Foto: Mitchel Jenkins / DG
José Noé Mercado
Opera-Musica Foto: Die Feen - Wagner - Théâtre du Châtelet, Paris - 04/2009(c) Marie-Noëlle Robert.
Foto: Mitchel Jenkins / DG
José Noé Mercado
Fotos: Karli Cadel
Ramón Jacques
La Ópera de San Diego esta de plácemes celebrando el sesenta aniversario de su fundación, que ocurrió en el año de 1965, aunque sus origines se remontan a 1950 cuando se creó el llamado San Diego Opera Guild, que se encargó de traer compañías itinerantes a esta ciudad, especialmente de la Ópera de San Francisco. Después de muchas exitosas producciones y conocidos artistas que pasaron por este escenario, colocando a la compañía entre los cinco mejores teatros estadounidenses, por razones desconocidas, se argumentaron temas de índole financiera y económica en el 2014 se tomó la decisión de desaparecer la compañía, pero gracias a una nueva administración y con el apoyo de particulares, patrocinadores de la ciudad y del público y melómanos de San Diego especialmente, se logró revertir la situación y la compañía continuó adelante su camino, aunque debió reducir el número de producciones y funciones, así como de prescindir de los nombres que antes solían aparecer en las temporadas. Seria sin dudas una lista muy extensa, para mencionar aquí, e impresionante de los nombres que conformaron sus elencos, incluso algunos que apenas comenzaban su trayectoria como artistas y hoy son de los nombres más más reconocidos en la lírica. De este teatro y esta compañía, aunque no ya permanece nadie de las personas que conocí hacer años, guardo especiales recuerdos de mucho significado para mí, ya aquí fue donde comenzó mi andar reseñando espectáculos, y por ello, me alegro por este aniversario y por qué la compañía se mantenga en pie a pesar de las vicisitudes y dificultades que ha debido atravesar, una actualidad a la que lamentablemente no están ajenas la mayoría de los teatros estadounidenses. Fue el 5 de mayo de 1965, cuando se alzó por primera vez el telón del hoy antiguo Civic Theatre, hasta hoy sede de la compañía, pada dar inicio a la primera producción propia de la recién formada compañía con la La Bohème de Giacomo Puccini, mismo título con la que se inauguró la temporada actual, que además incluyó La Traviata y el que en el papel lucia como el más atractivo de todos: Salomé la ópera en un acto con música de Richard Strauss (1864-1949) con un libreto en lengua alemana realizado por el propio compositor, visto aquí por última ocasión en enero del 2012 con Lise Lindstrom en el papel estelar. Este nuevo montaje dejó sentimientos encontrados y un cierto sabor de insatisfacción, comenzando con la producción escénica traída de la Washington National Opera, que situó la acción en un tiempo indeterminado, en un amplio espacio oscuro, semivacío, con columnas de piedra al fondo del escenario, un cielo azul con tonalidades en negro, creando una sensación de zozobra dentro de un ambiente lúgubre, así como una enorme luna que se veía entre las columnas y una esfera de cristales y picos que colgaba de uno de los costados del escenario, que más allá de un marco atractivo, su simbología como su rigidez parecían no encontrar una estrecha relación con la trama descrita en el libreto Además, se colocaron unas tarimas, donde se colocaban algunos personajes, y por un lado del escenario había una pequeña sala y sillas. En el centro del escenario bajaban unas enormes cadenas que abrían la pesada puerta de metal de la celda donde se encontraba Jochanaan (el montaje fue ideado por Tim Wallace), con vestuarios no muy agraciados y de diversas épocas, de los cuales se encargó Anita Yavich, y con iluminación de Jason Bieber. El trabajo escénico de José María Condemi pareció también carecer de una definición clara sobre el camino por el que pretendía guiar a los personajes, careciendo de ese sentido de fatalismo, exotismo, sensualidad, erotismo y barbarie contenida en cada personaje. Muchos movimientos a veces con poco sentido, cayendo en el cargado dramatismo, y momentos cruciales como el baile de los siete velos que no se vio, porque la intérprete de Salome movió una bufanda de seda con las manos, alejándose del sentido y el objetico por el que la protagonista lo hace. En