Por
José Noé Mercado
Enrique
Arturo Diemecke: Biografía con música de Mahler (Siglo
XXI, 2020) del periodista, editor y promotor cultural duranguense José Ángel
Leyva es un libro que asume el gran reto de perfilar con palabras a un
personaje que en esencia vive a través del sonido.
No es tarea menor, ni su ambición es
modesta, ya que muchos músicos —como las obras que interpretan o crean— no
siempre pueden aquilatarse fuera del cosmos sonoro del que son parte, en el que
nacen y se agotan.
Pero luego de leer las 277 páginas que integran
esta publicación, la buena noticia es que el autor no únicamente logra salir
avante de esa labor documental, sino que con un lenguaje llano y ameno, rítmico
y transparente, consigue plasmar el rico mundo sensorial que configura el
rostro humanista de Enrique Arturo Diemecke, el director de orquesta nacido en
la Ciudad de México el 9 de julio de 1955 que se nutre de su pulso vital tanto
como de otras artes para concebir la música como un prisma fascinante a través
del que puede entenderse la vida misma.
Leyva, tras diversas entrevistas previas
con el que sin duda es uno de los concertadores más destacados nacidos en
México, hace hablar en primera persona a su biografiado para narrar
ilustrativas anécdotas profesionales, compartir agudos pero legibles apuntes
técnicos o emotivas reflexiones interiores y estéticas que dan cuenta de un
personaje experimentado en el oficio que profesa.
Pero también de un ser creativo,
inteligente y atento que no se entiende fuera del mundo; que no prescinde de
lazos amistosos y sanguíneos y del significado dentro de su existencia; que aún
cuando habla de obras, periodos y compositores que pueden remontarse a décadas
o siglos atrás, no está apartado de su acontecer social ni del sentir de una
época o la psicología de quienes lo rodean.
Otro de los méritos de Leyva consiste en
que supo proveerse del material necesario para definir etapas, pasajes y
emociones sustantivas de Diemecke; se nota que el músico habló con soltura,
confianza y energía. Y, más importante aún, es que el autor supo descartar los
inagotables detalles que suelen acompañar una trayectoria profesional tan
relevante y longeva, desarrollada en diversos países, como la de Diemecke; José
Ángel Leyva consigue una edición limpia, una estructura sólida y una
perspectiva angular que no prescinde de acercamientos en primer plano.
Además de incluir un código quick response para acceder a la
interpretación de la Sinfonía número 1 en
Re mayor, Titán de Gustav Mahler que conduce Enrique Arturo Diemecke al
frente de la Orquesta Sinfónica de Flint, de la que ha sido su titular
artístico por más de 30 años, el libro está salpimentado con fotografías del
director tomadas a lo largo de los años y de páginas de partituras mahlerianas donde
se aprecian múltiples anotaciones que sirven como guías de interpretación y que
testimonian la fascinación que el intérprete siente por su autor preferido.
Y sí. Ese amor cultivado y sostenido por el
director capitalino hacia el compositor bohemio es el motivo conductor que da
sentido y contraste al libro, que inicia con el recuerdo de Diemecke por
aquellas vivencias musicales infantiles con sus padres y con el cuarteto que
formó con sus hermanos —su papá le hizo comprender lo importantísimo que era ser
el segundo violín y sobre todo el publirrelacionista del conjunto—, pero de
ninguna manera se limita a un solo tema.
Por el contrario, ya desde el capitulado
(“La música en mí”; “Los tres milagros”; “Padres”; “Entre México y el mundo”;
“Mahler y yo”; “De composición, compositores y educación musical”; “Embajador
de la cultura”; “Ciudadano de la orquesta”; “Reflexiones para derribar una
cuarta pared”; “Una pregunta, señor Mahler; y “Once pasos para interpretar a
Mahler”), el lector puede catar el rico temario de una publicación que proyecta
a un músico que habla sobre el quehacer musical con dulzura y conocimiento, a
veces revelando la ingenuidad de una aproximación inicial incluso con su autor
fetiche, pero con una autoridad artística genuina y desprovista de ridículas
impostaciones, con la que ha estado al frente como titular o invitado de
orquestas en casi todo el planeta y con artistas del más diverso renombre.
Aunque no menos apetecible resulta conocer
el entramado personal, íntimo, de Diemecke, si bien no todo son momentos de
felicidad y satisfacción. El músico muestra su fragilidad y el dolor intenso
del que a veces ha sido preso y que sin duda ha marcado su sensibilidad. El
protagonista no vacila, en uno de los pasajes más conmovedores del libro, en
contar el quiebre anímico y espiritual que significó la paulatina pero
irreversible decrepitud de su padre, uno de los seres que lo hizo amar la
música tanto como la vida, impedido no sólo para continuar su labor pedagógica
y artística, sino para mantener su salud y eludir la muerte.
Y no lo hace desde el morbo o el
amarillismo, sino desde el más amoroso ángulo, que sirve también para alumbrar
diversas cuestiones que se viven dentro de una orquesta y del ciclo útil de un
atrilista, que inevitablemente concluye y que puede llevar no sólo a un ocaso
laboral, sino anímico.
El libro pareciera durar muy poco antes de
concluir y no sería raro que el lector quede con ganas de seguir adentrándose
en esa óptica del director que está o ha estado al frente de orquestas e
instituciones como la Sinfónica Nacional de México, la Sinfónica del Instituto
Politécnico Nacional, la Filarmónica de Buenos Aires, el Teatro Colón en
Argentina o la Filarmónica de Bogotá, en Colombia.
Pero lo cierto es que en estas páginas se
recorre lo esencial de Diemecke; incluso facetas no del todo conocidas como la
de compositor, arreglista o intérprete de diversos instrumentos. Y es fácil
encariñarse con él, sonreír, sentirse frágil o volverse niño para mirar un
mundo que le sorprende y con el que es capaz de conectar a través de los
sonidos tan sinceramente como pocos músicos mexicanos lo han conseguido.
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