Rossana Poletti
¿Por qué motivo Leonard Bernstein eligió
la novela filosófica "Cándide" de Voltaire para escribir una ópera
que lo proyectara en el mundo lírico? La primera razón es, sin duda, la
cuestión política. En la posguerra, América estaba dominada por el Maccartismo
(un poco como hoy por el trumpismo, pero hay que mirar hacia donde llevan los caminos).
La obsesión contra el comunismo, la estrecha intolerancia difundida, gobierna
la realidad de los Estados Unidos. Las brujas deben ser especialmente
descubiertas en el mundo de la cultura y del espectáculo, allí se esconden y de
allí deben ser expulsadas. Voltaire en
su "Cándide" se burlaba de Leibniz, de su "optimismo", de
su idea del "mejor de los mundos posibles" (el mundo creado por Dios
es el mejor entre todas las realidades alternativas posibles; Dios, en su
omnipotencia y sabiduría eligió la combinación óptima entre todas las
posibles). ¿Qué hay para ser optimista con los niños que mueren al nacer, en
las guerras continuas, en las sociedades en las que unos pocos explotan y
oprimen al pueblo? se preguntaba Voltaire. Y señala con el dedo a los dos
pilares del poder, la monarquía (en su tiempo) y la iglesia. Pero para
Bernstein, había otro motivo y ese era la música: en los primeros años de la
década de 1950 había dirigido triunfalmente a la Orquesta de La Scala en la
ópera Medea primero y en La Sonnambula después, siempre con Callas como
protagonista. ¿Un amor desinteresado por el melodrama? ¿Una pasión por la
música europea? Concentrado en escribir un nuevo lenguaje musical
"típicamente" americano, Candide sería definido por él como una
«carta de amor musical a Europa. » Es difícil decir qué es Candide. Los críticos
musicales tienden a definirlo como un híbrido entre musical, ópera, opereta y
comedia musical. El mismo Bernstein dijo en una entrevista a si mismo: «...
querido, ¿quién ha dicho alguna vez que no se trata de una opereta? Si solo te
has preocupado por esto, entonces nuestra discusión ha terminado. Por supuesto
que es una especie de opereta, o una versión larga del teatro musical que es
fundamentalmente europeo, pero que los estadounidenses han aceptado y amado
desde hace tiempo. ¿Recuerdas que dije que uno de los atributos más evidentes
de la opereta es la atmósfera exótica (para los estadounidenses) en la que se
desarrolla? ... Imagino que Candide sigue esta tradición, más que la de la pura
comedia musical de Guys and Dolls o Wonderful Town. En cuanto al nombre que asumiría al final –
opereta, ópera cómica u otro – debemos dejar que sean los demás quienes lo
decidan. La particular mezcla de estilos y elementos que se encuentra en esta
obra lo convierte quizás en un nuevo tipo de espectáculo. Candide, que se
presentó en el Teatro Verdi de Trieste y
que después se verá en el Teatro Comunale de Bolonia (coproducción entre la
fundación triestina y la boloñesa), con la misma dirección, dirección musical y
elenco, sin duda se puede clasificar en el estilo de una opereta por la
presencia de tanta actuación (en inglés) y por la exigencia de la partitura de
voces líricas. Sin embargo, si escuchamos la extraordinaria música que
Bernstein compuso, no podemos dejar de notar todos los matices que le regaló al
naciente musical americano, comenzando por los acordes recurrentes, que
volveremos a encontrar al año siguiente, 1957, en su obra maestra West Side
Story, pero no menos en las dos oberturas de los dos actos, potentes, sonoras,
profundamente alejadas de la opereta vienesa a la que quizás aspiraba. También
encontramos referencias a la 'Ópera de los tres centavos' de Bertold Brecht y
sobre todo a las músicas de Kurt Weill; han pasado casi treinta años desde esta
última, pero la impronta musical y también 'ideológica' es muy evidente. El
texto de esta historia es inenarrable, es un desafío para quien es capaz de
resumirlo en pocas líneas. Es la historia humana de Cándide, un joven ingenuo,
cándido de hecho, que a través de experiencias tormentosas entenderá que la
vida no se puede contemplar con optimismo, sino con la aceptación de que el
mundo es como es y hay que hacer y dar lo mejor para vivir en él: "no
somos puros, ni sabios, ni buenos, haremos nuestro mejor esfuerzo,
construiremos nuestra casa, cortaremos leña y cultivaremos nuestro jardín. Que
los soñadores sueñen los mundos que prefieran; el Edén no se puede
encontrar". Estas son las palabras con las que concluye el espectáculo. La
Orquesta del Teatro Verdi, dirigida por el estadounidense Kevin Rhodes,
quien lleva 34 años dirigiendo en Europa, sonó endiablada y se expresó con un desempeño
extraordinario, siendo muy aplaudidos la orquesta y el director, para destacar
el gozo entusiasta del público en el estreno. Los artistas empleados en el
espectáculo fueron muchísimos. En el papel de Cándide, el tenor Enrico
Casari cantó constantemente de principio a fin, desenvuelto también en el
notable compromiso actoral; y es el quien debía mostrar el máximo de ingenuidad
y lo logró de manera excelente. Luego estuvo
Cunegonde, su enamorada, perseguida por medio mundo, Tetiana Zhuravel,
soprano de coloratura, capaz de ejecutar los pasajes vocales rápidos, los
audaces destellos que la partitura de Cándide exige, pero, sobre todo, estuvo excelente
en su presencia física en escena, joven cautivadora que se adapta a todas las
situaciones y a todos los ricos y poderosos que la desean cubriéndola de
riquezas, pero nunca casándose con ella. El papel clave fue el de Bruno
Taddia, que en el cambio de las situaciones haría de Voltaire, Pangloss y
Martín, siempre como una especie de conductor, narrador, instructor, clave de
lectura para la historia compleja y para los matices filosóficos. Su actuación
se inspiró en los Monty Python, en su disruptiva comicidad, absurda y muy
inglesa. Como siempre, excelente estuvo el Coro del Teatro Verdi, en sus
momentos fuera de la escena, pero
también en sus participaciones muy activas sobre el escenario bajo la buena dirección
por Paolo Longo. La dirección y las coreografías fueron de Renato
Zanella, quien imaginó la
ambientación en una fantasmagórica Universidad de Westfalia: «...un lugar de
estudio y de aprendizaje – afirmó - un
microcosmos poblado por profesores, estudiantes y figuras en continuo cambio,
que reflejaban los temas centrales de la obra: la corrupción, el poder, los
dogmas religiosos y políticos, lo absurdo de la guerra.» Las escenografías eran
de Mauro Tinti, los vestuarios de Danilo Coppola, y el asistente
de dirección fue Oscar Cecchi. Los demás intérpretes fueron Felix
Kemp (Maximiliano / Capitán / Zar Iván), Madelyn Renée (La anciana),
David Astorga (El Gobernador / Vanderdendur / Ragotski), Aloisa
Aisemberg (Paquette) y también Saverio Pugliese, Yuri Guerra,
Giulio Iermini, Xin Zhang, Zhibin Zhan, Dax Velenich,
Francesco Cortinovis, Armando Badia, Gianluca Di Canito, y
Rustem Eminov.





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