Massimo Viazzo
Fueron nueve funciones en 1952 con Gino Penno, Ebe Stignani, Nicola Rossi
Lemeni bajo la conducción de Franco Ghione y la dirección escénica de Mario
Frigerio, y nueve funciones más entre diciembre de 1955 (inauguración de la
temporada) y enero de 1956 con Mario Del Monaco, Giulietta, Nicola Zaccaria,
bajo la baqueta de Antonino Votto y la dirección escénica de Martherita
Wallmann: las fechas y los elencos cuando inició el legendario binomio María
Callas-Norma en el Teatro alla Scala de Milán. Desde entonces, solo
se había presentado en el temible papel Leyla Gencer en 1965 con Bruno Prevedi,
Giulietta Simionato, Nicola Zaccaria, bajo la conducción de Gianandrea
Gavazzeni, también en la producción y de Wallmann, y sobre todo Montserrat
Caballé en más reposiciones entre 1972 y 1977 con colegas del calibre de Gianni
Raimondi, Fiorenza Cossotto, Tatiana Troyanos e Ivo Vinco con la conducción
musical compartida entre Gianandrea Gavazzeni y Francesco Molinari Pradelli, en
un espectáculo curado por Mauro Bolognini. ¡Desde aquellas funciones ha
transcurrido casi medio siglo antes de que la Scala volviera a programar Norma!
He incluido un poco de historia para dar a entender el motivo que ha
mantenido alejado a este título fundamental del melodrama italiano en el teatro
milanés, durante todos estos años, y que son los fantasmas de una época de la
lírica que evidentemente hasta hoy eran poderosos. Además, el Teatro alla Scala
tiene un vínculo muy estrecho con la obra maestra de Vincenzo Bellini
(1801-1835), porque justo en este escenario milanés se montó por primera vez en
escena en 1831, con un elenco estelar compuesto por: Giuditta Pasta, Domenico
Donzelli, Giulia Grisi, Vincenzo Negrini con la conducción de Alessandro
Rolla. En definitiva, Norma ha representado desde hace años para la
Scala, un título que debe ser afrontado con cautela. Es innegable que las
legendarias interpretaciones de María Callas en los años 50, como también las
de Montserrat Caballé en los años 70 influyeron, se quiera o no, en las
elecciones de los directores artísticos del teatro a lo largo de los años.
Además, hasta hace poco tiempo, en el loggione, del célebre loggione
scaligero era posible encontrar entre el público a espectadores que
personalmente habían asistido a aquellas representaciones memorables. Los
llamados “vedovi Callas” (viudos de Callas) quienes ¿Habrían aceptado
con agrado una nueva Norma? ¿Simplemente la habrían tolerado o la habrían
desaprobado de antemano con silbidos y abucheos? Bueno, todo esto sirve
para afirmar que esta Norma era muy esperada, y era probablemente el título más
anhelado de la entera temporada. Y ¿Cómo le fue el espectáculo? Diría a
doble velocidad: que convincente en la parte musical, en cambio, un poco más
problemática en la parte escénica. Olivier Py sitúo el espectáculo en el
período previo al risorgimento italiano, que también es el periodo de
composición de la ópera, y buscó relaciones e interconexiones con el personaje
ancestral y afín de Medea, que no por casualidad es otro papel-ícono ligado al
nombre de Maria Callas; pero a diferencia de Medea, que asesina a sus propios
hijos, Norma los perdona, entrando ella misma, junto a Pollione, a la hoguera.
En la transposición temporal prevista por el director de escena francés, los
galos del libreto eran los propios italianos (los milaneses para precisar)
mientras que los opresores romanos, se convirtieron en los austriacos. “Se
puede imaginar”– explicaba Py en las notas del programa de mano – “que la
situación de esta Medea (italiana), enamorada de un oficial romano (o
austriaco, dependiendo de si se revela o no el juego de las transposiciones),
que retrasa la revolución nacional para salvar a su amante, haya conmovido a un
libretista y a un músico, ambos, en el centro de la revolución nacional
italiana. Norma debe elegir entre su corazón de mujer y su corazón político, y
sus dudas dan lugar a un conflicto muy musical. No puede matar al padre de sus
hijos, ni puede perdonarle la infidelidad y el cinismo con el que la ha
inducido a traicionar su causa revolucionaria, y no puede quitarle la vida a
sus hijos, porque es profundamente moral, y no le queda otra opción que sacrificarse
por la revolución” En esta producción, Norma, artista de mediados del siglo
XIX, se prepara para interpretar el papel de Medea, pero, sacrificándose en
nombre de la revolución, trastocando el final de la tragedia de Eurípides y la
ópera homónima de Cherubini, viviendo en primera persona, la catástrofe final,
pasándole el testimonio a aquella especie de su alter ego que es Adalgisa. Cabe
destacar la elegante y esencial escenografía, situada sobre una plataforma
giratoria, curada por Pierre-André Weitz (responsable también de los
apropiados vestuarios), y que evocaba precisamente a la sala del Piermarini.