resumen, fue un trabajo que a los ojos del espectador dejo irresueltos aspectos de la historia que se explican en la parte actoral. El teatro ha vuelto a colaborar con la San Diego Symphony como su cuerpo estable en el foso, después de mucho tiempo de contar con su propia orquesta, y en el foso estuvo presente el maestro Yves Abel, quien logró extraer con pericia los letimotifs ligados a cada personaje y cada situación de manera provocativa, encumbrando las disonancias, el exotismo y los ritmos que reflejaban el estado psicológico de los protagonistas. Si bien la orquesta respondió a su exigente y firme lectura, hubo pasajes en los que extrañamente color orquestal pareció desvanecerse creando un sonido opaco y velado. En el papel de estelar la soprano Marcy Stonikas, cantó enfocándose en exhibir estilo y refinamiento; mostrando que se puede cantar con sutileza la exigente parte sin perder el peso y color, ni recurrir a innecesaria fibra vocal. Aunque no se le vio de manera convincente en el su sensual baile, su escena final la sacó adelante con intensidad y ardor. Por su parte, la soprano Nina Warren, aportó fuerza y pujanza a su canto como Herodías, y fue una de las interpretes más notables y valiosas de esta función; al igual que el barítono Kyle Albertson como Jochaanan, quien aportó profundidad y solidez a su personaje. Por el contrario, el tenor Dennis Petersen personificó un neurasténico y degenerado Herodes, más sobreactuado, alterado pero irritante que convincente con aspereza y un sonido gutural en su voz. Correcto estuvo el tenor Benjamin Werley, quien labró un temperamental Naraboth con cualidades vocales; y correctos y participativos, con poco más que destacar, se desempeñaron el resto de los cantantes en sus papeles de acompañamiento como: la mezzosoprano Karin Wilcox (paje de Herodías), los cinco judíos cantados por Joel Sorensen, Alexis Alfaro, Bernardo Bermúdez, Tony Baek y Michael Sokol; así como el bajo-bajo barítono Travis Sharwood como el primer nazareno y el capadocio; el bajo Joshua David Cavanaugh como el segundo nazareno, y los bajos Deandre Simmons y Malachi Marsahall como el primero y segundo soldado, respectivamente; además de la soprano Leslie Ann Leytham en el esclavo. Entre las funciones del viernes y domingo, se agregó una función adicional en la que el papel de Salome fue interpretado por la soprano Kirsten Chambers, quien se ha hecho notar por sus convincentes recreaciones del papel de la princesa idumea en importantes escenarios como el del Metropolitan, pero que lamentablemente no fue posible reseñar en esta ocasión.
Massimo Viazzo
El Stabat Mater de Gioacchino Rossini (1792-1868) es junto a la Petite Mese Solennelle, la obra sacra más célebre del compositor de Pesaro. Compuesto entre 1831 y 1841, se basa en el texto medieval atribuido a Jacopone da Todi que refleja el dolor de la Virgen María a los pies de la cruz de cristo. Rossini unió su maestría operística a una profunda intensidad espiritual creando una partitura rica de emotivas melodías, solemnes harmonías y momentos de intensidad dramática. La estructura de la obra alterna arias solistas, duetos, coros y pasajes orquestales de gran impacto emocional, haciéndola un vértice absoluto de la música sacra del siglo XIX. Su primera ejecución tuvo lugar en el Théâtre-Italien de Paris el 7 de enero de 1842, después de que Rossini completó las partes inicialmente no musicalizadas. Grandes cantantes de la época participaron en el evento, como: Giulia Grisi, Emma Albertazzi, Mario de Candia y Antonio Tamburini. De particular relevancia, fue después su ejecución boloñesa del 18 de marzo del Archiginnasio (edificio sede de la universidad de Bolonia hasta 1803) dirigida por Gaetano Donizetti y supervisada por el propio compositor. Para el tradicional «Concerto di Pasqua», la Orchestra Sinfónica di Milano eligió este año interpretar esta obra maestra rossiniana. En el podio Emmanuel Tjeknavorian, el joven director musical de la agrupación milanesa y reciente ganador del Premio Abbiati (premio de la crítica italiana) como director de orquesta, quien dirigió con gran energía evidenciando los aspectos dramáticos y teatrales de la partitura. Su lectura rica de contrastes fue por