Athos Tromboni
Tarde
calurosa y bochornosa la de la inauguración del Festival Puccini 2025 con
Tosca. La afluencia de público, desde las 6 de la tarde, ya presagiaba que el
"todo vendido" comunicado por la taquilla marcaria un récord. En los
próximos días veremos si fue así. Tosca es un título muy querido por los
melómanos y para estimular el favor de quienes aman a Puccini hubieron más
elementos: en primer lugar, la dirección escénica, que estuvo a cargo de Alfonso
Signorini y su declaración de querer atenerse a una puesta en escena
tradicional; luego, el elenco que contaba con voces de primer nivel del
panorama lírico internacional como Aleksandra Kurzak para el papel
epónimo, Roberto Alagna como Cavaradossi y Luca Salsi como
Scarpia; por último, pero no menos importante, la batuta estuvo a cargo de Giorgio
Croci, desconocido para la mayoría, por lo que se esperaba para el una
prueba de fuego (o de agua, dado que el gran teatro al aire libre se adentra en
el Lago de Massaciuccoli...) para un título que, además de ser muy querido,
también es interpretativamente conocido por cómo lo han dirigido y grabado los
más grandes directores del siglo XX como los de esta parte del tercer milenio. Así que partiendo desde la puesta escénica:
más que tradicional, se podría decir que la puesta en escena de Tosca de este
año fue respetuosa de la tradición con alguna hipérbole creativa ideada por
Signorini, que también se ocupó de los trajes y vestuarios (hermosos, ¡muy
hermosos!). La escenografía fue esencial, con un fondo oscuro, negro y oro, que
llevaba la inscripción "Homo praevaricationem morte". El fondo
compacto e imponente del primer acto se dividía luego en tres partes para el
segundo acto resaltando así la palabra "praevaricationem", mientras
que en el tercer acto destacaba la palabra "morte". Uno y trino,
sobre todo en sus significados, que fueron también evocadores. La hipérbole más
temeraria de la dirección escénica se vio durante el Te Deum que cierra el
primer acto: el frente compacto se descomponía, la parte central giraba sobre
sí misma y en lugar de la inscripción "praevaricationem" apareció un
gran ostensorio al que el cardenal celebrante (vestido con túnica, capa, habito
y mitra) le aplicó una hostia luminosa; después de lo cual el ostensorio se elevó
más y más. Descripción perfecta del fetichismo que adorna gran parte de la
liturgia actual, sobre todo la que es más rica en ostentación. Este es un
momento tópico del realismo en el que se inspiró la dirección; otro momento
tópico, el del fusilamiento de Cavaradossi, en el tercer acto, mostró la
arrogancia y la mala fe de Scarpia cuando promete un "fusilamiento
simulado, como para el Conde Palmieri" luego todo se convierte en la
simulación de una simulación, de la cual se dio el imprescindible fusilamiento
real de Cavaradossi ordenado a Spoletta. Ciertamente, la ostensión subida al
cielo de la hostia luminosa fue un golpe de teatro que desencadenó el aplauso
del público, pero - por controvertido – también se condimentó con frases ocultas
y pronunciamientos susurrados, al calor del momento, de una cierta crítica
militante sobre la "pobreza" y el efecto de tal ocurrencia. La
ostensión y el fusilamiento fueron narrados así por Signorini y se convirtieron
en los momentos simbólicos de toda la obra. ¿Las reacciones de cierta crítica
militante? Estamos en lo de siempre, Tosca en minifalda ya no escandaliza, de hecho,
nunca más con dos negaciones, una como graznó el cuervo de Edgar Allan Poe,
mientras que el recurso simbólico y fáctico al fetichismo de nuestra religión, identificado
por la necesaria brevedad y rapidez escénica y pocos minutos de efecto fuera
del libreto de Illica y Giacosa pero dentro de la realidad, se convirtió - para
alguien más conocedor- en una 'pobreza'. Otra hipérbole: Scarpia, en el segundo
acto, se muestra ante Tosca de manera cortes e irónica, pero luego intenta
violarla, antes de que ella se entregue a los deseos del
"prevaricador", en un intento por salvar de la horca al amado
Cavaradossi; la agresión del barón Scarpia hacia la mujer no es solo verbal,
sino también física, con sus manos intentó levantar casi hasta las bragas el
elegante vestido de Tosca, en una lucha furibunda en el sofá para someterla al
coito, bofetadas y desgarros de Tosca como una persona que no se humilla sino
que lucha contra el agresor. Scarpia no lograría violarla, aunque lo intentó.