Nos encontramos claramente en los territorios del metateatro, con una
propuesta indudablemente inteligente e interesante, pero no siempre de fácil
lectura. La Scala se convierte así en el templo de Irminsul, y las dos
sacerdotisas del templo no son otra cosa que sacerdotesse dell’arte
(sacerdotisas del arte). Py ha exigido quizás demasiado: cuando el espectador
se ve obligado a concentrarse para comprender a fondo los eventos escénicos,
ocasionando que la música corriera el riesgo de pasar a un segundo plano. Pero
los diferentes niveles de lectura, que se entrelazan y se superponen, con las
protagonistas-artistas que, mientras viven la historia de Norma, interpretan la
de Medea con los movimientos revolucionarios italianos de mediados del siglo
XIX de fondo, la hicieron ser una propuesta indudablemente estimulante. Sin
embargo, los estímulos a veces parecieron excesivos, como la constante y un poco
perturbadora presencia de mimos en escena, la teatralización un poco predecible
de la sinfonía de la ópera y ciertos bailes convencionales (creó,
deliberadamente), coreografiados por Ivo Bauchiero. La dirección de la
orquesta le fue confiada a Fabio Luisi, quien eligió la edición crítica
preparada por Roger Parker para Casa Ricordi. Luisi propuso una lectura de
estilo neoclásico, caracterizada por atención y sensibilidad en el
acompañamiento de los cantantes (que filológicamente realizaron las variaciones
en los da capo). También fue notable el trabajo sobre la dinámica,
dosificada con precisión de orfebre, y sobre la elección de los tiempos.
Particularmente efectivo, por ejemplo, fue la ralentización del tiempo en
la sección del dúo entre Pollione y Adalgisa del primer acto (Ciel! Così
parlar l’ascolto), un verdadero oasis lírico de íntima poesía. Una tensión
narrativa constante caracterizó su lectura, que nunca resultó efectista o
demasiado ruidosa. Norma fue interpretada por Marina Rebeka, la soprano
letona que es una de las intérpretes de referencia de este papel en la
actualidad. La cantante demostró dominio de la parte, facilidad para resolver
las dificultades técnicas más complejas y las ascensiones en la zona aguda,
aunque por momentos la realidad es que fueron demasiados sonoras. Todo
fue cantado con precisión, escrúpulo y seguridad. Una buena proyección vocal
(tampoco la dicción pareció ser impecable) y total dedicación le permitieron
imponer su visión de una Norma efectivamente cuidada, refinada, íntima (como
ejemplo, inicio a flor de piel con Casta Diva), pero a la cual le faltó
un poco ese acento dramático que ha hecho de Norma un personaje que trasciende
el mero papel operístico. Muy aplaudida estuvo Vasilisa Berzhanskaya cuya
Adalgisa pareció estar centrada desde el punto vocal como desde el teatral.
Berzhanskaya mostró un timbre seductor, conciencia escénica y sobre todo un
estilo dramático inusual para este papel. La mezzosoprano rusa puso en
evidencia un instrumento vocal expresivo, con el que fue capaz de matizar y
conmover. En los memorables dúos con Norma, le hizo frente a su colega,
superándola, por momentos en intensidad. Antonio Poli, quien
sustituyó de último momento al indispuesto Freddie De Tommaso, interpretó a
Pollione con una voz fresca de tenor lírico, generosa y expansiva, por momentos
palpitante, si bien, en otros pasajes,tuvo alguno que otro sonido ligeramente aperto.
Su expresiva y bastante refinada ejecución, se mantuvo justamente alejada
de transformar al personaje en el macho verista alla Turiddu, que se
suele escuchar con frecuencia. Por lo demás, Poli omitió el do agudo
escrito en la partitura de Bellini en la cavatina Meco all’altar di Venere.
Michele Pertusi ofreció una sólida personificación de Oroveso, a pesar
de que su timbre vocal resultó ser un poco delgado. Óptimo fue el desempeño de Paolo
Antognetti (Flavio), un tenor técnicamente preparado, con dicción clara y
agradable timbre. Correcta y apropiada estuvo la Clotilde de Laura Lolita Perešivana,
alumna de la Accademia della Scala. Finalmente, un elogio especial va
para el Coro del Teatro alla Scala, que dirige magistralmente Alberto
Malazzi.


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