Foto: Cylla Von Tiedemann
Giuliana Dal Piaz
Muchos
"estrenos" en la ópera de cámara Julie de Philippe Boesmans, en cartelera en el Bluma Appel Theatre de Toronto desde el 17 al 29 de
noviembre: la primera vez que una ópera entra en el programa de una temporada
de la importante compañía teatral CanadianStage; la primera vez que CanadianStage co-produce con la
compañía de música contemporánea Soundstreams; la primera vez que Julie de
Boesmans es representada en Norteamérica, pero también la primera vez que se
ejecuta en Norteamérica la música de Philippe Boesmans. Este importante
compositor belga es de hecho casi desconocido en Canadá y tuvo que darse la
combinación que el productor y director teatral canadiense Matthew Jocelyn volviera a su tierra en calidad de director artístico
de CanadianStage, después de treinta años de exitosa actividad en Europa, y
especialmente en Francia, para que por fin la música de Boesmans resonara sobre
los Grandes Lagos. La ópera, estrenada en Bélgica, en La Monnaie de Bruselas, en 2005, está
basada en el drama Miss Julie del sueco August Strindberg.
Hábilmente reducida a sólo 70 minutos de espectáculo por el libreto
(originariamente en alemán) de Luc Bondy y Marie-Louise Bischofberger, Julie condensa
en los tres personajes en escena dos distintos conflictos, que están sólo en
parte pasados de moda: el conflicto de clase entre la "hija del
patrón" y un miembro de la servidumbre, por un lado, y el eterno
desencuentro hombre-mujer y la disparidad de juicio sobre su respectiva
libertad sexual, por el otro. Estamos a finales de junio, es la noche de
San Juan, la noche que, a las latitudes suecas, parece no llegar nunca, y
también la noche en que fuerzas misteriosas agitan el alma: en un contado no
mejor identificado, Julie, la hija del Conde, que vio anulado hace poco su
programado matrimonio, baila al rededor del fuego con los campesinos y los
sirvientes de la casa. Atraída por el rudo encanto del valet de su padre, Jean,
Julie se empeña en seducirlo, sin tomar en cuenta la sensibilidad de la
cocinera Christine, prometida de Jean. Segura de su influencia y ayudada por el
alcool, Julie logra seducir a Jean y pasar la noche con él. El nuevo día
encuentra a los tres personajes totalmente alterados: Christine, que no le
había dado importancia al acoso de Juan de parte de la patrona viéndolo sólo
como un capricho de momento, está chocada por el hecho que los dos se hayan
vuelto amantes. Ante el cambio sufrido por su relación, Jean reacciona de
manera superficial y provocadora, Julie es presa de vergüenza y humillación:
para lograr que Jean se fugue con ella, saca incluso dinero de la cajafuerte de
su padre. Mientras tanto, aprendemos que el Conde ha vuelto y llama a la
servidumbre a sus tareas acostumbradas. Arrollada por la culpa y la
insensibilidad de Jean, Julie deja la escena para (presumiblemente) suicidarse.
La música de Boesmans es bellísima, sofisticada,
llena de sugestión, de pathos y de magia (recuerdo una espléndida puesta en
escena de Cristina Alaimo en Bolzano que lograba traducir plásticamente en
imágenes la atmósfera embrujada que las notas sugieren). Los diecinueve
instrumentistas dirigidos por Leslie
Dala dan una interpretación orquestal
de altísimo nivel. Buenas las voces de los cantantes Lucia Cervoni,
mezzosoprano, como Julie; Clarence
Frazer, barítono, como Jean, y Sharleen Joynt,
soprano, como Christine, aunque por momentos
el registro de la soprano es demasiado alto. Lo
que ocurre en el escenario, sin embargo, no alcanza el corazón del espectador:
faltan los matices, no se percibe el desarrollo del drama en la sicología de
los personajes, los artistas en escena no logran mostrar - y dejar oir - cómo
el despreocupado buen mozo, Jean, se transforme en un amante brutal y
despectivo; cómo la altanera Julie, que andaba buscando a "aquél que sabe
bailar mejor que nadie", se vuelva la pobre mujer turbada y humillada
dispuesta a la huída, incluso la extrema, y cómo Christine, que se atareaba
alegremente en la cocina para la familia del Conde, pero sobre todo para su
amado, se vuelva la despiadada puritana que espera el regreso del patrón para
que castigue a los infieles. A pesar de las indudables fallas del enfoque actorial, JULIE sigue siendo sin
embargo un espectáculo que merece verse y, sobre todo, escucharse.
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