Por José Noé Mercado
Periódico De largo aliento Número 1, marzo de 2014
(Este articulo se publica por con la amable autorización de este
nuevo periódico cultural editado en México a partir del 1 de marzo)
Se hizo mucho ruido con la entrada del tenor Ramón
Vargas como el responsable de la ópera nacional, pero las cosas no han
funcionado tal como lo prometían los discursos inaugurales.
Desde mayo de 2013, la Ópera de Bellas Artes (OBA) atraviesa por
una nueva etapa bajo la dirección artística del tenor Ramón Vargas. La apuesta
lírica de Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Conaculta, en conjunto con
María Cristina García Cepeda, titular del INBA, resultó esperanzadora en un
principio por el interés para hacer resurgir un arte con un pasado
tricentenario en nuestro país, cuyo sistema oficial que lo ha producido en años
recientes perdió vitalidad y cayó en un mecanismo de inercias
institucionalizadas.
Este periodo, el más reciente de los que conforman el claroscuro
histórico de la ópera en México, ha tenido como piedra angular la imagen de
prestigio internacional que ostenta Ramón Vargas en sus más de 30 años de
cantante profesional.
No obstante, aunque sus fans así lo crean, las cualidades del
tenor no son las mismas que tiene como funcionario: sin experiencia en puestos
públicos, administración artística o cultural; ni la institución a la que llegó
y que antes criticaba duramente requería sólo de un retoque de imagen para
recuperar vitalidad, o de un discurso etéreo que decretara con mesianismo la
aparición de la “ópera de excelencia”.
La estampa internacional de Vargas y su admiración no debería omitir
de ningún análisis las realidades de un cantante en activo con diversos
intereses y compromisos de agenda, casi siempre en el extranjero, al frente de
una institución mexicana que demanda numerosas reformas estructurales para
salir de su obliterada inercia.
Las contadas ocasiones en que ha hecho acto de presencia para
estar en conferencias de prensa o echar un vistazo a los ensayos de las
producciones representan gastos significativos al erario (boletos de avión de
entre 90 mil 988 pesos y 129 mil 340 pesos, según datos de la Unidad de Enlace
de Transparencia y Acceso a la Información Pública del INBA), que se suman a
los 5 mil dólares americanos que tiene como sueldo mensual (cifras en todo caso
inferiores a sus honorarios como cantante en nuestro país, pues sólo en su
última actuación en Bellas Artes, en la Gala Verdi del 3 de marzo de 2013,
percibió 350 mil pesos). En esas condiciones, quién con la conciencia del
panorama económico y social mexicano podría decir si es mejor que venga
continuamente o que no lo haga.
Esa teledirección de Ramón Vargas, que por la tecnología puede
mantenerse en contacto institucional y girar instrucciones a su equipo pero al
mismo tiempo carece de la presencia física, la atención directa y el ejemplo
del compromiso in situ necesario para construir cualquier liderazgo, el
tenor ha querido justificarla al asegurar en entrevistas que la asistencia a la
oficina carece de importancia si se considera que durante decenios sus
antecesores “solamente calentaron el asiento”.
Esta revelación podría sonar cínica toda vez que entre quienes lo
precedieron se encuentran hoy colaboradores, amigos o ex representantes, pero
sobre todo porque se sumó a las no pocas aclaraciones atropelladas que el
directivo ha realizado en diversos foros para justificar ideas, conceptos,
decisiones y tiempo de resultados.
La intención de convertir los estados de la república en una
“provincia italiana” que albergara ópera por doquier se topó con el freno de la
competencia de funciones, que por más pretensión que hubiera se limitaba a la
Ópera de Bellas Artes; con una extrañeza generalizada ante la falta de
estimación por los esfuerzos estatales y locales para la producción operística;
y con la carencia de una fórmula real de coproducción y colaboración que fuera
más allá de tomar producciones ya hechas para intentar presentarlas en otras
plazas del país. O, lo que es peor, ofrecer llevar montajes desde el centro,
como si sólo en la capital se contara con una suerte de ISO.
Ese esquema de promover producciones itinerantes (con el barítono
Jesús Suaste, uno de los coordinadores artísticos de OBA, incluido en varios de
los elencos), más que la procuración del desarrollo lírico de diferentes
regiones, infraestructuras y talentos nacionales, es el retroceso a la
presentación de la ópera a la vieja usanza del siglo XIX.
El Estudio de la OBA, luego de retrasos en su puesta en marcha y
del respectivo protocolo de selección de becarios que recibirán 25 mil pesos
mensuales (más que un profesional de los grupos artísticos de OBA), comenzó
operaciones en enero de 2014. Aunque García Cepeda, la titular del INBA, en su
informe de actividades 2013 lo celebró como uno de los mayores logros de su
gestión, lo cierto es que los resultados están por verse y, si son verdaderamente
buenos, los frutos los aprovecharán otros teatros y países, que puedan ofrecer
a los talentos el espacio que aquí seguirá siendo estrecho.
Puesto que continúa el mismo número de títulos anuales que en
sexenios pasados (seis); con repertorio de la canasta básica y alguna rareza como
este año lo serán Atzimba de Ricardo Castro, rescatada por el gobierno
de Durango, o Billy Budd de Benjamin Britten; con igual promedio de
funciones (debajo de 30) y elencos y creativos variopintos, que si bien
incluyen alguna joven promesa como la soprano María Alejandres o el tenor
Arturo Chacón, están conformados principalmente por viejos nombres que han
frecuentado las temporadas en las últimas tres décadas y de cuya conformación
no se han suprimido el “nepotismo y otros turbios criterios de contratación”,
como lo apuntó el crítico del diario Reforma Lázaro Azar en su columna
“Sotto Voce” del 10 de enero de 2014.
La nueva época de la OBA, en rigor, tiene muy poco de novedosa.
Por el contrario, sigue conjugando muchos de los factores que no sólo motivaron
que en los años 80 Ramón Vargas buscara mejor suerte en el extranjero para
desarrollar su carrera como cantante, sino que incluso lo trajeron de vuelta
como directivo para encabezar un sistema uróboros que se sigue mordiendo la
cola.
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