Fotos: Alfonso Suárez
Ramón Jacques
La Gavilanes zarzuela en tres actos y cinco cuadros en prosa de Jacinto Guerrero: fue el titulo elegido para inaugurar la edición XXIX del Festival de Teatro Lírico Español que se celebra anualmente en la ciudad de Oviedo, y que a lo largo de varios meses ofrecerá representaciones en el Teatro Campoamor de El Rey que Rabió de Ruperto Chapí, Katiuska de Pablo Sorozábal, María Moliner de Antoni Perera Fons, además de una gala lírica, y un par de conciertos más. La obra se montó con la nueva producción escénica traída del Teatro de la Zarzuela de Madrid, escenario donde inexplicablemente el título no había sido visto desde casi veinte años, a pesar de su popularidad. Los diseños de Ezio Frigerio con imágenes transmitidas en una pantalla al fondo del escenario, algunas estructuras metálicas que subían y bajan durante la función, coloridos y bien hechos atuendos de Franca Squarciapino, la buena iluminación de Vinicio Cheli, y la detallada y puntual dirección escénica del experimentado director Mario Gas (notable en el 2021 por su célebre adaptación escénica de Pedro Páramo del novelista mexicano Juan Rulfo en el Teatro Romea de Barcelona) situaron la acción en un lugar indeterminado en la región de Provenza, que bien podría ser España, creando un espectáculo visualmente estimulante y atractivo para los espectadores, con alegres y precisos bailables, coros, comparsas y solistas que lograron un buen espectáculo. Ante este marco, es difícil no aludir, aunque sea brevemente, al debate sobre porqué la zarzuela, que utiliza todos los recursos a su alcance, como cualquier otra obra lírica, que posee brillantes arias, romanzas, dúos, partes corales y atractivas orquestaciones, no logra afianzarse dentro del repertorio lirico de los teatros internacionales. Las respuestas que se escuchan frecuentemente es que se trata de un género muy español, muy apegado al folclore español, el tema de los diálogos hablados, las parejas cómicas, su dificultad para cantarla etc. Pero ¿Acaso la opereta, las operas checas, rusas o la opera-cómique no contienen los elementos anteriores señalados y se han universalizado gracias en parte a los subtítulos? Es una pregunta que aun quedará sin respuesta, lo cierto es que quienes ponen su empeño por mantener el género vivo lo hacen muy bien. Los Gavilanes es además un titulo que toca un tema que tiene vigencia en la actualidad, que es el de la emigración. En el podio, la Oviedo Filarmonía fue dirigida con maestría y conocimiento por el maestro Miguel Ángel Gómez Martínez, quien dirigió con seguridad y pericia, entusiasmo, alegría, y consideración por las voces sobre el escenario. Ángel Òdena se mostró muy desenvuelto y seguro en escena interpretando a Juan ‘el Indiano’ (termino utilizado en España para describir a los que emigraban a América y volvían). El barítono tarraconense desplegó en su canto un timbre robusto, matizado y buen gusto en el fraseo. Por su parte el tenor José Bros, interpretó de manera correcta al personaje de Gustavo, con su inconfundible timbre lírico, casi solar, sobresaliendo especialmente en la conocida romanza “Flor roja”. Carmen Solís personificó a una apasionada y bien cantada Adriana; y Beatriz Díaz una juvenil y radiante Rosaura, tanto en lo vocal como en lo escénico. Destacados el resto de los intérpretes del elenco como Lander Iglesias en el papel de Clariván y Esteve Ferrar como Triquet, sin olvidar la aportación de los bailarines y la entusiasta Capilla Polifónica “Ciudad de Oviedo” en sus intervenciones. Como nota personal, Los Gavilanes fue la primera zarzuela que yo escuché en vivo, esto fue en mi infancia, en el Teatro San Pedro de la ciudad de Monterrey, Nuevo León México.
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