momentos incandescente, culminando en un Amen final literalmente arrebatador. Tjeknavorian supo encontrar también acentos de intima conmoción, gracias a su capacidad de frasear con gusto y fantasía. El resultado fue una interpretación escultórica, marmórea, pero a la vez vital y dinámica. La Orchestra Sinfonica di Milano se distinguió por la exactitud, el rigor, la viveza rítmica como también por la delicadeza en los pianissimi. Además, Tjeknavorian demostró habilidad en el acompañamiento de los solistas, sin avasallarlos nunca, y creando un tejido sonoro eficaz y flexible para un elenco vocal que se mostró muy unido y amalgamado. En especial, Benedetta Torre (soprano) cantó con una emisión homogénea y cierto dominio de la parte. La mezzosoprano Martina Belli, de timbre bruñido y seductor, agradó por su acento incisivo y su esculpido fraseo. Juan Francisco Gatell (tenor) exhibió musicalidad, evidenciando una línea de canto elegante y facilidad en la agilidad, aunque en la zona más aguda de la tesitura pareció estar menos encendido. Nicola Ulivieri (bajo) quien estuvo sólido y vigoroso, se mostró elocuente mostrando un timbre rotundo y pleno. Otro protagonista indiscutible de la velada fue el Coro Sinfonico di Milano. Caracterizado por una óptima cohesión y un notable impacto fónico, el coro dirigido por Massimo Fiocchi Malaspina, se distinguió con los pasajes más intensos y vigorosos (escalofriante fue la frase “in die iudicii” collocata all’interno dell’Inflammatus et accensus), además de que supo expresar una profunda sensibilidad interpretativa (Quando corpus morietur). Al finalizar, el público que abarrotó el Auditorium de Milán, premió a todos los intérpretes con una meritoria ovación.
Athos Tromboni
Se dice que la provincia podría salvar el mundo de la ópera; y volver a proponer el retorno a una teatralización del género lirico fuera de los psicodramas inventados y de las fugas oníricas dentro de la provocación, devolviendo la dramaturgia a un género museístico (la ópera es, precisamente, un género de museo, pero vivo y vivaz) su significado indiscutible. La provincia, se dice, representa a la inmensa mayoría del pueblo de los melómanos -cualquiera que considere este sustantivo (melómanos), un término ofensivo, o incluso un atributo de una categoría de "queridos cadáveres" enamorados de notas altas que se elevan más allá del do del pecho, es presa de sustituciones irritantes- y por esta verdad estadística se puede decir que la provincia es la muestra representativa del universo: si, esto es cierto (y en verdad que lo es) escenarios como el Teatro Sociale de Rovigo o el Luglio Musicale Trapanese, así como el Teatro Sociale de Como o el Teatro Pergolesi de Jesi, y muchos otros pequeños teatros, analizados por la reacción del público ante un montaje operístico valen tanto como en los grandes templos de la ópera italiana y del extranjero. Con la diferencia de que representan -como provincia- a la mayoría de los amantes de la ópera, que son en definitiva los que contribuyen a dar vida al género museístico fuera del museo y dentro de la vida cotidiana. Esta reflexión, expuesta aquí como prólogo, maduró durante la representación de L'elisir d'amore de Gaetano Donizetti representada en Rovigo, en un teatro abarrotado de butacas de todo orden y durante mucho tiempo aclamando a todo el elenco y al director al final del espectáculo. Fue un testimonio de que la ópera, cuando se escenifica en su veracidad esencial, toca los sentimientos de la gente más que nunca. Sí, porque la Ópera no es sólo el ejercicio de una actividad cultural, sino también el ámbito de la pasión popular. En todo tiempo y en todo lugar; en todos los regímenes y en todas las democracias; en todos los entornos donde hoy toma forma (teatro, cine, radio, televisión, streaming por internet, etc.) desde que se "inventó". Pero, sobre todo, el teatro conserva (y debe preservar) su ámbito de pasión popular, animando al público, en lugar de desalentarlo con elzevires de producciones que distorsionan sus contenidos cuando toleran -sí, toleran, es la palabra justa- la música, pero deforman la actuación que le pertenece como inseparable. Ahora hablando de este Elixir de Rovigo, que hizo vibrar al