Foto: Werner Gura
Suzanne Daumann
Hace mucho tiempo
durante los años de penuria, las familiares más pobres de Bregenzerwald
enviaban a alguno de sus hijos a Swabia, para que en sus ricos valles y campos
de cereales encontraran trabajo y comida así como vestimenta y calzado. Una
exhibición en el pequeño museo de Schwarzenberg cuenta estas historias y
aventuras. Pero ¿acaso no es ese la
aspiración de la música de Schubert que expresa esta melancolía y el deseo de
encontrar un refugio en las montañas del frio y del calor? No sé si Werner Güra habrá visto esta
exhibición, pero pensando en las vidas e historias de aquellas familias bien
podría haber afectado el sutil y emocional balance de su recital. Güra no es un
cantante seguro, pero acompañado de su pianista de tantos años, él profundiza
hasta el final. Sus interpretaciones no son las que solo consisten en emitir
sonidos dulces, ni es una dulce, cálida y cómoda voz de tenor, sino que
entiende el significado de cada una de las palabras y enfatiza todo lo dice y
canta (lo que lo convierte en uno de los evangelistas más creíbles que
existen). La sobriedad de su canto hace que los contenidos textuales y musicales
sean más conmovedores. Este recital dedicado en su totalidad a Schubert, que
dieron Christoph Berner y Werner Güra está construido sobre una entera vida
humana. Comenzaron con la amarga “Heidenröslein” Güra tiene el truco de cantar
al límite, para enfatizar mejor ciertas palabras, pero de una manera muy sutil.
Así, cada palabra clave da en el blanco, por lo que sentimos como se rompía el
tallo de la rosa mientras el joven enamorado decía“ ich breche dich” sentimos
el piquete de la espina cuando responde “ich steche dich” y sentimos también
todo el arrepentimiento en el último verso.
A partir de aquí, los artistas no trasladaron a un mundo complejo de emociones
que tiene que ver con la niñez, en “Schlummerlied” y “Wiegenlied”. Hay ternura
en el sueño del inocente y remordimiento por los tiempos perdidos de inocencia.
Aquí se extrañó la ausencia de “Bei meiner Wiege” Otro tipo de ternura nos
invadió con “Geheimes”, donde llegamos al reino del amor de un joven que espera
un nuevo encuentro con su amada. El
ardor se hizo profundo con “Ganymed” y “Auf der Bruck”. En “Der Fischer” de
Goethe un pescador es seducido por una sirena, y si Goethe hubiese escuchado las
ondas de agua que Christoph Berner delineó y las profundidades de Güra tal vez
hubiera aceptado las composiciones de Schubert. En “Dass sie hier gewesen”, de
Rückert “Dass sie hier gewesen”, el eco de un suspiro expresó arrepentimiento,
con simplicidad, un respiro, un sonido, así como el amor los encuentros, las
despedidas y la alegría de un marinero atravesando una tormenta. Posteriormente
Werner Güra demostró su propio Schubert, con desgarradores
pianísimos, hermosas líneas legato, y todo esto no fue para causar un efecto
sino para servir un propósito. En la deliciosa e irónica “Der Einsame” Escuchamos el silencio en una casa y los grillos cantando. Brener les dio vida, igual que a la
nieve que cae en “Winterabend”, en el que un hombre reflexiona a la luz de la
luna. El romance de “Rosamunde” acerca de un amor imposible en la vida pero con
unión en la muerte es demasiado, y cuando finalmente en “Nachtstück” llega la
muerte al hombre viejo, después de un silencio sepulcral el público estalló en
aplausos. Finalmente los artistas
ofrecieron “Wanderers Nachtlied II” (Über allen Gipfeln ist Ruh) y “An den
Mond” una gran elección para mandar a casa a un emocionalmente cansado público
que presenció no solo un espectáculo si una experiencia.
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