Foto: Brescia & Amisani
Massimo Viazzo
Vuelve a Milán después de 15 años Adriana Lecouvreur de Francesco Cillea. La producción de escena es la conocida y firmada por David McVicar, que ha sido vista en Londres, París, Barcelona, Viena y San Francisco (además de que existe en DVD). Se puede discutir como el director escoces ilustró la trama con perfecta adhesión a la historia narrada, con escenas y vestuarios que parecen salidos del libreto mismo. Por ello, deben estar contentos los amantes de las llamadas puestas tradicionales, y un poco menos los demás, que se habrán agobiado de frente a esta reposición que es bastante estática y un poco monótona. Sin embargo, y por fortuna, se pensó en un elenco que electrizó esta producción, comenzando con Maria Agresta, en el papel principal de Adriana, la actriz de la comédie victima del bien conocido y mortal triángulo amoroso. Agresta mostró un timbre pastoso y rico, sobretodo en su registro medio agudo, con el que evidenció una capacidad de cantar sul fiato y de refinar de lo mejor las frases musicales. Sus dos célebres arias Io son l’umille ancella y Poveri fiori fueron cinceladas con técnica muy solida y gran musicalidad hasta llevar al público en el teatro al delirio. Por su parte, Yusif Eyvazov en el arduo papel de Maurizio mostró solidez en la impostación, pero sobretodo extrema seguridad para afrontar la zona más áspera de la partitura, cantando no solo con fuerza si no sabiendo frasear con expresividad y modulando la emisión. Aunque en realidad no se le vio escénicamente a sus anchas en el personaje, el tenor azerbaiyano convenció de cualquier manera, por sus óptimos dotes vocales. Carisma escénico, que de hecho no le faltó, mostró Alessandro Corbelli, un Michonnet de antología, memorable, cantado con mil matices, mil detalles y sobre todo con una dicción extraordinaria y explosiva comunicación. Frecuentemente Michonnet parece ser un personaje casi menor en la ópera, sin embargo, Corbelli lo ha llevado a un nivel principal difícil de imaginar. Judit Kutasi, quien sustituyó de último momento a la indispuesta Anita Rachvelishvili, creó su princesa de Bouillon como una mujer pasional y vengativa, mostrando una voz homogénea en cada registro, con un timbre bruñido y de fuerte impacto sonoro. Un aplauso también para Carlo Bosi, cuyo abate de Chazeuil, tan meloso y malicioso, estuvo bien cantado; y a Caterina Sala (Jouvet) y a Svetlina Stoyanova (Dangeville) que representan hoy en día una seguridad para el teatro. La conducción de Giampaolo Bisanti, apasionada y concisa, pareció por momentos un poco pesada en la dinámica. Al final, el Coro del Teatro alla Scala, dirigido por Alberto Malazzi representa siempre una seguridad.
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