Thursday, November 12, 2015

El ángel de fuego de Prokofiev en el Teatro Colón de Buenos Aires

Foto: Crédito Máximo Parpagnoli / Gentileza: Teatro Colón.

Gustavo Gabriel Otero

Buenos Aires, 3/11/2015. Teatro Colón. Serguei Prokofiev: El ángel de fuego. Ópera en cinco actos. Libreto de Serguei Prokofiev, basado en la novela homónima de Valery Briusov. Estreno argentino de la versión con texto original en ruso. Florencia Sanguinetti, dirección escénica. Enrique Bordolini, escenografía e iluminación. Imme Möller, vestuario. Elena Popovskaya (Renata), Vladimir Baykov (Ruprecht), Román Sadnik (Agrippa von Nettelsheim / Mefistófeles), Ceceila díaz (Madres superiora), Iván garcía (Inquisidor), Guadalupoe Barrientos (Posadera), Alejandra malvino (Vidente), Hernán Iturralde (Fausto), Duilio Smiriglia (Jakob Glock), Mario De salvo (Posadero), Víctor Castells (Mathias), Iván Maier (Doctor), Gustavo Gibert (Camarero), Rocío Giordano y Victoria Gaeta (Novicias), Cristian De Marco, Víctor Castells y Christian Maldonado (Clientes), Patricio Oliveira, Román Modzelewski y Cristian De Marco (Cadáveres), Marisú Pavón, Oriana Favaro, Marina Silva, Cecilia Pastawski, Adriana Mastrángelo y Cecilia Aguirre Paz (Monjas). Orquesta y Coro Estables del Teatro Colón. Director del Coro: Miguel Martínez. Dirección Musical: Ira Levin.

El ángel de fuego de Prokofiev llegó a Buenos Aires en la Temporada 1966 en ‘versión rítmica italiana’ de Mario Nordio, la obra se volvió a ofrecer en 1971 y ahora, luego de cuarenta y un años de silencio, volvió al escenario del Teatro Colón en su versión original en ruso, en carácter de estreno argentino. La versión, sin ser memorable, resultó sólida, con buen nivel musical, adecuado elenco y puesta razonable. Ira Levin al frente de la Orquesta Estable ofreció una lectura prolija, sin mayores desbordes y con adecuado balance entre el foso y la escena. Algunas sonoridades desmedidas se deben más a la compleja escritura orquestal de Prokofiev que a la batuta del maestro. El momento más complicado -el final del segundo acto- fue salvado amplificando levemente al cantante a cargo del rol de Agrippa, lo que le dio a la voz un carácter extraterrenal muy en sintonía con la obra. Naturalmente que esta fue una decisión de Ira Levin para la polémica, pero que no fue cuestionada por el ambiente musical ni por el público. No hay Ángel de fuego sin una gran protagonista, y el Colón acertó con Elena Popovskaya, quien como Renata exhibió compenetración, adecuado volumen y buena línea de canto. El tenor Román Sadnik, fue impecable en el doble papel del hechicero Agrippa von Nettelsheim y de Mefistófeles, mientras que Vladimir Baykov fue un torturado y convincente Ruprecht. Iván García como el Inquisidor cumplió sin descollar ya que le faltó la autoridad en el decir y el peso vocal que la parte requiere. En los roles de mediana extensión se destacaron Hernán Iturralde (Fausto), Guadalupe Barrientos (posadera), Alejandra Malvino (vidente) y Cecilia Díaz (madre superiora). Mientras que el resto del elenco mostró solvencia y perfección y nuevamente se evidenció el cuidado que están poniendo las autoridades del Colón en la elección de los artistas argentinos que asumen los papeles de flanco. Preparado por Miguel Martínez, el Coro Estable cumplió con creces su cometido. Quizás la parte escénica fue la que menos entusiasmo despertó. 
La resolución visual adoptada por Florencia Sanguinetti no desentonó pero no logro levantar el vuelo necesario. Los movimientos escénicos fueron prolijos, pero en una obra de estas características es dable esperar más. Quizás hubo demasiadas ideas pero no siempre coherentes entre sí. Fue interesante la resolución de ‘desdoblar’ a la protagonista en algunos momentos de la obra así como comenzar la acción utilizando muy poco lugar de la parte derecha del escenario para ir abarcándolo poco a poco hasta llegar a la utilización plena en el último cuadro. Pueril la utilización recurrente de una calesita y absolutamente mal echo el truco cuando Mefistófeles se come al ayudante del camarero en la posada. La ambientación vagamente contemporánea no ayudó -imposible pensar en hechiceros, posesiones demoníacas, inquisidores y hogueras cristianas en este contexto- y el final con el Inquisidor llevando de la mano a Renata niña poco comprensible. La escenografía diseñada por Enrique Bordolini consistió en sintéticas estructuras levemente góticas iguales en los cinco actos, que cambiaban ligeramente de aspecto por la iluminación y las proyecciones ideadas, también, por Bordolini. Correcto el vestuario, tenuemente contemporáneo, creado por Imme Möller.

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