Fotos de: Giulio Boschetti
Luis Alfonso Bes
La “prima donna” que encarna a Violetta en La Traviata
jamás debe desaprovechar el lucimiento que le brinda Verdi al final del primer
acto. La soprano Ainhoa Garmendia lo sabe bien y tanto su recitativo “follie! follie!”
como la cabaletta ‘sempre libera’ fueron un paseo triunfal por encima de todas
las dificultades de la partitura, coronadas al final con un sobreagudo
estratosférico, un mi bemol, no escrito por Verdi que la cantante española dio
con bastante naturalidad. Todo ello con
un marcado sentido estético. Resultado: el publico subyugado, rendido a sus
pies al caer el telón en medio de una sonora ovación. En la función, la
temperatura interpretativa fue subiendo grados en un Teatro Principal casi
lleno de un público de espectro cada vez más amplio, ávido por disfrutar de
esta fastuosa fiesta de color, luz y sombra que es la opera. Garmendia, de timbre cálido y buen
equilibrio entre registros exhibió un volumen regulado a la perfección. Tras una excelente actuación en el segundo
acto, cantó con tremendo sentimiento hasta la trágica escena final en la que logró
aflorar las lágrimas de algunos sectores de la audiencia. La soprano se ajustó adecuadamente a la
difícil disciplina verdiana en acento flexibilidad y longitud de la frase. Su canto contrastó rotundamente en los dúos
con el tenor Juan Carlos Valls,
quien estuvo gritón y su afinación poco firme.
El cantante uruguayo con cierta consistencia en la zona interior y
media, mostró agudos algo engolados en “De miei vollenti spiriti”. Martin Mazik, desde su podio de
director, con gesto amplio exigía toneladas de sentimiento al barítono Paolo Ruggiero. Sentimiento que Ruggiero no tardó en
expresar en su aria del segundo acto ‘Pura
siccome un angelo, de enorme belleza y más aun en “Di Provenza” que sonó en
todo su esplendor en la voz luminosa, notablemente impostada y rotundamente
baritonal del italiano. El resto del
elenco cumplió bien, al igual que el coro y el ballet. Muy buen papel de la
orquesta, con más de 40 músicos en el foso. Roberta Mattelli resolvió bien el desafío
escénico.
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