Otra hipérbole de la dirección: Cavaradossi no fue ocultado fuera de la escena,
sino detrás de la puerta cerrada, durante la tortura; esto ocurre en el
escenario: haciendo que Cavaradossi fuera
torturado a la vista. Pero, en el fondo,
lo que he definido como
"hipérbole" no son más que representaciones escénicas de un realismo
cotidiano, sucesos de la vida y la muerte testimoniados por la historia y la
crónica. Entonces, ¿por qué fruncir la nariz, considerando que precisamente
Tosca es la única obra (quizás) verista del señor Giacomo? ¿Desdémona no es
estrangulada en escena por Otelo? ¿Carmen no es apuñalada por Don José? y ¿Marie
no es acuchillada por Wozzeck? ¿Y la "representación" no puede
inspirarse en la realidad, yendo más allá del atributo escolar y catalogador de
la obra verista? A la luz de estos razonamientos y de las correspondientes
preguntas formuladas anteriormente, "hipérbole" probablemente no es
la palabra adecuada, porque induciría a pensar en una elección dramática
exagerada, mientras que la representación simplemente se inspiró en la realidad, y sobre todo en el ambiente de
su propio tiempo histórico y (quizás) de todos los tiempos cuando el poder se
convierte en abuso. Por esto, la dirección escénica me pareció muy pertinente con respecto a los personajes y
a la historia narrada; como también muy hábil para organizar el movimiento de
las masas y de los individuos en escena, apuntando al relato en lugar de a las
elucubraciones intelectualistas plagadas de pocos "pros" y muchos
"contras." El buen trabajo de Signorini se benefició de la funcional
escenografía de Juan Guillermo Nova y de las excelentes luces de Valerio
Alfieri. Al final de la función, todos los artistas fueron aplaudidos
durante mucho tiempo, aunque el aplauso más cálido fue para Luca Salsi, primus
inter pares. Salsi fue decisivamente el mejor, tanto en canto como en
actuación, en gesto escénico y en habilidades miméticas: su Barón Scarpia fue realmente
un sinvergüenza, demostrado cuán asqueroso es el ejercicio del poder cuando los
desfachatados en la alto de los puestos de mando prevalecen sabiendo que son
impunes en sus acciones como también en sus manifiestas perversiones. Sobre el
canto de Salsi no dudo en decir que nos encontramos ante una de las voces de
barítono más bellas de los últimos dos o tres lustros. Pero no solo eso: canta
y actúa sin mirar nunca la batuta del director, actuando frente y alrededor de todos
los demás que giran a su alrededor, de tal manera que el papel entra
verdaderamente en la veracidad dramática del momento y del personaje. De verdad
¡Excelente! También se hizo valer Aleksandra Kurzak como Tosca: excelente
actriz, digna acompañante de Salsi en cuanto a gesto escénico y mímica. La
disminuyó su acentuación no tan perfecta
del italiano, en palabras más declamadas o emitidas con voz natural, pero en el
canto, en el fraseo y en la desplegada melodía es una verdadera bordadora tanto
por la entonación como en los fiati. Menos entusiasmo me suscitó Roberto Alagna:
seguimos ante un buen tenor que conoce su oficio, pero la impresión cuando canta
es que no logra meterse bajo la piel del público, es decir, no logró hacerlo vibrar con
las pulsaciones de las emociones y del sentimiento. Cantó sin actuar, eso sí,
atento a las notas y a los agudos, y - siempre - a la batuta del director, por
lo que, si Tosca estaba detrás de él o a su lado, él miraba hacia la platea,
más bien al director, y dirigiéndose a él de una manera extraña, hacía que se desvaneciera
el pathos de su interpretación y, por lo tanto, la transferencia de las
emociones del personaje al espectador. En el resto del reparto, estuvieron todos
bien y capacitados: Luciano Leoni fue César Angelotti, Claudio Ottio
fue el Sacristán, Francesco Napoleoni
personificó a Spoletta, Paolo Pecchioli a Sciarrone, Omar Cepparolli
al Carcelero y Francesca Presepi el Pastorcillo. Un bravo para el coro
del Festival Puccini dirigido por Marco Faelli y muy bien estuvo el coro
de voces infantiles dirigido por Viviana Apicella. La orquesta estuvo bien dirigida por Giorgio
Croci, quien adoptó ritmos cómodos, nunca apretados, pero su concertación estuvo
llena de colores y las breves pausas adoptadas (ciertamente de manera
consciente, y no arbitraria) en los momentos de mayor tensión musical y
dramática delinearon su muy personal lectura de la partitura, sin duda
interiorizada. No hay nada que objetar, Puccini no fue desfigurado ni por la
dirección, ni por la concertación. De hecho... el público que pagó su estrada
demostró estar contento con esta nueva producción de Tosca. Incluso diría yo ¡Muy
contento!



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