Fotos: Michael Cooper
Giuliana Dal Piaz
La Canadian Opera Company-COC
presenta en Toronto - del 4 al 27 de febrero, diez funciones más una
"Ensemble Studio Performance" con intérpretes distintos el 22 de
febrero - la puesta en escena de Le Nozze di Figaro de
Wolfgang Amadeus Mozart, creada por Claus Guth para el
Festival de Salzburg 2006 y allí vuelta a presentarse unas cuantas veces en el
tiempo. Es una puesta en escena muy conocida de la cual en estos años se ha
hablado mucho, para bien y para mal. La producción que ahora presenta la COC
está completamente en las manos de artistas canadienses (con pocas
excepciones: el Figaro del barítono austriaco Joseph Wagner, el
Querubino de la mezzo-soprano Emily Fons y la Marcelina de la
mezzo-soprano Helene Schneiderman, ambas estadounidenses),
guardando del original alemán dirección, escenografía, vestuario y luces, junto
con el insostituible Cherubim/Eros del actor berlinés Uli Kirsch.
La Canadian Opera Company, sin embargo, pone al lado de los artistas originales
sus propias Allison Grant (vicedirector) y Jenifer
Kowall (director de escena). Ejecutada por primera vez en Viena en
1786 y constantemente acompañada por un gran éxito, Le Nozze di
Figaro es el resultado - con Don Giovanni y Così
fan tutte - de la colaboración entre Mozart y el libretista italiano
Lorenzo Da Ponte. La homónima comedia de Beaumarchais, Le Mariage de
Figaro, había sido compuesta en 1778 pero representada sólo en 1784
(casi diez años después de la primera representación de la comedia que
constituye su antecedente, Le Barbier de Seville). Mozart y
Da Ponte se inspiraron directamente en Le Mariage,
incluyendo en el libreto sólo un par de menciones de los hechos antecedentes,
que están en cambio a la base de Almaviva - La inútil precaución puesta
en música por Paisiello primero, y luego por Rossini con el título original Il
Barbiere di Siviglia (1816). La comedia de Beaumarchais, una sátira de
la corrupción e hipocrisía de la nobleza del siglo 18º - escribe en vísperas de
la Revolución Francesa -, fue puesta en música por Mozart con una brillante
partitura que le dió éxito incluso en la Corte a pesar del contenido crítico
(de todas maneras, Da Ponte tuvo que suavizar el tono del libreto, que Mozart
hubiera deseado mucho más áspero). Sigo encontrando invasivo, inoportuno y por
momentos incluso ofensivo el uso que los directores teatrales modernos hacen de
la ópera: bajo el pretexto de volver apetecible para el público contemporáneo
un género "viejo o fuera de moda", tantas obras maestras del
melodrama y de la lírica son indebidamente demudadas. Ningún director de
orquesta se atrevería jamás a modificar una partitura de Wagner, Mozart o
Verdi; de la misma manera, ningún director más o menos famoso debería atreverse
a alterar totalmente la concepción original del relativo sustrato teatral.
Bienvenidas sean las innovaciones tecnológicas que vuelvan la puesta en escena
de una ópera menos trabajosa y costosa, y la evolución del gusto está
definitivamente en favor de montajes más sencillos y menos redundantes, a
condición que éso no cambie el espíritu en la que la ópera había sido
concebida. Transformar por lo tanto la mordaz, pero elegante, sátira mozartiana
- muy atenta también al conflicto entre hombres y mujeres y al descrédito de la
institución matrimonial - en una farsa de marcado tono sexual (aún
comparándola con la presentación de 2006, vemos que las alusiones o los gestos
apenas insinuados se volvieron, en el escenario, movimientos sexuales
abiertamente mimados) traiciona, según yo, la belleza de esta ópera.
El
público, provocado, indudablemente se divierte, incluso por la habilidad cómica
de todos los intérpretes, pero el nivel del espectáculo decae y una parte del
encanto de la partitura se pierde. El Director de la orquesta de la COC, el
alemán Johannes Debus, imprime a la ejecución musical una agilidad
y un brío que eran un poco ausentes en la previa dirección de Nikolaus
Harnoncourt, y la orquesta lo sigue con precisión. Los cantantes son muy
buenos, incluso desde el punto de vista de la actuación: Jane Archibald es
una magnífica Susana, Erin Wall una óptima Condesa, Josef
Wagner un Fígaro impecable (me hubiera gustado verlo vestido de manera
más coherente con su rol, en vez que como un burócrata de alto grado), el
barítono Russell Braun un fantástico Conde de Almaviva.
Irreprensibles el bajo Robert Pomakov (Bártolo), la
mezzo-soprano Helene Schneiderman (Marcelina), el barítono Doug
MacNaughton, los tenores Michael Colvin (Basilio) y Jean-Philippe
Fortier-Lazure (Don Curzio). La soprano Sasha Djihanian (Barbarina)
resulta adecuada, mientras que el falseto de la mezzo-soprano Emily Fons -
estéticamente tan castigada por el atuendo de muchachito travieso - no le
da siempre a Querubino la tonalidad deseada. Después de 9 años, el imperecedero Uli
Kirsch sigue impersonando eficazmente a Cherubim/Eros, el deus-ex-machina de
la sexualidad reprimida de los personajes que Claus Guth se inventó como
traductor para el público moderno de los significados froidianos (de los que se
supone Mozart hubiera llenado ante litteram su ópera) que al
público de finales del siglo 18 bastaban insinuados de manera sutil. El programa de sala publica una bella entrevista a Jane Archibald y Erin Wall,
las dos sopranos protagonistas, rivales en la atención del Conde de Almaviva pero
ambas condescendientes instrumentos del embuste de Fígaro y complices en el
complot final; en ella me pareció de ocasión la definición que de las Nozze,
como "la mejor ópera mozartiana si no la mejor ópera jamás escrita",
da la soprano Jane Archibald, a pesar de haber cantado en La Flauta
Mágica y de estar a punto de hacerlo en Don Giovanni.
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