Ludwig van Beethoven |
Por José Noé Mercado
En términos de conmemoración musical, 2020
era el año de Ludwig van Beethoven. Pero no lo fue y no lo será. Los festejos
sonoros, artísticos y culturales por el 250 aniversario de esta referencial
figura nacida en Bonn, Alemania, entre el 15 y 16 de diciembre de 1770,
planeados alrededor del mundo por diversas orquestas, compañías de ópera e
intérpretes —por sus públicos e incluso por editoriales y sellos
discográficos—, se interrumpieron de manera abrupta y quedaron cancelados ante
el estridente impacto sanitario, económico y social provocado por la pandemia
del virus SARS CoV-2 causante del Covid-19.
El corazón de los melómanos ha tenido que
lidiar con el cierre de teatros líricos y salas de concierto que en 2020
incluirían numerosos programas con diversas obras del catálogo musical de
Beethoven que, si bien nunca han escaseado en las carteleras musicales, en esta
conmemoración sería posible apreciar con artistas y agrupaciones relevantes y
consagradas en este repertorio; en la diversidad e importancia de sus múltiples
géneros y dotaciones instrumentales, que acometen sólo en ocasiones relevantes,
casi siempre como parámetros o puntos de comparación en la cumbre de las ejecuciones
del compositor.
La universalidad de Ludwig van Beethoven
venció al paso del tiempo, incluso a críticas que recurren a señalamientos de
sobrevaloración, extrema popularidad u omnipresencia para refutar su estatura
artística.
Pero es claro que a un cuarto de milenio de
su nacimiento y de cara a un periodo complejo e histórico para la humanidad,
como el que ha generado la pandemia, la relevancia de su obra y el alcance de
su impacto cultural cobran mayor relieve justo porque pueden contrastarse y por
lo imprescindibles que resultan en el espectro sonoro.
Impacto cultural que puede explicarse
transversalmente a través de cuatro ejes que cruzan la figura de Beethoven.
1.
Fama
La notoriedad no siempre va acompañada del
mérito.
Ya desde mitologías clásicas como la griega
o la romana, la representación de la fama podía ir por carriles humanos muy
distintos a los del talento, la verdad o la justicia.
Se podía estar en boca de otros, de la
colectividad entera, por rumores, mentiras o calumnias francas. En las actuales
redes sociales, en los medios de comunicación masiva, abundan los ejemplos de
que un famoso puede ser muestra de la desgracia, de lo despreciable, de aquello
que la comunidad desea evitar; de la frivolidad o de todo tipo de carencias que
no acarrearán ninguna gloria aunque las ostente una auténtica celebridad.
Pero esa personificación mitológica de la
fama tenía también su reverso, pues no había personaje, gobernante o pueblo que
le cerrara abiertamente las puertas o le escatimara aprecio; era la fama la
encargada de difundir las gestas heroicas, las proezas, la distinción en una
comunidad, en una época o en la historia misma.
Ludwig van Beethoven ostenta diversos
créditos en las esferas de la fama. Hay etiquetas típicas que lo ubican como
uno de los mejores compositores de la historia; una de las mayores potencias
creativas; de los primeros artistas no sólo freelance,
sino independientes —dotado incluso de irreverencia— al poder que acotó la
voluntad de innumerables colegas en el pasado; y que aun así, podía ser
financiado por su trabajo musical como quedó demostrado en Viena, a finales del
siglo XVIII y en las primeras décadas del XIX.
Beethoven también acarrea fama como un
intérprete y compositor que si bien era consumado exponente de las formas
clásicas, era lo suficientemente romántico —o revolucionario, si así se desea
consignar— para nutrirlas, remecerlas o redefinir los parámetros de un género o
instrumento, a través de su genio, capacidad técnica e incluso un temperamento
tempestuoso.
La inclusión de la voz en una sinfonía es
un aporte astronómico —en su momento impensable, insolente y descabellado
incluso en términos financieros. La Novena
ha sido motor para numerosos ensayos que abordan la importancia de su irrupción
creativa y significado humano global—; sin él, resultaría incompleto el rostro
de compositores ulteriores tan disímbolos como Hector Berlioz, Gustav Mahler, Dmitri
Shostakóvich o Henryk Górecky.
El tratamiento y la redacción de la voz
cantada beethoveniana es a una vez expresión dramática, orquestal y poética tan
contundente como vehículo musical, que influiría de forma sustantiva en autores
del calibre de Carl Maria von Weber o Richard Wagner; y contribuiría, sin
ninguna duda, a la solidificación de toda la escuela lírica alemana.
