Foto: Cory Weaver / Metropolitan Opera
Gustavo Gabriel Otero
Nueva York,
17/02/2014. Metropolitan Opera House. Lincoln Center for the Performing Arts. Alexander Borodin: El Principe Igor, ópera en un prólogo y
tres actos. Libreto de Alexander Borodin. Nueva producción escénica. Dmitri
Tcherniakov, dirección escénica y escenografía. Elena Zaitseva, vestuario.
Itzik Galili, coreografía. S. Katy Tucker, proyecciones. Gleb Filshtinsky,
iluminación. Coproducción del Metropolitan Opera con la De Nederlandse Opera de Amsterdam. Ildar Abdrazakov (Príncipe Igor), Oksana
Dyka (Yaroslavna, esposa de Igor), Sergey Semishkur (Vladimir, hijo de Igor), Mikhail
Petrenko (Príncipe Galitski, hermano de Yaroslavna), Stefan Kocán (Khan
Konchak, jefe de los polotvosianos), Anita Rachvelishvili (Konchakovna, hija de
Konchak), Vladimir Ognovenko (Skula), Andrey Popov (Yeroshka), Mikhail Vekua (Ovlur,
un polotvosiano), Kiri Deonarine (muchacha polotvosiana), Barbara Dever
(Doncella de Yaroslavna). Orquesta y Coro Estable del Mepropolitan Opera.
Director del Coro: Donald Palumbo. Dirección Musical: Gianandrea Noseda.
El príncipe Igor de Borodin fue
estrenada en el viejo Met en 1915 y fue repuesta en 1917 siempre en traducción
italiana. En la sala actual del principal teatro
de ópera de Nueva York se cantó solamente en 1998 dentro de una gira del Mariinski. Esta
nueva producción escénica y musical, fruto del trabajo de Dmitri Tcherniakov y Gianandrea Noseda, se erige
como la primera producción propia del Metropolitan Opera de la obra de Alexander
Borodin en más de un siglo y un verdadero estreno. Tcherniakov,
y Noseda
presentaron casi una versión propia de la obra basados en manuscritos del autor
y nuevos trabajos musicológicos, expurgando parte del trabajo de Rimsky -Korsakov y Glazunov y
añadiendo orquestaciones de Pavel Smelkov. Hay cambios en el orden de los actos
y de las escenas, cortes de fragmentos musicales, restauraciones y añadidos
(como el final orquestal que corresponde a otro trabajo de Borodin: un
fragmento del ballet Mlada denominado la inundación del Río Don). Dmitri
Tcherniakov recrea
la obra situándola en forma vaga a principios del siglo XX y convirtiéndola en
casi un estudio psicológico sobre las motivaciones que llevan a un líder a
declarar la guerra, la crisis emocional y moral que sacude al príncipe Igor por
su derrota ante los Polotvsianos y las dificultades para volver a liderar a un
pueblo luego de una derrota y comandar la reconstrucción. Tcherniakov ubica el prólogo en un
gran espacio cerrado con imponentes paredes de yeso de color beige, que
contrastan magníficamente con los uniformes de los soldados color rojo oscuro.
El segundo se inicia con una proyección, en blanco y negro que remada al gran Sergei
Eisenstein, de imágenes de los soldados rusos preparándose para la guerra y
como son luego masacrados. También vemos como el príncipe se derrumba con una
herida sangrante en la cabeza. De repente un nuevo escenario aparece: un vasto
campo de amapolas con extraordinarias flores rojas contra un cielo azul sin
nubes. Todo el resto de este segundo acto en las estepas polotvosianas parece
ser un sueño de Igor -que permanece todo el acto presente en escena- mientras
se debate entre la vida y la muerte. Las danzas del final, con el coro cantando
en los palcos del primer piso a izquierda y derecha, en un impresionante
efecto, con el príncipe Igor errante entre los bailarines, es uno de los
mejores momentos de la noche. El segundo acto vuelve a Rusia y al
mismo espacio del prólogo que poco a poco se va degradando, mientras que en el
tercero vemos las funestas consecuencias de la guerra con la destrucción casi
total del mismo lugar. El final da un mensaje de esperanza: el príncipe Igor da
ejemplo a su pueblo comenzando la reconstrucción de su palacio para recomenzar
la vida.
Más allá de las licencias
argumentales, musicales y musicológicas que Dmitri Tcherniakov se toma con la
obra, y que deben ser estudiadas por los especialistas, su puesta es de
concepto y funciona a la perfección casi como un thriller psicológico. El vestuario de Elena Zaitseva luce imponente y funcional al concepto de la puesta,
la moderna coreografía de Itzik Galili
no deslumbra pero produce un muy buen efecto, de calidad las proyecciones de Katy Tucker y funcional la iluminación
de Gleb Filshtinsky con su punto
máximo en el efecto de la tormenta del prólogo. Gianandrea
Noseda
condujo con pericia a la orquesta del Met logrando un sonido amalgamado y
profundo con lucimiento de todas las secciones. En el protagónico Ildar Abdrazakov evidenció buenos recursos, profundo lirismo y una
línea de canto interesante. Su voz es firme y robusta pero no hay que buscar en
él esas voces rusas profundas de antaño. Muy compenetrado en la acción lució
impulsivo en el prólogo, desvastado en el primer acto y casi desesperado y triste
en el restaurado monólogo del tercer acto. La soprano ucraniana Oksana Dyka, en su debut en el Met, puso al servicio de Yaroslavna su potencia
vocal, su firme registro agudo y su calidad interpretativa. El tenor Sergey Semishkur oriundo de Kiev y también debutante en el Met
cantó la parte de Vladimir, hijo del primer matrimonio de Igor, con pasión y
buenos recursos. Mikhail
Petrenko como
el príncipe Galitski compuso actoralmente un ser repugnante. Vocalmente correcto,
se notó escaso de volumen y un poco exigido por el rol. Stefan
Kocán como Khan
Konchak el jefe de los polotvosianos mostró calidad vocal mientras que Anita Rachvelishvili (Konchakovna) puso
en juego su voz sugerente, oscura y bien trabajada para dar realce al rol. Su
línea de canto es impecable, sus graves rotundos y poderosos y su color vocal
fascinante. Sin ser una belleza irradia seducción en el escenario.
Muy correcto y homogéneo el resto del
elenco (Vladimir Ognovenko, Andrey Popov, Mikhail Vekua, Kiri Deonarine y Barbara
Dever) y de alta calidad la prestación del Coro que dirige Donald Palumbo.
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