Ah,
Lo Veggio!) y (Tradito, schernito), el aria del segundo acto de Dorabella ('È
amore un ladroncello') o la muy poco conocida aria de Guglielmo (“Rivolgete a
lui lo sguardo”) que fueron bien interpretadas por sus respectivos personajes. La parte escénica del espectáculo estuvo bien
cubierta por la vistosa producción ideada por el director de escena canadiense Michael
Cavanagh, quien falleciera inesperadamente el año pasado, y que por encargo
de la Ópera de San Francisco ideó las puestas en escena para su trilogía
Mozart-Da Ponte, inspirándose en la arquitectura colonial americana de la
región noroeste de los Estados Unidos, y cuyo elemento principal, presente en las
tres operas es la fachada de mármol de una casa que se adecuo a cada título. Cavanagh
situó Le Nozze di Fígaro en la época de la revolución estadounidense; Don
Giovanni en el mismo lugar, pero en un futuro distópico, mientras que Così fan
tutte se ubicó en un periodo intermedio, en los años 30 del siglo pasado, en el
lujoso Country Club Wolfbridge del cual Don Alfonso es el administrador, y los
cuatro personajes principales son miembros, y hacen deporte, nadan, se asolean
y juegan tenis y ping pong. Opulentos
jardines, albercas y salones, son parte de las escenografías, con imágenes de
paisajes y bosques al fondo, o de atardeceres y amaneceres. Durante algunas
escenas se bajaba la cortina, y los personajes quedaban entre el proscenio y la
cortina, reflexionando y cantando sus arias de manera intima, mientras sobre la
propia cortina se realizaban proyecciones de diseños arquitectónicos del club,
o invitaciones a eventos. El encargado de la creación de las escenografías y
las proyecciones, que fueron estrenadas en San Francisco en el 2021, es Erhard
Horm; con los elegantes vestuarios alusivos a los años 30, y algunos algos,
extravagantes, como los abrigos utilizados por los extraños jóvenes albaneses, creados
por Constance Hoffmann; además de la buena iluminación – vital en este
montaje- de Jane Cox. De la
dirección escénica se encargó Shawna Lacey, quien se basó en las
directrices de Cavanagh, quien buscaba retratar una sociedad que acaba de
atravesar por la gran depresión económica, su una visión actoral es directa, y
los personajes son retratados como inexpertos, privilegiados, confiados, pero
con defectos e inconscientes y aislados del mundo que los rodea, interesados solo
en el materialismo y las apariencias, que los lleva a apostar, como si se
tratase de un juego, a generalizar y controlar
el comportamiento de las mujeres. En
resumen, el montaje fue bien pensado, despertando
interés y la reflexión sobre los temas mencionados y otros más, sin olvidar la habitual
dosis de comicidad, por momentos justa y en otros exagerada, y sin duda,
aludiendo a los usuales clichés, algunos ya vistos, de los que muchos títulos
como este, parecen no poder alejarse o despojarse. El coro mostró su
profesionalismo y participación, cuando fue requerido, en escena eran miembros
del club que hacían uso de las instalaciones cuando debían cantar. En el podio, el maestro James Conlon,
dirigió con su entusiasmo, precisión, y consideración por las voces, como ya se
mencionó. Al inicio de la ópera y desde
la obertura, la sonoridad de la orquesta se escuchó errática, con notables desajustes y desfases, y
cierta lentitud, que fue recomponiendo en el transcurso de la función, acercándose
a ese sonido orquestal, tan característico y reconocible de las óperas de
Mozart. En el balance, la función dejo muchas satisfacciones al público
presente, a pesar de lo extensa que se hizo la función.
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