De hecho, a través de su incursión musical,
retomada en las páginas de la historia universal y artística, de los libros, de
las pantallas del cine y la televisión, de una generosa disco y videografía que
alienta su programación diaria en escenarios de todo el mundo, Beethoven es
reconocido como el famoso autor de piezas referenciales, cimeras, en cada
género que abordaba y que podían sintonizarse con las turbulencias personales,
sociales y políticas de su época: cambios de regímenes y mentalidades de
gobierno; revoluciones armadas o intelectuales; invasiones militares; pérdidas
europeas de colonias; industrialización; crisis de clases y surgimiento del
proletariado.
Tempestades, todas ellas, que sin duda le reservarían a Ludwig un sitio
en el mundo contemporáneo, al grado de identificar a un popular San Bernardo
con su nombre o estar presente en las actuales máquinas de baile Pump It Up con el ya canónico Beethoven virus, variación electrónica
de alta energía del tercer movimiento de su Sonata
para Piano número 8 opus 13, conocida como Patética.
Porque la fama de Beethoven no se limita al
ámbito musical ni se circunscribe al pasado. Aun en décadas recientes, el
impacto de sus composiciones han llegado a los primeros sitios de la revista Billboard, entre otras razones por el
celebrado soundtrack de la película La amada inmortal (1994) de Bernard Rose
protagonizada por Gary Oldman; o la cinta de Agnieszka Holland con Ed Harris Copiando
a Beethoven (2006).
2.
Obra
En el caso de Ludwig van Beethoven, la fama
no sólo dista de ser gratuita sino que parte de una labor musical de primer
orden ampliamente documentada como pianista, director musical y compositor.
El pequeño Ludwig, en estricto sentido, no
fue un niño prodigio. Su primer concierto público lo ofreció a los 8 años de
edad, el 26 de marzo de 1778 —aunque su padre intentó quitarle un par de años
para hacerlo aparentar más pequeño e impresionante, pues quiso replicar los
exitosos pasos de Leopold y Wolfgang Amadeus Mozart—, pero el fuelle creativo
de Beethoven se dispararía en el segundo y tercer periodo de su vida creativa.
El primero de ellos, en el que tuvo a
diversos maestros —entre ellos su padre, varios de sus amigos, y en especial
Christian Gottlob Neefe, quien lo motivó para dar el salto de intérprete a
compositor—, Beethoven pudo aprender y catar las fórmulas clásicas que habría
de intervenir con su talento y determinación artística.
Su primera composición llegaría poco
después de los 10 años de edad, bajo el título de Nueve variaciones sobre una marcha de Ernst Christoph Dressler. La
técnica de la variación en Beethoven no sólo habría de ser fructífera como
forma musical, sino también como método de trabajo.
Los cambios en una melodía, en el ritmo, en
los timbres, en la orquestación y sus múltiples combinaciones y posibilidades,
incluyendo la ampliación como parte de una nueva obra, serían útiles para el
compositor en lo referente a perfilar versiones previas para —por razones
estéticas, discursivas o hasta de especificidad de público— luego consolidar
otras definitivas. Varios lieder o su
decena de oberturas son prístinos ejemplos de ello.
Además de esa música concebida para la
escena —lírica, ballet, teatro—, la copiosa pero sobre todo aquilatada obra
beethoveniana incluye 16 cuartetos de cuerdas, 9 sinfonías, 32 sonatas para
piano, una ópera, cinco conciertos para piano, 10 sonatas para violín y piano,
música sacra, canciones y coros.
No se trata sólo de un catálogo más o menos
destacado, como el que podría presumirse en una enorme cantidad de casos
relevantes de la historia musical, sino de pruebas contundentes de una mina de
valor incalculable que incluye obras monumentales que son auténticos himnos,
oportunidades de virtuosismo y consagración; misterios sonoros que exploran las
inquietudes vitales del hombre, que sintetizan su ciclo de existencia o se
convierten en cartas de presentación humana al destino o saludos enviados al
cosmos a través de las sondas Voyager 1 y 2.
Un puñado de obras como sus sinfonías (la Tercera, la Quinta, la Novena, que a
su vez son caminos para entender las otras seis); sus sonatas (la Claro de Luna, la Apasionada, la Patética; la
Número 32, junto con las Variaciones
Diabelli, cima y despedida del
piano); su Fidelio (más que fidelidad
conyugal, un estandarte de libertad, justicia y arrolladora expresividad
política); sus últimos cuartetos (en los que las pasiones humanas de una
personalidad vehemente cedieron su lugar a un elevado diálogo con el universo);
sus conciertos (Cuarto y Quinto, el Emperador), así como algunas bagatelas (Para Elisa, Para Teresa o
para el mundo entero) y otra piezas inmortalizadas por la cultura pop, son
irrefutables semillas de la fama de mayor mérito creativo en la historia.
