Foto: Teatro alla Scala, Milano
Massimo Viazzo
Aquí un título más, dentro de la temporada, que no se había visto antes
en el máximo teatro italiano (después de Die
Federamaus y la versión francesa de Orfeo
de Gluck). Fierrabras, la obra
maestra de Schubert, no se había representado nunca en Milán a pesar de que la
recuperación moderna de la ópera fue hecha hace treinta años por el director de
orquesta italiano Claudio Abbado, quien realizó una grabación de referencia
para la Deutsche Grammophone.
Justamente, fue considerado uno fue sus alumnos, Daniel Harding, a quien le fue confiada esta producción Scaligera, en un montaje que ya había
sido visto en el Festival de Salzburgo.
La puesta fue curada por Peter
Stein, quien se adhirió a las escenas y vestuarios caballerescos de la
trama, pero que no impresionó al público, ya que en términos generales fue
elemental y monótona, sin mayor inspiración. Sobre el escenario de la Scala
todo trascurrió de manera fluida y tranquila, aunque frecuentemente, sin sobresaltos
y con pocas emociones, los cándidos sentimientos que permean a la obra schubertiana, de ética, amor y amistad
no se lograron transmitir con fuerza.
Ello se debió también a un comportamiento orquestal de parte de Harding,
que, si bien fue elegante y transparente, en una suma total fue poco
envolvente. También, porque el elenco de papeles principales no convenció, con
algunos problemas de entonación por aquí y por allá, notas altas forzadas y
líneas musicales no siempre fluidas que se notaron un poco durante toda la
función. Con la excepción de Markus Werba, un muy bien timbrado en
su canto y temeroso Roland, y de Dorothea
Röschmann, una carismática y siempre expresiva Florinda. Fue muy aplaudido
su dueto del segundo acto con Marie-Claude
Chappuis (Maragond), la mezzosoprano helvética que posee un timbre
convincente y expresivo. Y como siempre, optimo estuvo el coro dirigido por Bruno Casoni.