Ramón Jacques
Con La Bohème, ópera en cuatro actos compuesta por Giacomo Puccini (1858-1924) con libreto de Luigi Illica y Giuseppe Giacosa, inició la parte estival de la temporada 24/25 de la Ópera de San Francisco, que a diferencia de años anteriores redujo su oferta de tres a dos títulos, uno de los cuales fue sustituido por una gala operística, como también se han ido reduciendo la cantidad de funciones y títulos en cada temporada, que hablando de la segunda compañía estadounidense por prestigio y presupuesto, podría significar más tiempos tormentosos para el mundo de la lírica. La Bohème siempre ha tenido una relación muy estrecha con la historia de este teatro, ya que ha sido escenificada en cuarenta y ocho de sus ciento dos temporadas de existencia, además de haber sido uno de los títulos de la temporada inaugural de la compañía (su estreno fue el 23 de septiembre del 1923), y contando las veces que ha sido escenificada fuera de su sede el War Memorial Opera House y cuando fue llevada en el pasado de gira por diversas ciudades de California. Los elencos han contado con la presencia de los mejores intérpretes en la historia de la lírica del siglo XX, algo que sería imposible mencionar aquí, pero para darnos una idea bastaría con mencionar nombres como los de de: Renata Tebaldi, Victoria de Los Ángeles, Mirella Freni, Teresa Stratas, Ilona Cotrubas o José Carreras, Placido Domingo, Luciano Pavarotti. La Bohème es sin duda una de las obras más representadas año tras año a nivel internacional, y aunque se suele afirmar continuamente que es uno de los títulos más gustados y solicitados por el público, se escucha ya como un argumento muy trillado utilizado por los teatros. De ninguna manera se menosprecia la maravillosa música de Puccini, pero escénica y actoralmente es un título con el desafortunadamente poco se puede hacer u ofrecer hoy, por lo que mis expectativas al asistir a estas funciones no iban más allá de presenciar un par de funciones de rutina. Sin embargo, esta producción escénica puede cambiar la visión y observar la historia desde ángulos distintos al que ha condicionado al público cada vez que asiste a ver este título. Se trata de la reposición del montaje estrenado aquí en el 2014 y visto también en el 2017, ideado por el director inglés John Caird, coproducido entre los teatros de San Francisco, Houston y la Canadian Opera de Toronto, con diseños de David Farley, La producción, está situada en el tiempo que indica el libreto, y la trama se desarrolló dentro de unas escenografías compuestas por un collage de múltiples y diversos lienzos de pinturas, colgados al fondo, con escenas de Paris. Las escenas cambiaban girando mecánicamente (los collages subían hacia lo alto y a los lados del escenario), ubicando la historia en el ático de los artistas, en el frente del Café Momus, el lugar sombrío en la Barrière d'Enfer y de nuevo en el ático; una ingeniosa y satisfactoria solución, que le dio fluidez a la escena por la rapidez con la que se pasaba de un acto a otro. Sirvió muy bien la iluminación de Michael Clark, quien creó esa sensación lúgubre de angustia, en línea con la concepción del espectáculo. El director de escena inglés John Caird, mejor conocido por su propuesta del musical Les Misérables en Broadway, impactó con su cruda y violenta, pero convincente visión de Tosca, vista hace algunos años en Los Ángeles; y aunque su premisa para Bohème era el que la vida bohemia imita el arte o viceversa, en conjunto con la directora escénica Katherine M. Carter, dio un paso más adelante para crear una Bohème inteligente y diferente, en la se eliminaron por completo todas las absurdas bromas, clichés, expresiones, gestos, que parecen estar sacados de un manual en prácticamente todas las puestas de la obra. El enfoque fue en la personalidad de cada y protagonista, que fueron trazados como personas comunes y corrientes, que viven de manera precaria, con carencias, hambre, frio, enfermedades, en suma: humanos que sufren, sin aparentar ficticia felicidad y diversión en su desgracia. Así, el desmayó