Foto: Brescia & Amisano
Massimo Viazzo
Después de la
discutida Traviata inaugural, Dmitri
Tcheniakov volvió a la Scala para montar la opera rusa La Novia del Zar (Carskaja Nevesta) en coproducción con la
Staatsoper unter den Linden de Berlín, y aunque en esta ocasión el público y la
critica expresaron puntos de vista contrastantes, el director de escena ruso proyecto
la historia en el mundo contemporáneo. Cuando se abrió la cortina nos encontramos
en un estudio de televisión en el que se estaba elaborando un diabólico plan mediático
para gobernar Rusia. La creación de un zar virtual que pudiera ser amado y
temido por el pueblo para someterlo cruelmente. Para dar la mayor credibilidad
posible a esta figura creada en la pc se colocó a su lado una novia de carne y
hueso, y esta fue la fuerte idea sobre la que se baso esta producción en el
fondo de la cual se entrelazaron los eventos y las turbias pasiones del libreto
de Tjumenev, en una ambientación un poco a la mitad del camino entre el gran
hermano y el show de Truman. No se puede
negar la extrema coherencia de esta lectura teatral seguida desde la primera
hasta la última batuta de la partitura con un escrupuloso cuidado de los
detalles y de la recitación. Optimo
estuvo el elenco, dominado por las dos protagonistas femeninas como la frágil y
luminosa Marfa de Olga Peretyatko,
con un timbre muy puro, una mórbida línea musical y mucha seguridad en el
registro agudo; así como la pérfida Ljubaša cantada con la suntuosa voz de timbre aterciopelado de una Marina Prudenskaya en gran forma vocal.
El baritono Johannes Martin Kränzle de voz penetrante y solida emisión, personificó con notable presencia
escénica al ardiente Grjaznoj, mientras que el tenor Pavel Černoch cantó con expresividad al enamorado Lykov, aunque con
alguna aspereza en el timbre. Es de destacar también al insinuante mago Bomelij
de Stefan Rügamer, al extrovertido
Sobakin del experto Anatoly Kotscherga
y el comunicativo Maljuta de Tobias
Schabel. Aun carismática, estuvo Anna
Tomowa-Sintow en el papel de Doña Saburova. Daniel Barenboim imprimió un ritmo teatral muy conciso y entusiasta
a la magnífica partitura de Rimsky-Korsakov, nunca antes presentada en el
teatro milanés, y estuvo bien coadyuvado por la Orquesta del Teatro alla Scala
y el siempre bien preparado coro dirigido por Bruno Casoni.
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