Fotos: Prensa Teatro Colón / Arnaldo Colombaroli
Gustavo Gabriel Otero
Twitter: @GazetaLyrica
Buenos Aires, 08/11/2019. Teatro Colón. Christoph Willibald Gluck: Orfeo y Euridice. Ópera
en 3 actos (en esta versión: en 2 actos). Libreto de Raniero de Calzabigi. Carlos
Trunsky, dirección escénica y coreografía. Carmen Auzmendi, escenografía. Jorge
López, vestuario. Rubén Conde, iluminación. Daniel Taylor (Orfeo), Marisú
Pavón, (Eurídice), Ellen Mc Ateer (Amor). Emanuel Ludueña, Mauro S. Cacciatore,
Matías Viera Falero, Juan D. Camargo, Federico Amprino, Julián I. Toledo,
Gerardo Merlo, Federico Cáceres, José Benitez, Germán Haro, Emilio Bidegain y
Teresa Marcaida, bailarines invitados. Orquesta y Coro Estables del Teatro
Colón. Director del Coro Estable: Miguel Martínez. Dirección Musical: Manuel
Coves.
Con nueva puesta en escena regresó al
escenario del Teatro Colón ‘Orfeo y Eurídice’ de Gluck en una
versión sin nada para destacar. Desde su estreno en el Colón, en 1924, la obra
subió a escena en otras diez oportunidades. El rol de Orfeo fue cantado en ocho
temporadas por mezzosopranos, una por un barítono y la última, en 2009, por el
gran contratenor Franco Fagioli. Siempre se ofreció la Versión de Viena de 1762
con algún agregado de la Versión de París. Nunca se ofreció la versión completa
de París de 1774. A juzgar por lo endeble de la prestación de actual
protagonista, una pregunta se impone: ¿No era preferible ofrecer al público del
Colón la versión en francés y para haut-contre
(o sea tenor de registro muy agudo) que constituiría toda una novedad? Como ya se esbozó el contratenor Daniel Taylor como Orfeo mostró un
volumen pequeño, falta de graves, poca expresividad y fraseo rutinario. En una
prestación en la que tuvo algún rasgo de calidad sólo su momento solista más
importante (Che farò senza Euridice)
cantado casi al borde del foso orquestal. Marisú
Pavón fue una Eurídice que sin descollar cumplió con los requerimientos de
la parte; mientras que la soprano canadiense Ellen Mc Atter fue un correcto Amor. Manuel
Coves en la dirección musical no pasó de la discreta
medianía obteniendo una respuesta profesional por parte de la Orquesta Estable.
El Coro -relegado y escondido en el foso- cumplió su cometido con dignidad. Carlos
Trusnky remarcó en su puesta las partes coreográficas
por sobre la actuación y el canto, por lo que la obra se presentó casi como un
ballet cantado.
Trunsky enfatiza con los bailarines una visión del histórico
homoerotismo de la Grecia antigua, sólo hay una bailarina que hace las veces de
Perséfone, mientras que el Amor tiene características femeninas aunque viste
pantalones lo que hace ambigua su figura. Los cuerpos masculinos desnudos en la
segunda parte enfatizan esta visión centrada en lo masculino y en lo
homoerótico. Orfeo no es aquí el decidido cantor sino un dubitativo y
perturbado personaje, a su vez se cambia deliberadamente el final de la obra:
Eurídice elige y decide dejar a Orfeo retirándose hacia atrás con Perséfone y con
uno de los bailarines, quedando Orfeo solo delante del telón mientras este se
cierra. Naturalmente el coreógrafo y director
escénico hace cortar la última intervención cantada de Eurídice para arribar a
este final no deseado por los autores de la obra; éste no es el único cambio
musical ya que se suprimen, cambian o adicionan fragmentos, se junta la primera
escena del segundo acto con el primero y la segunda escena del segundo acto con
el tercero; sin que quede claro qué versión se utiliza en esta puesta en
escena. El vestuario de Jorge López es ecléctico con toques contemporáneos. La escenografía
de Carmen Auzmendi presenta a la
ruidosa plataforma giratoria con escaleras y muros que no conducen a ningún
lado, telones negros y líneas geométricas. La primaria iluminación de Rubén Conde solo sirvió para acentuar
el tedio producido por una escenografía negra y sin matices.
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