A partir de los 30 años de edad del
compositor (poco antes de sus problemas de audición que lo arrastrarían a la
desesperación por un destino trágico que incluyó la incomprensión artística,
los chubascos familiares; el desprecio amoroso y la enfermedad), la obra de
Beethoven cobró una relevancia de tintes heroicos; una segunda etapa creativa
preñada de romanticismo y epicidad indomable, con aportaciones precisas a las
formas clásicas de las que partió y que allanarían el camino para autores
futuros.
La madurez de su tercera época compositiva,
cada vez más afectado como intérprete, huraño, solitario y con múltiples
padecimientos, habría de resplandecer hacia el final de su vida con un dominio
técnico absoluto, que permitió una profunda transformación sonora y espiritual,
una vez superadas las tormentas mundanas y acaso superficiales.
3.
Narrativa
La obra de una figura titánica en el
quehacer musical, como en el caso de Beethoven, sería suficiente para explicar
su trascendencia 250 años después de su nacimiento. Pero hay personajes, como
él, que se configuran de forma aún más compleja y sólida en la colectividad por
medio de una interesantísima narrativa.
La vida de Beethoven no sólo puede contarse
con tintes estrictamente cronológicos, sino que en cada etapa vital o de
creación pueden encontrarse pasajes de atractivo humano, artístico, social o
biográfico. Florecen las anécdotas.
Desde su entraña familiar (el origen de su
apellido, la tutela y el alcoholismo de su padre, las peleas fraternas, el
apuro con su sobrino) y su apartado sentimental (los constantes rechazos por su
condición de músico y su ninguneada estatura socioeconómica, pese a ser uno de
los mayores genios creativos de la humanidad), la riqueza biográfica de
Beethoven es innegable.
Y es tan narrable como sus procesos de
creación, su valiosa labor en la capital musical austriaca, su inigualable
independencia o su abismo trágico a la sordera; o como las insoportables
dolencias de estómago y la cefaleas recurrentes que lo minaban, pero que sólo
hasta el borde de la muerte pudieron acabar con una naturaleza creadora de su
envergadura.
Sus admiraciones, secretos y dedicatorias,
sus momentos depresivos que contemplaron la miseria de su destino e incluso el
suicidio como consta en el Testamento de
Heiligenstadt, son sustantivas premisas para comprender su inspiración y
aproximarse a un personaje fascinante, enigmático y admirable.
Porque por más o por menos que se le
conoce, a Beethoven se le mira hacia arriba; está en lo profundo, se divisa en
lo universal y en la enigmática genialidad; es decir, se le intuye como un
personaje único e irrepetible.
4.
Leyenda
Es probable que mucho de lo que se supone
de Ludwig van Beethoven pertenezca, más bien, al terreno de lo mítico; a ese
espectro en el que lo estrictamente humano y comprobado se funde con el
resplandor portentoso de la ficción, con lo que no hay forma de afirmar con
certeza o desmentir con reservas.
Así son esa clase de figuras cúspides de la
humanidad que se transforman en mesías, en dioses, en leyendas, que se nutren
de la imaginación, de la fe, de la necesidad de creer que existen entre
nosotros y nos iluminan como faros en la cruda y mundana existencia.
En el caso de Beethoven, con numerosas
biografías más o menos aceptadas durante años, aunque con claras limitaciones
de raíz, hay interrogantes abiertas y que seguramente jamás se resolverán.
No sólo porque buena parte de la narrativa
partió de Anton Felix Schindler, músico austríaco y exasistente de Beethoven,
que por múltiples razones es una fuente directa no del todo confiable producto
de sus falsificaciones, inventos, acomodo a conveniencia de la historia del
músico y de las perspectivas, exageraciones, ocultamientos, insertos apócrifos,
entre otras adulteraciones; los enigmas de Beethoven también permanecerán en
esa condición irresuelta porque ciertamente poseía un genio creativo que pocos
seres humanos han demostrado y desentrañar su mecanismo es una tarea que escapa
a toda exactitud.
Sin perder de vista que Beethoven tenía de
igual forma una vida interior intensa y rica, reservada, de mucho mayor
significado que su cotidianidad externa.
¿De qué murió? ¿Un cabello de su frondosa y
salvaje cabellera puede descifrarlo? ¿Recibía terapias médicas heterodoxas,
bebía brebajes infortunadamente tóxicos con ansias de sanar sus males físicos?
¿Quedó completamente sordo? ¿Tiene algún sentido deconstruir su espíritu?
¿Quién fue su amada inmortal?
Los secretos de Beethoven se encuentran en
su expresividad sonora, en la inagotable riqueza de su obra musical. Y esa, por
fortuna, sí quedó a nuestro alcance, es vigente y continúa brindando
significado a un arte, a un mundo, a la humanidad, 250 años después del
nacimiento de su autor.
En un año de celebración que no fue.
Ludwig van Beethoven falleció el 26 de
marzo de 1827, a los 56 años de edad; un 26 de marzo, curiosamente, como el día
en el que ofreció su primer concierto al público cuando era niño.
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