público: se trató de la puesta en escena histórica del director Bepi Morassi, concebida para el Teatro La Fenice de Venecia en el 2003, y que luego fue renovada con algunos "injertos escénicos" pero originales en el 2010, como Morassi quiso señalar en la presentación del espectáculo realizada en el Ridotto del Sociale una hora antes del espectáculo. Una puesta en escena que ha conservado los trajes históricos, aunque ficticios, realizados por Gianmaurizio Fercioni, y aunque tal vez no era el ambiente rural del siglo XVIII como en el libreto de Felice Romani, tomado de la obra francesa Le Philtre de Eugéne Scribe musicalizada por Daniel Auber un año antes que Donizetti; pero, en cualquier caso, sugería el ambiente de una aldea rural y un ambiente militar del siglo XVIII. Las escenografías fueron sobrias y esenciales, y en ocasiones mostraban fondos pintados, retomados y rehechos de acuerdo a la puesta en escena original del Teatro Cannobiana de Milán cuando L'elisir d'amore se representó por primera vez en 1832 (Gaetano Donizetti tenía entonces 35 años). Las acertadas luces de Andrea Benetello contribuyeron de manera notable a la sugestión escénica. Los movimientos coreográficos de Bárbara Pessina daban esa vivacidad propia de la commedia dell'arte y de la mejor opereta tradicional. En resumen, fue un espectáculo ameno, fresco, y en línea con el tema de la obra, tan a menudo divertido y cómico, e igual de sentimental y (por decirlo en francés) larmoyante. En este escenario ideal todos los cantantes dieron lo mejor de sí mismos: empezando por el tenor Liparit Avetisyan (Nemorino) que resultó ser un excelente actor, o un caratterista (actor de carácter) igualmente notable y, sobre todo, un tenor bel cantista que sabe destacar en la zona aguda y super aguda sin desafinar ni desentonar. Su interpretación del personaje principal de la ópera fue asombrosa, tanto que por el furor popular tuvo que repetir el aria de la "Furtiva lagrima" Además del tenor estuvo la talentosa Giulia Mazzola (Adina) que reveló como una belcantista de elección, además de pintorescamente vivaz y creíble. Toda su interpretación fue digna de elogio, sobre todo, por el canto mostrado en el aria "Prendi per me sei libero" y por su continuación con el aria "Ah! fu con te verace" donde el final se convierte en una deslumbrante serie de vocalizaciones -casi un sillabato- sobre la frase "il mio rigor dimentica" verdadero pico del virtuosismo sopranil de todos los tiempos: Mazzola estuvo soberbia, y obviamente abrumada por los aplausos y ovaciones del público a escena abierto. Optimo estuvo el Belcore del barítono William Hernández, con una voz potente y oscura que, con el tiempo, con la práctica y en los años venideros, sin duda dará como resultado registros graves dramáticos, porque la voz y el cuerpo se prestan. Vivaz escénicamente y muy musical fue el canto de Matteo Torcaso llamado veinticuatro horas antes de la función para sustituir al anunciado Daniel Giulianini que se enfermó: Torcaso es un basso cantante de color claro, que ha demostrado que puede adaptarse bien a los papeles de carácter o ruoli di carattere como (Don Bartolo, Don Basilio, Don Pasquale, tal vez incluso Falstaff): como intérprete de bel canto, de hecho, posee una voz que, en mi opinión, nunca resultará dramática se predice para su colega Hernández. Por último, pero no menos importante, la joven Judith Maria Duerr, tiene una importante voz de soprano que debe cultivar, ella dio a la figura de Giannetta el aspecto de un personaje no de acompañamiento, sino de protagonista de las escenas que le conciernen; también para ella una predicción: en su carrera estarían Tosca y Aida, y quien vivirá lo verá. Muy bien estuvo el Coro Lirico Véneto preparado por Matteo Valbusa. Por su parte, el director Bepi Morassi también se encargó de los figurantes y mimos que de vez en cuando invadían el escenario, contribuyendo al efecto de alegría que impregnaba toda la puesta en escena. Optima fue la concertación del maestro Gerardo Felisatti genius loci (ya que es de Rovigo) en el podio de una buena Orchestra Regional Filarmonia Veneta. El público, como dijimos, estuvo en éxtasis, gracias a Donizetti y (si se nos permite) a Bepi Morassi.