de Mimì en el primer acto pareció tan convincente, como le hubiera ocurrido a una persona enferma; al igual que las velas que se les apagan a Rodolfo y a Mimì, son a causa del helado viento que sopla; ni Rodolfo se guarda la llave y le toca la mano en la oscuridad, de manera ocurrente o burlona para conquistarla. Musetta es una mujer que se mueve de acuerdo con sus intereses, prescindiendo de los caprichos. Sobre todo, debe agradecerse que, en el tercer acto, la dirección escénica omitió los gritos e insultos entre ella y Marcello; y especialmente, en el último acto se hiciera con mesura la cargada escena de los bohemios bailando de manera excesivamente ridícula. Por ello, va un reconocimiento a la dirección escénica, que consciente de que un título tan conocido y popular puede cansar al público, buscó alternativas actorales para demostrar que la Bohème, y la vida de sus personajes, tiene más en común con el sufrimiento y las carencias, que, con el amor y la alegría, y con esta visión de la obra, que yo no había visto antes así, estoy de acuerdo. La función del 13 de junio correspondió al estreno del mal llamado “elenco alternativo” Si uno se pregunta si era necesario tener dos elencos, yo francamente diría que no, en vista del disparejo nivel mostrado por los cantantes. Así, descolló la notable la soprano australiana Nicole Car, que supo plasmar a conciencia la idea escénica, personificando una Mimì convincente y creíble, humana, enferma, adolorida, con una actuación plena de cordura y sensatez. Vocalmente su canto fue brillante, nítido, colorido, y sus notas casi susurradas y pianos fueron conmovedores. Por su parte el tenor Evan Leroy Johnson, hizo lo propio con el papel de Rodolfo, ofreciendo una actuación puntual, directa y sin sobreactuación. Vocalmente desplegó una voz robusta, cálida, de timbre musical y adecuada proyección. El barítono Will Liverman, que debía cantar el papel de Marcello, canceló de último minuto, y fue sustituido por el barítono Lucas Meacham, quien cantó todas las funciones, con un notable instrumento vocal de adecuado color para su tesitura y buena actuación. Agradó la soprano Britanny Renee, por su expresividad vocal, y se agradeció la cordura con la que dio vida al personaje. En la función del 15 de junio, función del elenco principal, el papel de Rodolfo le correspondió al tenor samoano Pene Pati, quien recurrió a ciertos movimientos y actitudes escénicas en línea opuesta con la dirección actoral, y su voz, aunque amplia, posee una cierta cualidad nasal que no agradó totalmente. Por su parte, la soprano Karen Chia-Ling Ho, creó una delicada Mimì, con buenos recursos vocales, pero la rigidez y pasividad con la que actuó hicieron que su personaje pasara un poco inadvertido. Misma situación con la soprano Andrea Carroll, buenas cualidades, pero volvió a la manera habitual de en la que se hace a Musetta en todas las puestas ya vistas de la obra; y repitió Meacham, como Marcello. En ambos elencos el papel de Colline fue bien cantado con la profundidad en la voz y el desenvolvimiento escénico del bajo rumano Bogdan Talos; y correcto estuvo en ambas funciones el barítono Samuel Kidd, como Schaunard, quizás uno de los personajes más irrelevantes en la ópera; y el bajo-barítono Dale Travis, actuó y prestó su voz a los personajes de Benoit y Alcindoro. Participativo, profesional y uniforme se escuchó el coro San Francisco Opera Chorus, que dirige el maestro John Keene, y una mención para el coro de niños pertenecientes a los coros San Francisco Girls and Boys Choruses. La parte musical del espectáculo fue realizada con exuberancia, elegancia y el buen gusto que le imprimió a su lectura el maestro valenciano Ramón Tebar, quien sabe además conducir con delicadeza, intimidad y complejidad, que hace apreciar el brillante libreto y el verismo de Puccini. Tanto la dirección musical, como el desempeño de la soprano de Nicole Car, y la visión actoral de Caird y Carter fueron los puntos más sobresalientes y memorables de esta producción.




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