Foto: Angelica Concari
Massimo Viazzo
Lo Stabat Mater di Gioachino Rossini (1792-1868) è, insieme alla Petite Messe Solennelle, l’opera sacra più celebre del compositore pesarese. Composto tra il 1831 e il 1841, si basa sul testo medieval attribuito a Jacopone da Todi che riflette il dolore della Vergine Maria ai piedi della croce di Cristo. Rossini unisce la sua maestria operistica a una profonda intensità spirituale, creando una partitura ricca di melodie emotive, armonie solenni e momenti di intensa drammaticità. La struttura dell’opera alterna arie solistiche, duetti, cori e passaggi orchestrali di grande impatto emozionale, rendendola un vertice assoluto della musica sacra del XIX secolo. La prima esecuzione ebbe luogo al Théâtre-Italien di Parigi il 7 gennaio 1842, dopo che Rossini completò le parti inizialmente non musicate. Grandi cantanti dell’epoca parteciparono all’evento: Giulia Grisi, Emma Albertazzi, Mario de Candia e Antonio Tamburini. Di particolare rilevanza fu poi l’esecuzione bolognese del 18 marzo, nella sala dell’Archiginnasio, diretta da Gaetano Donizetti e supervisionata dallo stesso autore. Per il tradizionale «Concerto di Pasqua», l’Orchestra Sinfonica di Milano ha scelto quest’anno di eseguire il capolavoro rossiniano. Sul podio, Emmanuel Tjeknavorian, il giovane direttore musicale della compagine milanese e recente vincitore del Premio Abbiati come direttore d’orchestra (il premio della critica italiana), ha diretto con grande energia, evidenziando gli aspetti drammatici e teatrali della partitura. La sua lettura, ricca di contrasti, è stata a tratti incandescente, culminando in un Amen conclusivo letteralmente travolgente. Tjeknavorian ha saputo trovare anche accenti di intima commozione, grazie alla sua capacità di fraseggiare con gusto e fantasia. Ne è scaturita un’interpretazione scultorea, marmorea, ma al contempo vitale e dinamica. L’Orchestra Sinfonica di Milano si è distinta per l’accuratezza, il rigore, la vivacità ritmica ma anche la delicatezza nei pianissimi. Tjeknavorian ha inoltre dimostrato abilità nell’accompagnamento dei solisti, senza mai prevaricarli, ma creando un tessuto sonoro soffice e flessibile per un cast vocale che si è dimostrato affiatato e amalgamato In particolare, Benedetta Torre (soprano) ha cantato con un’emissione omogenea e una certa padronanza della parte; Martina Belli (mezzosoprano), dalla timbrica brunita e seducente, è piaciuta per l’accento incisivo e un fraseggio scolpito; Juan Francisco Gatell (tenore) ha esibito musicalità, evidenziando una linea di canto elegantee facilità nelle agilità, sebbene nella zona più acuta della tessitura sia parso un po’ meno a fuoco; Nicola Ulivieri (basso), solido e vigoroso, si è dimostrato eloquente mostrando una timbrica rotonda e piena. Un altro protagonista indiscusso della serata è stato il Coro Sinfonico di Milano. Caratterizzato da un’ottima coesione e da un notevole impatto fonico, il coro, diretto da Massimo Fiocchi Malaspina, si è distinto nei passaggi più intensi e vigorosi (da brividi la frase “in die iudicii” collocata all’interno dell’Inflammatus et accensus), ma ha Saputo anche esprimere una profonda sensibilità interpretativa (Quando corpus morietur). Al termine, il pubblico che gremiva l’Auditorium ha tributato a tutti gli interpreti una meritata ovazione.